Bolivia: el patio trasero de Hugo Chávez

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“Vamos a sentar autoridad con las petroleras. Estos señores deberían estar en la cárcel”, clamaba Álvaro García Linera, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) a la vicepresidencia de Bolivia. Y así fue: pocas semanas después de la toma de posesión del nuevo gobierno, el 22 de enero pasado, dos directivos de la empresa hispano-argentina Repsol ypf fueron a parar unas horas tras las rejas por una denuncia de contrabando de petróleo. El caso no prosperó, pero fue la demostración de que el presidente Evo Morales y su equipo no cejarían en sus intenciones de castigar a la industria petrolera extranjera, chivo expiatorio de una sociedad frustrada ante la incapacidad de sus gobernantes para transformar los abundantes recursos naturales en riqueza para todos.
Fue precisamente el hastío frente a la clase política tradicional lo que llevó al poder al más improbable de los candidatos, Evo Morales, indígena aymara y dirigente del sindicato cocalero, que se hizo con la mayoría absoluta en la primera vuelta, algo que nunca había ocurrido en los 25 años de democracia. La ventaja obvia de esa victoria arrolladora era que el nuevo presidente iba a gobernar sin las componendas que tanto daño habían hecho a Bolivia, el país más inestable y más pobre de América del Sur desde su independencia, en 1825. En cambio, la trayectoria política de “Evo” –“Me llamo Evo, no más”– y García Linera era motivo de preocupación. Ambos habían pertenecido a organizaciones violentas. El primero lideró durante muchos años la lucha de los cocaleros del Chapare contra la erradicación de la hoja y era normal que las manifestaciones terminaran con balazos y muertos de ambos lados. El segundo, profesor y analista, fue aún más radical y pasó cinco años en la cárcel (1992-1997) por su participación en un atraco y varios atentados cuando era miembro del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK). El jefe de esta organización era el dirigente aymara Felipe Quispe, “el Mallku” (el Cóndor), partidario de la “indianización” del estado bajo su antiguo nombre de Qoyasullo, “donde los mestizos perviven pero bajo el predominio indígena”, según la definición de García Linera. Hoy, Quispe es un rival acérrimo de Evo Morales. “El Evo es indígena, pero su cerebro no”, se lamenta.
Una acotación sobre el indigenismo del nuevo presidente. Según el censo de 2001, el 62% de los 9 millones de bolivianos se considera de origen indígena, pero muchos, como el propio Evo, se manejan mejor en español que en aymara o quechua. De hecho, era el “blancoide” García Linera, según la expresión local, el que recurría más a menudo a los idiomas indígenas en los mítines, en los que siempre lucía un poncho más colorido que el de Evo. Más allá de la fascinación folclórica, la explicación está en su bagaje ideológico, afianzado en México cuando estudiaba sociología en la unam y sedimentado en las filas del egtk, y que le ha llevado a entremezclar el marxismo con el indigenismo, como lo han hecho Sendero Luminoso en Perú o el zapatismo después de 1994. A pesar de las apariencias, García Linera es ideológicamente más radical que Evo, pero sus rasgos étnicos y sus silencios calculados le han granjeado un cierto nivel de confianza dentro de las clases medias e, incluso, con algunos empresarios. En cambio, la lectura de sus textos –algunos publicados unos meses antes de las elecciones, cuando él no sabía todavía que iba a ser candidato– revela a un intelectual exaltado, que celebra el inicio de la “guerra civil”, esa “rebelión india” que acabó con “la orgía liberal” y obligó al presidente Sánchez de Lozada a huir del país en octubre de 2003. El autor rechaza la “democracia liberal, mediante el voto individual”, y propone en su lugar una “democracia comunitaria”, que se apoya en los mecanismos tradicionales de decisión en las sociedades indígenas, asamblearios y excluyentes. Es decir, los retrógrados “usos y costumbres” consagrados como el último grito de la modernidad. Las similitudes con el discurso del subcomandante Marcos saltan a la vista, pero el estilo del boliviano, salpicado de terminología marxista, es horriblemente farragoso y no tiene la gracia ni la ironía de los primeros textos del mexicano. Como contrapartida, García Linera no se ha quedado en la retórica vacua: ha respetado las reglas de la democracia y ha sido electo, no obstante sus reservas teóricas sobre el voto individual.
