Apollinaire y la mexicanísima palabra

Apollinaire nunca traspasó fronteras europeas, pero México le resultaba extraño, pintoresco y fascinante como para incluir mexicanerías en sus crónicas y poemas.
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En su vigesimosegunda edición, el académico Diccionario de la Lengua Española trae un verbo mexicanísimo, “chingar”, y lo carga con las siguientes responsabilidades o culpas entre picaronas e inocentes, entre precisas y vagarosas: "chingar. (Del caló čingarár, pelear). tr. Importunar, molestar. || 2. malson. Practicar el coito. || 3. coloq. Beber con frecuencia vino o licores. || 4. Am. Cen. Cortar el rabo a un animal. || 5. intr. Can. salpicar. || 6. Pal. tintinar. || 7. Arg. y Ur. Colgar desparejamente el orillo de una prenda. || 8. prnl. embriagarse. || 9. Can., Arg., Bol., Chile y Col. No acertar, fracasar, frustrarse, fallar".

Tú, lector astuto, intrépido detective de la lengua desde que en la niñez de “perverso polimorfo”  (según te insultaría el doctor Freud) buscabas en los diccionarios las palabras prohibidas por los mayores para mayor fascinación de los precoces niños procaces, sabes ahora que las citadas acepciones 1ª, 2ª y 9ª de la palabra acaso más frecuentada por labios léperos pueden ser documentadas por tres correspondientes ejemplos: (1ª) cuando en los comienzos de una bronca en cualquier salón-cantina se oye a uno de los dos discutidores  gritar al otro: “¡No me estés chingando”; (2ª) cuando en un café se oye decir a un contertulio con presunciones donjuanísticas: “A esa señora pirrurris ya yo me la chingué”, y (9ª) cuando, posiblemente en el mismo sitio de las civiles libaciones, alguien termina el relato de una severa frustración crematística: “…Y entonces, ¡chin!, que se me chinga el negocito”.

Ítem más: en otra entrada el mencionado lexicón (que no es una palabra mala, sino otro modo elegantemente pedantesco de decir diccionario) incluye “chingada”, voz derivada del verbo ya mencionado, y así la ilustra:

"chingado, da. malson. Méx. U. para expresar sorpresa o protesta. || a la ~. loc. adv. malson. El Salv. y Méx. a paseo. Me mandó a la chingada. ¡Váyase a la chingada! || de la~. loc. adj. malson. Méx. pésimo. U. t. c. loc. adv. V. hijo de la~".

Y ahora, cuando, saltando de página en página del libro Calligrammes, de 1918, releías al poeta francés de la modernité, Guillaume Apollinaire (1880-1918), a quien el aduanero Rousseau hizo el retrato con Musa (el cual ilustra esta página), encontraste que en su poema “Lettre-Océan” (es decir “carta ultramarina”) incluía la palabra esa, dispuesta en una irregular columna de sílabas y tipográficamente incorrecta (con la sola C y sin la H, la que da sabor al caldo):

" Il
ap
pelait
l’Indien
Hijo
de
la
Cin
ga
da".

Es decir: “Él llamaba al Indio Hijo de la Cingada” (sic).

Hay allí mismo caligrama otras voces que conciernen a México: República Mexicana, Ipiranga (el barco que se llevó a Don Porfirio), Coatzacoalcos, Chapultepec, chirimoya, pendeco (que debe ser pendejo, pues la acompaña la aclaración: “es más que imbécil”), etcétera.

¿Apollinaire, como el “Aduanero” Rousseau, presumía de haber estado en México? No, pues nunca traspasó fronteras europeas, pero quizá se interesaba en este país desde que el aduanero y pintor naïf  Rousseau, quien quizá tampoco había estado por aquí, le contaba de la flora y la fauna mexicanas y del “rubio emperador que allá fusilaron”. Además en tiempos de la presidencia de Madero y del golpe huertista tenía Guillaume en la capital mexicana un hermano, Albert (Kostrowitzky, verdadero apellido de los dos), que era empleado en un banco extranjero y que le enviaba cartas con curiosidades lingüísticas y folclóricas del país o sucesos históricos en vivo: la “Decena Trágica”, la situación de los ciudadanos franceses en aquellos momentos, la huida ferroviaria del “bardo Urueta” disfrazado de señora, etcétera. Sin duda México resultaba extraño, pintoresco y fascinante para el poeta-cronista, que podía decir algo como esto: “Albert es la extensión de mi mirada en México”, y metió esas mexicanerías tanto en algunas de sus crónicas del Mercure de France como en uno de sus más vanguardistas y bellos poemas, en el cual la frase “hijo de la chingada”, entre los versos franceses y con el susurro agresivo de su Ch (aunque descuidadamente ortografiada en mera C), fulgura al modo de un violento, un refinado, un lírico escupitajo de líquida plata. 

 

 

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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