Julia Manzano y Rómulo Castillo, defeños, solteros, ella empleada de una papelería en el Centro de la ciudad de México y él recadero de un notario en el sur de la misma urbe, y, muy tímidos, eran dos absolutos desconocidos, pues no se habrían ni siquiera entrecruzado en uno de los miles y miles de cruces casuales de gente mutuamente desconocida en las calles de Esmógico City, pero, puesto que cada uno tenía una laptop con internet, una noche ocurrió que —acaso por una por una de esas casualidades que tienden a producir una señal del destino— supieron uno de la otra y una del otro en una electrónica página de “corazones solitarios” o algo del mismo género, y…
Y como por juego empezaron a chatear noche tras noche.
Y a las dos semanas ya desde sus e-mails Julia y Rómulo se enviaban piropos cada vez más exaltados, y el diálogo entre las distantes pantallas fue haciéndose cariñoso, y creció hasta convertirse en un intenso idilio o “romance” (según suele decirse).
Y Rómulo una noche escribía:
“Eres la mujer de mi vida”.
Y Julia tecleaba en respuesta inmediata:
“Eres mi amado de todo el corazón”.
Y, poco a poco:
“Te amo con locura”.
Y:
“Te amo con delirio”.
Etcétera, etcétera.
Y una noche después de dos o tres meses vencieron la timidez mutua y se citaron para conocerse “en persona” uno a la otra y una al otro.
Y cuando la tarde de un domingo se citaron y se encontraron en un cafecito de la colonia Roma, se miraron silenciosos y parpadeantes y, después de más o menos de una hora de platicar del clima y de la dificultad de los traslados por la ciudad y de una película que ella había visto y él no (o quizá fue al revés), descubrieron que su mutua pasión laptópica los había vuelto más tímidos de lo que ya eran.
Y supieron que no sabían de qué más hablar ni qué hacer.
Y finalmente Rómulo dijo:
“Para mí es una gran alegría saber que existes”.
Y Julia musitó:
“Pues yo, igualmente”.
Y él pagó los capuchinos y los bizcochitos y se besaron en las mejillas y se fue cada uno para su casa.
Y desde entonces no han vuelto a verse, pero continúan chateándose, felices por haber encontrado el modo definitivo de vivir una misma y compartida pasión.
Y, noche tras noche continúan intercambiando amorosos mensajes que, se diría, incendian las luminosas pantallas de las laptops.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.