Evo y García Linera pronunciaban discursos incendiarios durante la campaña electoral, que siempre matizaban después con declaraciones apaciguadoras. Primero, en el mitin, amenazaban a los “vendepatrias” y se comprometían a “enfrentar al imperialismo americano con la fuerza del pueblo”; luego, ante la prensa, señalaban: “Vamos a apostar al diálogo con Estados Unidos pero no aceptaremos el amedrentamiento. Si Bush quiere venir, será bien recibido. Podremos hablar de la coca”. Y, para despertar a un público en general bastante apático en los actos electorales, un conjunto musical se encargaba de resumir los discursos en palabras fácilmente asimilables: “¡Que viva la coca! ¡Que mueran los yankis! La coca para siempre vivirá”.
Con la victoria confirmada, y antes de asumir el poder, los triunfadores empezaron a descuidarse. Cuando aún no había concluido el recuento de votos, Evo no dudó en acusar a la Corte Nacional Electoral de haber depurado el padrón para favorecer a sus adversarios. Siendo ya presidente, cuestionó la honestidad de los magistrados del Tribunal Constitucional por haber anulado su orden de intervenir la compañía aérea lab. El poder judicial denunció con dureza “esta arremetida sin precedentes en la historia democrática del país” y ratificó su decisión de “preservar el Estado de Derecho”. El incidente revela la poca fe de Evo en la independencia de poderes y es una señal inquietante de lo que podría pasar si el MAS consigue imponer una Carta Magna basada en el modelo venezolano, para asegurar su reelección. Para ello, necesita obtener una mayoría de dos tercios de los 255 delegados en la Asamblea Constituyente, que será elegida por sufragio universal el 2 de julio, y no es descartable que lo logre, “de a buenas o de a malas”, como suelen decir los dirigentes del MAS.
Antes de este episodio, Evo había viajado a Caracas y La Habana, donde empezó a quitarse la careta al apuntarse con un entusiasmo desbordante al “eje del bien”, conformado por Hugo Chávez y Fidel Castro, para luchar contra el “eje del mal”, o sea Washington y sus aliados. Luego emprendió un largo recorrido por tres continentes, empezando por Madrid, donde hizo un viraje retórico de 180 grados para tranquilizar a los empresarios. Repitió uno de los leitmotiv de su campaña electoral: “Necesitamos socios, no patronos”, pero desmintió que tuviera la intención de “expropiar” las petroleras y prometió un marco jurídico estable para las inversiones extranjeras, sin entrar en detalles. Todo muy difuminado, para ahorrarse preguntas incómodas.
La cálida acogida dispensada por el gobierno español y la fijación de los medios con el atuendo informal del presidente boliviano, una chompa de rayas azules y rojas, lograron trivializar la visita y quitar hierro a los asuntos más polémicos. Las sonrisas se congelaron levemente cuando se descubrió que Evo había llegado con escoltas venezolanos en el avión que le había prestado Chávez. Se supo también que Venezuela había organizado la agenda de Evo y tuvo que anular discretamente su viaje a Teherán, porque el Falcon Jet de Chávez estaba matriculado en Estados Unidos y los iraníes no permiten la entrada de aeronaves de ese país. Este incidente, bochornoso tanto para Evo como para Chávez, tiene el mérito de aclarar las cosas: mientras los iraníes mantienen una política consecuente con su odio al “gran Satán”, el venezolano se pasa la vida pronunciando soflamas contra el “imperio” pero es su primer socio comercial, le vende el 60% de su producción petrolera y registra sus aviones allí.
Mientras Evo volaba por el mundo, hasta China, sus “hermanos Hugo y Fidel” preparaban la “invasión humanitaria” de Bolivia, bajo el pretexto de la salud y la educación. El anillo de acero empezaba así a formarse alrededor de Evo, como los cubanos lo habían hecho con Salvador Allende en Chile o Daniel Ortega en Nicaragua. Unas inundaciones, en febrero, fueron la excusa para mandar una misión de 140 médicos, que creció como la espuma en las semanas siguientes, hasta superar los setecientos. Dados los precedentes, no hay motivo para pensar que los galenos vayan a regresar a Cuba cuando termine la emergencia: a Guatemala llegaron para ayudar a las víctimas del huracán Mitch, en 1998, y allí siguen. Según La Habana, hay más de 25 mil médicos cubanos fuera de la isla, incluyendo varios miles en Venezuela. Atienden a la población que vive en lugares remotos, donde no llegan las redes públicas de salud, pero ejercen también una función política, mucho más eficiente que las misiones clandestinas de los guerrilleros harapientos liderados por el Che Guevara en la selva boliviana a finales de los años 60.
