La estructura organizativa de la práctica deportiva en la Cuba posrevolucionaria sigue el modelo de los regímenes totalitarios del siglo XX. El modelo fue naturalmente el soviético, pero es análogo al que desarrollaron la Alemania nazi y la Italia fascista durante los años treinta: la integración de medicina, educación física y salud pública con el objetivo de crear ciudadanos preparados en cuerpo y mente para defender a la patria.
Dentro de dicha estructura, la práctica deportiva se convierte en un camino de perfección hacia el éxito, pues la competición internacional se define como escenario de una confrontación ideológica con los poderes capitalistas. El diseño de la competición tiene como fin seleccionar los mejores jugadores con destino a la selección nacional, un objeto de orgullo patriótico, lealtad política y propaganda mundial. Todo funciona bien, sin duda, en un país capaz de producir atletas tan espléndidos. Torneos y ligas se convirtieron en una serie de cedazos cada vez más sutiles por los cuales se filtraba a los atletas hasta que sólo quedaban los mejores. El establecimiento de las academias deportivas fue la primera piedra del sistema, y su tarea era identificar el talento lo antes posible a fin de cultivarlo en la forma más eficiente, con destino a la selección nacional.
Todos aquellos niños que muestran un talento atlético en la escuela primaria son enviados a dichas academias, cuyo objetivo es instruirles en una disciplina deportiva dada en la forma más científica, desarrollando un físico adecuado al deporte en cuestión al tiempo que toman su educación a su cargo. Al ser preguntado sobre esta organización, Jorge Fuentes, entrenador de la selección nacional cubana, respondió como sigue: "En todas las provincias cubanas existen dos instituciones atléticas. Una es introductoria y recibe el nombre de Escuela de Iniciación Deportiva Escolar, o EIDE, que llega hasta los dieciséis años. Luego, hasta llegar al preuniversitario, hay una Escuela de Superación y Perfeccionamiento Atlético, ESPA". Para Fuentes, estas academias son "pilares del desarrollo atlético cubano". Estas academias incluyen dos secciones, una donde los niños reciben la instrucción escolar acorde a su edad, y otra donde reciben la educación "teórica" en el deporte elegido. Ello se completa con sesiones prácticas que incluyen competiciones con otras academias. El proceso dura el equivalente de un año escolar. Aquellos que responden a lo esperado en la EIDE ascienden a la ESPA, desde la cual pueden aspirar a formar parte de sus equipos municipales, las series nacionales, y así hasta que el grupo más selecto, por lo general suficiente para formar dos equipos, compite por entrar en la selección nacional. Este grupo es enviado a un complejo deportivo llamado Cerro Pelado, donde se les mantiene en cuarentena durante su preparación final para las competiciones internacionales. Dado que el bloque soviético no tenía experiencia en el campo del béisbol, el sistema hubo de ser adaptado para adecuarse a este deporte, y aquí la aportación cubana, con una nada desdeñable proporción de influencia norteamericana en lo tocante a los métodos y las técnicas de entrenamiento, desempeñó un papel vital.
En el antiguo bloque soviético, particularmente en Alemania del Este, este sistema produjo atletas que se conducían con eficiencia robótica: sin elegancia, sin creatividad. En atletismo y en algunos deportes de equipo, los resultados fueron impresionantes. Pero el béisbol es un deporte en el que las condiciones atléticas juegan un papel menor, y cuyas tradiciones en el ámbito del entrenamiento y la competición son más artísticas que científicas. La suerte de saber popular que pasaba de generación en generación sobre la práctica del deporte y la mejor forma de estar en forma difería de la gris y mecánica aplicación de los axiomas soviéticos y alemanes. No obstante, los entrenadores y preparadores cubanos recibieron este tipo de instrucción, en la que se incluía, por supuesto, medicina deportiva, educación física y estrategia. A medida que los hombres con experiencia en el béisbol profesional o la liga amateur envejecieron, los nuevos mentores fueron entrenados según el sistema soviético, con las inevitables desviaciones. Fuentes me comentó que había empezado a entrenar a los 22 años, cuando fue seleccionado con algunos otros para recibir instrucción formal. Es un hombre culto y de voz suave que sopesa todo con cuidado y no muestra emoción. Cuando le comenté a Enrique Núñez Rodríguez, un periodista de los 70 conocido por su sentido del humor, que Fuentes había jugado muy poco tiempo, lo tildó de producto de laboratorio, alguien que había sido programado como un robot. Así pues, las generaciones de cubanos más viejos son conscientes de que hay una diferencia en el estilo de juego, y muchos jugadores cubanos siguen desempeñándose con una sagacidad que debe más al saber popular que a los manuales de los técnicos.
