Mi formación –o deformación- académica me ha dejado un hábito muy arraigado: cada vez que los hechos y los desenlaces parecen encajar perfectamente en una teoría preconcebida o desarrollada ad hoc para explicarlos, yo inmediatamente busco los puntos de inflexión donde la contingencia pudo obrar para producir un escenario diferente. Desde mi tesis de licenciatura traté de entender la génesis y evolución del corporativismo sindical mexicano y me encontré con que buena parte de los estudios sobre el tema lo explican como resultado de la condición de capitalismo tardío de México, la persistencia de una cultura política ibérica y otras variables. Visto desde la distancia teórica, el corporativismo aparece como un producto necesario e inevitable. Sin embargo, el estudio de las dinámicas políticas en la paulatina formación de las instituciones posrevolucionarias nos muestra un panorama complejo, decisiones coyunturales y momentos que pudieron haber cambiado la historia radicalmente. ¿Qué habría pasado si el Partido Comunista Mexicano no hubiera aplicado la línea que les impusieron sus camaradas estadounidenses y hubiera dejado morir a la CTM en la cuna? ¿Qué tal si el “Ratón” Velasco se hubiera montado en su macho y bloquea el ascenso de Fidel Velázquez?
Los relatos redondos, totalizantes, que dan sentido a posteriori a hechos dispersos y a veces inconexos son la provincia de los enfoques macro de la ciencia política, pero también tienen aplicaciones políticas prácticas: sirven para señalar la naturaleza e indivisibilidad del enemigo político. Y, como ya nos explicaron los populistas de Laclau y los agonistas de Mouffe, la definición del enemigo mediante el relato tiene como efecto principal la construcción de la unidad del campo propio.
Una parte de la izquierda mexicana lleva años tratando de integrar un bloque popular con base en la definición de un enemigo monolítico, abarcador, perfectamente lógico y coherente en sus acciones, las cuales, por supuesto, son todas una “afrentas a la Nación”, actos de despojo, corrupción y represión. La “mafia del poder”, el “PRIAN” o “PRIANRD, la “clase política”, etcétera, aparecen como la entidad cuya existencia y acciones concretas no requieren explicaciones a ras de piso, sino tan solo ser ensambladas en el relato de la oposición irreductible entre el pueblo y el poder.
Esta estrategia había sido electoralmente exitosa, aunque no lo suficiente para llevar a la presidencia a su máximo exponente, Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, desde la elección de Enrique Peña Nieto hasta la desaparición de los 43 normalistas en Iguala, los esfuerzos por apelar a las fuerzas populares contra el paquete de reformas del gobierno resultaron en un completo fracaso. La construcción de un bloque popular en oposición a la “mafia en el poder” parecía condenada a un fin prematuro en México hasta que la magnitud de la tragedia de Iguala la reinstaló como posibilidad en el abanico de opciones de la izquierda.
Desde Iguala, el enemigo ha sido único e indivisible, aunque a veces se desdobla en la clase política entera, a veces es el Estado en abstracto (“Fue el Estado”) y a veces se concentra todo en la figura del presidente (si Luis XIV decía “el Estado soy yo”, la oposición callejera en México dice lo mismo desde la banqueta de enfrente: “el Estado es él”), pero todos los hechos se le adjudican sin más: esta entidad secuestró a los normalistas, los mató o los mantiene ocultos, y encubrió el crimen. El episodio más reciente en la zaga de este enemigo político es el despido de Carmen Aristegui de Noticias MVS.
No queda duda en muchos actores de que el despido de Aristegui es un acto de censura o ataque a la libertad de expresión orquestado por la misma entidad detrás de los acontecimientos de Iguala. Por lo mismo, en la movilización por la reinstalación de Aristegui confluyen casi todos los mismos grupos e individuos que han estado exigiendo justicia para los normalistas desaparecidos. El bloque popular frente al enemigo político, reactivado desde Iguala, ha recibido un nuevo impulso con el relato de los ataques del poder contra los periodistas independientes.
Los frentes populares de la teoría de Laclau tienen como centro simbólico a una figura política: Chávez y el matrimonio Kirchner-Fernández en Sudamérica, Podemos en España. La gran novedad es que una periodista se esté erigiendo como catalizadora del bloque popular en México, mientras el gran referente de este proceso, López Obrador, decidió dar un paso al costado. No solo en las redes sociales, sino también en declaraciones de otros periodistas y líderes de opinión, como Denise Dresser, es claro que más allá de la urgente discusión y defensa de la libertad de expresión, se ha formado una corriente aristeguista que comparte muchas características de la militancia política, incluidos las expresiones de adhesión a la dirigente y los ataques desmedidos contra actores que no comparten esas mismas simpatías o no las expresan en los términos exactos en que se las demandan, como desafortunadamente le ha pasado a Ezra Shabot.
Volviendo al principio de esta discusión, es importante destacar el significado de las movilizaciones en torno al despido de Carmen Aristegui. Desde el punto de vista del futuro del periodismo crítico en México, es importante tomar como un grano de sal el relato redondo del ataque planeado, concertado y ejecutado desde el poder y analizar con lupa los momentos críticos en los que tanto el equipo de Carmen Aristegui como la empresa pudieron haber actuado diferente para mantener abierto el espacio con un grado aceptable de autonomía y dignidad profesional. Y si efectivamente, las pistas apuntan a una intromisión de un tercero, hay que tratar de saber exactamente cómo una decisión de esta naturaleza se fue abriendo paso entre autoridades y concesionario. Luego de ver la reacción de la prensa internacional ante el despido de periodistas que habían develado casos muy comprometedores para el presidente y su primer círculo, es de sentido común preguntarse si en el gobierno hay consenso sobre los supuestos beneficios de cancelar el espacio radiofónico de Carmen Aristegui.
Pero también es crucial entender las implicaciones de que una periodista sea ahora la imagen que portan los estandartes de la movilización contra el gobierno. Todo esto no tendría mayores complicaciones si Carmen Aristegui decidiera convertirse en dirigente y proponer transformaciones que, entre otras cosas, redefinieran el terreno en el que se ejerce el periodismo en México. Pero si Aristegui se propone construir una nueva alternativa periodística a partir de un grupo ciudadano que piensa igual, actúa igual y tiene las mismas expectativas, ¿qué clase de periodismo podría surgir de este espacio? ¿Qué nuevo sentido tendrían las demandas de “objetividad” e “independencia”? ¿Qué ganaríamos los ciudadanos que apreciamos el pluralismo informativo?
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.