La atención sanitaria permite ganarse los corazones de la población desasistida y, también, camuflar las actividades de otros asesores cubanos y venezolanos. Entre las tareas que les han sido encomendadas en Bolivia figura la entrega de cédulas de identidad a más de un millón de ciudadanos indocumentados. Se trata de una misión muy sensible en términos políticos, porque se realiza en previsión de los comicios para la Asamblea Constituyente y a raíz de las quejas de Evo sobre el padrón. Esto ha dado pie a las sospechas sobre una posible manipulación del censo electoral con el objetivo de facilitar la mayoría de dos tercios que necesita el mas para redactar una Carta Magna a su medida. La oposición, que no se ha recuperado del todo de su tremenda derrota electoral, teme que el gobierno intente darle el golpe de gracia con esas maniobras. “Evo Morales se llena la boca hablando de soberanía, dignidad y no injerencia, pero permite que cubanos y venezolanos estén hasta en la sopa”, se quejó Fernando Messmer, jefe del grupo parlamentario de Podemos, el principal grupo de oposición.
La injerencia de Venezuela es cada día más descarada. El propio Hugo Chávez asistió a la primera reunión de gabinete de Evo, pero este hecho insólito pasó casi inadvertido. Para buscar precedentes habría que remontarse a la Nicaragua sandinista, cuando el embajador cubano se sentaba en las reuniones del gobierno. ¿Se imaginan el escándalo si George Bush hubiera sido invitado a participar en un consejo de ministros de Álvaro Uribe o de Vicente Fox? Además, el presidente venezolano va a involucrarse de lleno en la campaña por la Constituyente, como ya ha anunciado Evo, que ha convocado a los bolivianos a asistir masivamente a los actos previstos con Chávez. “Es un presidente que se pelea con Estados Unidos y puede contarnos cómo llevó adelante la Constituyente en Venezuela, cómo hizo frente a los gringos y cómo se ha defendido de las oligarquías”, explicó.
Chávez y Castro –“Nuestro abuelo, nuestro sabio, quien nos orienta”, dijo Evo– parecen haber tomado el mando para las grandes decisiones que afectan el futuro de Bolivia. Castro pone el guión, Chávez, el dinero y Evo, el laboratorio social para experimentar, ahora con los indígenas bolivianos como cobayas, una fórmula que ha fracasado por su empeño en ideologizar las reglas básicas de la economía. La firma de un Tratado de Comercio de los Pueblos (tcp), en La Habana, a finales de abril, y el anuncio, dos días después, de la nacionalización de los hidrocarburos son una ilustración concreta del sometimiento del gobierno boliviano a los intereses políticos de sus nuevos aliados.
El tcp es una chapuza en respuesta a los Tratados de Libre Comercio (tlc) impulsados por Washington. Siguiendo los pasos de Perú y los otros países andinos, Bolivia se hallaba en la tesitura de negociar un tlc que permitiría, de entrada, prorrogar los privilegios arancelarios otorgados por Estados Unidos, que concluyen el próximo 31 de diciembre. Estos acuerdos preferenciales fueron el motor de la joven industria de Bolivia (ropa, joyería y muebles), cuyas exportaciones, en pleno auge, alcanzan los 300 millones de dólares al año (10% de las ventas totales del país) y dan trabajo a 120,000 personas en las fábricas y los talleres artesanales que han florecido sobre todo en la ciudad de El Alto, en la periferia de La Paz.
¿Qué ofrece el tcp suscrito con Chávez y Castro el 29 de abril? Evo anunció que Caracas se había comprometido “a comprar toda la soja boliviana”, cuyo principal mercado era hasta ahora Colombia, que además paga un mejor precio. Sin embargo, cuando Chávez dijo que iba a mandar diesel y asfalto a Bolivia, agregó un comentario insolente que lo dice todo: “Evo, toma todo esto, me lo pagas cuando puedas, con soja si quieres”. Los mercados de Bolivia no pueden depender de las ocurrencias de Chávez pero, por lo menos, Venezuela tiene una enorme capacidad de compra, mientras Cuba es un agujero negro en términos comerciales. “A Cuba exportamos por valor de cinco mil dólares anuales”, ha señalado la Cámara boliviana de exportadores. El más pequeño de los talleres de El Alto que exportan a Estados Unidos vende por un monto superior a todas las compras anuales de Cuba a Bolivia.