Las páginas de Béisbol 1968: Guía Oficial, un resumen estadístico de la octava Serie Nacional, la primera que siguió a una expansión sustancial en el número de equipos participantes, dejan sentado con gran claridad cuáles eran los objetivos de la INDER: "Nuestras más altas organizaciones deportivas no han tenido nunca en cuenta el grado de asistencia a un torneo o la paridad entre equipos, porque su interés primordial ha sido siempre la progresión de los atletas, y no había dudas de que está expansión favorecería el mayor desarrollo de los atletas, como fue el caso." Aunque esta expansión artificial no acabó con el interés de los aficionados, otros cambios posteriores, inspirados por los mismos objetivos, sí lograron mermarlo. Equipos con nombres genéricos que designaban su estatus "selectivo" no podían ser en modo alguno interesantes. El sistema, sin embargo, siguió produciendo jugadores de béisbol, pero a expensas de aquellos que no lograron ascender por la pirámide del éxito y cuya educación había tenido que ver en general con el deporte.
Pero el gran fracaso del béisbol posrevolucionario proviene de lo que no puede sino llamarse "deficiencia épica". Es evidente que el deporte en el mundo moderno ha tomado el lugar de la épica, y que ésta es la razón de que pueda ser asimilado por un régimen o un movimiento político en el proceso fundacional de una nación. Pero los sucesos épicos deben ostentar una grandeza absoluta, han de ser insuperables en lo que toca a la fuerza, la destreza y el coraje de los héroes que los protagonizan. No hace falta añadir que hablamos de una grandeza asumida que no se puede verificar, como sí puede serlo en el mundo moderno. Aquiles, Héctor y Eneas fueron héroes de logros insuperables en cualquier parte de su universo conocido. Ninguno era mejor. Con estos logros venía la fama. Los héroes protagonizaban sucesos épicos, y éstos eran cantados por los poetas, que extienden su renombre del tal manera que llega a rivalizar con el de los dioses. En nuestro tiempo, el deporte amateur raramente puede aspirar a estas alturas. Siempre tenemos la sensación de que, no importa cuán grandes sean sus hazañas, no pueden en modo alguno compararse con las de los profesionales.
Esto es así, en particular, en el caso del béisbol, por la existencia de las ligas mayores. Ha habido incontables amateurs de potencial en apariencia ilimitado que han fracasado en las ligas mayores, cuando han debido enfrentarse diariamente a los mejores del mundo. Cuando llegamos al terreno de las actuaciones, no importa si el individuo recibe o no una paga; todo lo que se requiere es que compita según las reglas y limitaciones del deporte en cuestión. Hay algunos absolutos en la medida de las realizaciones humanas, particularmente en los deportes y las artes, que existen sin consideración a las circunstancias. Fuera de ello cualquier otra consideración es moral, política, o las dos cosas, o cae en el campo aberrante de la obsesión racial. Un atleta o un artista, bien es el mejor, bien está entre los mejores, o bien es un perdedor que caerá pronto en el olvido. Los logros de los jugadores de béisbol cubanos están atemperados por esta carencia épica. Por supuesto, Omar Linares consiguió tres jonrones en un mismo partido durante las Olimpiadas de 1996, pero, ¿contra quién? José de la Caridad Méndez aplastó a los Rojos de Cincinnati, y Cristóbal Torriente tuvo las mejores estadísticas de lanzamiento de la liga negra americana. Miñoso bateó para trescientos en la Liga Americana, y Camilo Pascual ganó veinte juegos. Tengo la certeza de que Linares hubiera brillado en las ligas mayores, pero nunca sabremos si se hubiera convertido en otra de las incontables decepciones en las que se depositan fortunas y que luego fracasan. De Clint (The Hondo Hurricane) Hartung se esperaban cosas tan grandes que se hablaba de que iría directamente al Salón de la Fama. Pero sus lanzamientos no estuvieron a la altura de lo requerido en la liga superior, y fracasó.
