Circula en español, desde hace meses, la traducción de Sueño con mujeres que ni fu ni fa (Tusquets), la primera novela de Samuel Beckett, escrita a principios de los años treinta y sólo publicada póstumamente, en 1992. Disfrutándola, por su belleza verbal, su ingenio casi inagotable, por la inteligencia sentenciosa con la cual Beckett, a los 26 años, convertía lo cómico en grave y lo grave en cómico, no queda sino rendirse a la certidumbre de que sólo un verdadero genio podía darse el lujo de no publicar, en vida, una novela por cuya autoría miles de escritores en el mundo se lo habrían jugado todo. Dream of Fair to Middling Women (título original del libro traducido con tino y gracia por José Francisco Fernández y por el finado Miguel Martínez–Lage) fue rechazado, al principio, por un puñado de editores, pero fue el propio Beckett quien decidió, muy pronto, que ese dialogo con el último Joyce (el de Finnegans’s wake) no era su camino y conservó inédito el libro, aunque se sirvió de algunos capítulos, bien podados, para More Pricks than Kicks (1934), una primera colección de relatos.
En Sueño con mujeres que ni fu ni fa, Beckett muestra la manera en que desanduvo su camino como discípulo de Joyce y por ello el libro es altamente apreciado por los estudiosos. En unas líneas bien conocidas por ellos, leemos la siguiente declaración de intenciones que Beckett hará realidad en sus novelas y obras de teatro, puestas en boca de Belacqua, su alterego, su joven poeta, su artista adolescente, en este libro nonato de 1932: “Escribiré un libro en que la frase tenga conciencia de ser inteligente y avispada, pero inteligente y avispada de manera distinta a sus vecinas de página. Las rosas henchidas de una frase catapultarán al lector a los tulipanes de la frase siguiente. La experiencia del lector tendrá lugar entre los frases, en el silencio, le será comunicada en los intervalos, no en los términos del enunciado, entre flores que no pueden coexistir, los períodos antitéticos (nada tan simple como lo antitético) de las palabras, su experiencia ha de ser amenaza, milagro, memoria de una trayectoria inefable.”
Al lector familiarizado con Beckett, como a él mismo años después cuando se mudó a la lengua francesa como una medida ascética, le parecerán a la vez verbosas e inspiradas estas líneas, obra de un lírico que aun no se ha sometido a la renuncia cuyos resultados veremos en Molloy, Malone muere, El innombrable. Pero a la vez el escritor (Beckett antes de Beckett como dirá Brigitte Le Juez) está casi entero en Sueño con mujeres que ni fu ni fa, novela que cuenta de manera adrede desordenadísima y fragmentaria, las aventuras de Belacqua, así llamado en homenaje al perezoso conde de Bonavia de la Divina Comedia, con tres de sus mujeres descritas con una franqueza autobiográfica que no volvera a repetirse en Beckett. Una de ellas, Syra–Cusa, pudo inspirarse en la infortunada Lucía Joyce, la hija de su maestro, enamorada de Beckett sin ser correspondida y que murió lunática un siglo después del nacimiento de su padre. Las otras, Smelradina–Rima y Alba, proceden de modelos aun más reales, primas, primeros amores; de igual forma, el reparto masculino, soñador y grotesco, proviene del mundo universitario de Dublín, del Trinity College donde Beckett estudió y profesó.
Toda esa información es adicional y hará muy grata la pesquisa de quien se interne, como yo lo intenté, en los dos tomos que han aparecido de The Letters of Samuel Beckett (2009 y 2010) en busca del joven Beckett, atildadísimo, políglota, complejo, azotado. Pero no es indispensable para gozar de Sueño de mujeres que ni fu ni fa, una burla en carne propia, autocrítica punzante anunciando una verdadera crítica del mundo a través, como lo haría Beckett, de su simplificación radical tras este libro polisémico, medio en clave, libresco.
En esta primera novela hizo su propio Retrato del artista adolescente, que no es tierno como el de Joyce, sino una farsa desvergonzada, donde el joven poeta, Beckett mismo en agraz, es ridiculizado con maestría en sus deseos eróticos, en sus fantasías matrimoniales aderezadas en romanticismo, en sus lecturas petulantes de Stendhal, D’Annunzio, Racine, André Chenier, Christopher Marlowe, Rimbaud, en su condición, ya expresa y expresiva, de ser “un tipo postpicassiano y armado con una pluma, condenado a una literatura de cláusulas de salvaguardia”, para quien “es francamente imposible, parecería una impertinencia, quizá habría que decir exceso, o indiscreción, conjugar sin perturbarse el verbo ser sin sentir escalofríos.”
A Belacqua/Beckett lo asfixia la neblinosa Irlanda, le incomoda el inglés, el propio y el que hablan sus amantes (“teniendo en cuenta, ya lo sé, todos estos años en tierra extraña, que hables tan mal tu propia lengua”) y ya no quiere, con las ínfulas del vanguardista, escribir novelas como las de Balzac, quien “dueño y señor de su materia, puede hacer lo que le venga en gana, puede predecir y calcular las más minímas incidencias, puede escribir el final del libro antes de haber terminado el primer párrafo, porque ha convertido a todos sus personajes en repollos mecánicos y puede dar por hecho que se queden quietos donde sea necesario o que se pongan en marcha a la velocidad que sea y en la dirección que él mismo decida.”
Pocas veces he leído una novela donde se muestra de manera tan presta y simpática la decisión de un escritor de ponerse en marcha, tomar al fin su propio camino tras burlarse del “homérico crepúsculo” hundido como “un ahogado en las profundidades del mar” y rechazar “la hora mágica, el mágico–trágico prepúsculo […] cuando los poetas se echan a la calle siguiendo el rastro de los encargados de las farolas”. No quería ser Yeats o Shaw, no quería ser ni siquiera Joyce y así como Belacqua, en Sueño con mujeres ni fu ni fa, Samuel Beckett descubre que lo tiene sobre su regazo son sus propias manos.
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile