Anecdotario

Anécdotas encontradas en algunas entrevistas a escritores de la revista The Paris Review.
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De una lectura caprichosa de entrevistas en The Paris Review.

La anécdota como decepción

Cuando uno lee entrevistas a escritores siempre se corre el riesgo de que la persona admirada diga algo que nos defraude o que nos desconcierte, como el momento incómodo en que Ray Bradbury declaró que no usaba computadoras porque para él no había diferencia entre esos artefactos y las máquinas de escribir. ¿Esta afirmación afecta de alguna manera la obra del gran escritor? No. ¿Se queda uno con la sensación de que nos están estafando? Sí, porque la respuesta enfrenta una limitada visión del mundo real con la imaginación ilimitada del escritor.

La anécdota como relato apócrifo

Dicen que Wilde dijo que “el público tiene una curiosidad insaciable por saberlo todo, excepto lo que vale la pena conocer”, pero nadie dice dónde o cuándo lo dijo. 

La anécdota como esquizofrenia

Harold Bloom habla de sí mismo en tercera persona.

La anécdota como reto

Es famoso el hecho de que Umberto Eco tiene más de cincuenta mil ejemplares en su biblioteca, ediciones antiguas, estudios académicos, libros raros. No lo es tanto la historia de cómo decidió escribir El nombre de la rosa. Una amiga le comentó la idea de empezar una colección de novela de detectives breve. Eco, indignado, le comentó que si él escribiera una novela de detectives, la novela tendría más de quinientas páginas y estaría llena de monjes medievales. Divertida, la amiga se rió y le dijo: “Tú nunca escribirías una novela así”.

La anécdota como drama

Algunos años después de que la Segunda Guerra Mundial terminó, George Steiner volvió a a Francia. Había escapado con su familia a Nueva York gracias a que habían sido alertados del peligro por un amigo de su padre. De la casa quedaba muy poco. Su biblioteca, en cambio, estaba intacta, varios metros debajo de la tierra donde la habían escondido antes de huir. 

La anécdota como ironía

La ciudad de cristal, la primera novela de la Trilogía de Nueva York de Paul Auster fue publicada en San Francisco, luego de que diecisiete editoriales rechazaran en manuscrito.

La anécdota como espejo

Javier Marías tiene dos apartamentos en Madrid con los mismos muebles, salvo porque en uno el mobiliario es de color claro y en el otro es oscuro.

La anécdota como vicio

Raymond Carver y John Cheever compartieron algún tiempo el mismo hotel en Iowa, donde daban clases en el prestigioso programa de escritura. Cheever vivía en el cuarto piso; Carver en el segundo. Dos veces por semana hacía un viaje a la licorería en el coche de Carver. Si tenían suerte y la tienda ya había abierto –abría a las diez–, Cheever no esperaba a que estacionaran, brincaba desde el auto en movimiento y para cuando su amigo entraba ya estaba en la fila pagando varios galones de whisky. Ambos dejaron de beber algún tiempo después.

La anécdota como ciencia ficción

Cuando era joven, Stephen King envió un cuento a una de las muchas revistas de ciencia ficción que dirigía John Ackerman, famoso coleccionista y experto en el tema. El cuento fue rechazado. Muchos años después, durante una firma de libros en Los Ángeles, John Ackerman se acercó a Stephen King con el manuscrito del cuento para que se lo autografiara.

La anécdota sin anécdota

La entrevista de Nabokov es aburridísima.

 

 

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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