XXIV. El instrumento autobiográfico de Mozart, aquél en que juega a hablarnos de su alma, es el clarinete.
XXV. Tantas cosas mexicanas de las que el mexicano dice que son las mejores del mundo… Pero los bellos, los hondos, los elegantes, los melancólicos, los a veces desgarrados o sombríos valses mexicanos, sin duda.
XXVI. La Blaserserenade o Gran Partita de Mozart es como un feliz eterno día de campo en el Más Allá.
XXVII. En el dúo de la anagnórisis entre Papagena y Papageno (pa pa pa pá pa pa pa pá), Mozart elevó a la alta música el tartamudeo, o quizá el jadeo de la cópula.
XXVIII. El Bolero de Ravel: una cinta de Moebio musical.
XXIX. En ciertos momentos Le sacre du printemps de Stravinski ya anuncia el mambo de Pérez Prado.
XXX. Aunque algunos digan que cosas de distinto orden no son comparables, compárese cualquier gran discurso filosófico con, por ejemplo, un mambo, y se verá que el discurso sale perdiendo… aun como asunto profundo.
XXXI. Poética obscenidad de la bella violonchelista pasando el arco por las cuerdas del violonchelo puesto entre los muslos.
XXXII. Oiseaux tristes, piano, Ravel: pájaros quietos en la umbría y en el bochorno… y de cuando en cuando unas alas se sobresaltan y producen un eco allá lejos, en otro follaje.
XXXIII. Mi sueño feliz: a un guitarrista de rock duro se le enreda el largo cabello en la guitarra eléctrica y se desploma electrocutado.
XXXIV. Hay en algunos discos de Pau Casals unos dulces pujidos/quejidos (evidentemente debidos al esfuerzo del ejecutante por vencer a su panza) que son como aportaciones al intenso canto del violonchelo.
XXXV. ¿Por qué le encuentro un nosequé de oriental a Soupir, esa bella, retornante, sans fin, hipnótica melodía pianística de Franz Liszt?
Fotografía: Sara Kauko
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.