El asunto de la fama es tan exigente como cruel. El hecho es que, por mucha importancia que las autoridades cubanas deseen otorgar a los torneos de béisbol amateur como la Copa del Mundo, la Serie Mundial amateur, los Juegos Panamericanos e incluso las Olimpiadas, el resto del mundo les presta muy poca atención. En los Estados Unidos sólo una minoría sigue el béisbol universitario, y el Team USA es seguido por una minoría diminuta, por mucho que más de cincuenta mil seguidores presenciaran la derrota de su equipo ante Cuba en las Olimpiadas de Atlanta. Todo el mundo sabe que los mejores jugadores jóvenes están en el grupo de los profesionales, y que un equipo medio de la clase AA es capaz de derrotar un día sí y otro también a Team USA. Dejando de lado la cuestión de si es justo o no, la fama de los jugadores de béisbol amateur, inclusive los cubanos, no se halla muy extendida. Sus marcas no provienen de enfrentamientos con lo más alto de la competición. Este no es el caso del atletismo, donde las Olimpiadas constituyen la forma más alta de competición, y alguien como Adalberto Juantorena es conocido por haber derrotado a los mejores del mundo y protagonizado una hazaña digna de su tiempo. Sus logros respondieron a los requerimientos de la épica.
Incluso en Cuba, aunque a contracorriente del proclamado espíritu colectivista del sistema político, algunos de estos atletas son investidos de una gloria local. Omar Linares, hasta donde las circunstancias lo permiten, disfruta de un estatus de estrella en Cuba. Pero el renombre de estas luminarias no se halla tan extendido como antes de 1959. Una de las razones para ello es la falta de cobertura informativa y mediática. La prensa en Cuba se halla firmemente controlada por el gobierno, que la emplea como instrumento de propaganda. Los deportes son un componente importante de esta propaganda, por lo que es improbable que muchas historias picantes sobre los atletas y los partidos asomen a las páginas de los periódicos y revistas para acrecentar el aura de los jugadores. Las publicaciones deportivas escasean en comparación con lo que existía antes. La cobertura de la radio y la televisión es mucho más abundante, pero apenas quedan huellas de la misma. La falta de publicidad comercial no puede ser compensada por una propaganda política que usa a los atletas pero que, excepto en los aspectos puramente ideológicos, está desenfocada. La más alta forma de reconocimiento para un atleta es aparecer en la prensa o la televisión con el Líder Máximo otorgándole a él o a ella la bendición de la patria, porque, en resumidas cuentas, en la Cuba posrevolucionaria sólo puede haber un héroe de proporciones épicas, y ese héroe es Fidel Castro. José de la Caridad Méndez, Martín Dihigo y Roberto Ortiz eran superiores en la mente de los aficionados a los políticos de su tiempo. Pero ningún atleta puede equipararse a Fidel Castro, que es tratado por sus devotos como si fuera la encarnación viviente de la nación cubana. ~
Traducción de Jordi Doce
(Sagua la Grande, Cuba, 1943) es Sterling Professor de literatura hispanoamericana y comparada en la Universidad de Yale.