A su regreso de la cumbre de La Habana –“Un gran encuentro de tres generaciones, de tres revoluciones que profundizaremos”–, Evo decretó la nacionalización de los hidrocarburos y mandó al Ejército a ocupar las sedes de las petroleras. La noticia encendió las alarmas porque llegó acompañada de una vertiente confiscatoria que había sido expresamente descartada en la campaña electoral por el propio candidato, para no asustar al capital foráneo. Evo hablaba entonces de negociar un trato más justo para Bolivia a través de la nacionalización del recurso natural y de su comercialización, pero no de las empresas extranjeras. Y ahora resultaba que esas garantías eran un engaño a los amigos brasileños y españoles, cuyas prospecciones e inversiones (cerca de tres mil millones de dólares desde 1997) han levantado la industria petrolera del país.
La víspera de su viaje a Cuba, Evo había hecho declaraciones que indicaban que no tenía previsto decretar la nacionalización tres días después. “Si tenemos expertos petroleros, no están en este momento trabajando en Bolivia, sino en las transnacionales […] ¿de dónde conseguimos ese batallón de expertos petroleros que tienen que asumir el control y ejercer el derecho de propiedad?” Chávez le resolvió el problema en un pispás al mandarle sus propios expertos. No se paró ahí: él mismo telefoneó a los presidentes de España, Brasil y Argentina para explicarles el alcance de la medida. La iniciativa no le hizo ninguna gracia al presidente brasileño, Lula da Silva: “Está indignado”, comentó una personalidad de su entorno. Lula está particularmente dolido porque apoyó moralmente la candidatura de Evo en nombre de la solidaridad de izquierda y también porque Brasil, a través de Petrobras, tiene inversiones muy importantes en el país vecino y depende en buena medida del gas boliviano para el funcionamiento de su industria.
El vicepresidente dio la cara para justificar la nacionalización y lo hizo con bastante mal talante. “La decisión del gobierno está en los artículos del decreto. Ésos no se revisan, no se conversan. Se acatan”. Y, con toda naturalidad, agregó que la inversión extranjera era bienvenida: “La necesitamos, pero los tiempos de las ganancias excesivas se han terminado”. Para el capital externo, la invitación no suena muy amistosa, y no sólo por el tono de García Linera, sino también porque no descartó recurrir a la expropiación, como lo advirtió en una entrevista radiofónica: “Puede procederse a la confiscación” si esas empresas no aceptan vender las acciones que el Estado necesita para tener la mayoría del “50% más una”.
La sensación de haber sido engañados se ha extendido también al gobierno español, que, según el propio Evo, le brindó en privado su apoyo político y le prometió que duplicaría la cooperación si ganaba las elecciones. A pesar de todo, los reproches han producido en el flamante presidente boliviano el efecto inverso al esperado: en lugar de amilanarse, se ha envalentonado porque se siente aupado por el dúo Chávez-Castro, tiene el apoyo del movimiento altermundialista y cuenta con simpatías en la prensa internacional. Fue muy obvio en Viena, donde participó en la Cuarta Cumbre Unión Europea-América Latina los días 11 y 12 de mayo. En una conferencia de prensa multitudinaria, Evo se despachó a gusto contra las empresas extranjeras, en particular brasileñas, que “no pagan impuestos y son contrabandistas”. Esgrimiendo un argumento rechazado por los tribunales bolivianos, aseguró que “los más de setenta contratos” firmados por las petroleras en la última década eran “inconstitucionales” al no haber sido ratificados por el Congreso. “Si Bolivia antes era tierra de nadie, hoy le pertenece a los bolivianos, especialmente a los indígenas”. Se llega así a una conclusión lógica: “No hay por qué pensar en la indemnización” de esas empresas que se han aprovechado de la situación anterior. ¿Cómo se compagina esto con la “seguridad jurídica” que el gobierno se ha comprometido a garantizar a los inversores extranjeros?
Durante su viaje a Madrid, Evo saludaba a los camareros y a los choferes con un efusivo “compañero”, para luego emprenderla con sus ancestros, que desarrollaron “políticas de exterminio de los pueblos indígenas”. Lo ha repetido en Viena, con esa mezcla de ingenuidad y prepotencia que le caracteriza, cuando se quejó de no haber recibido aún la ayuda española prometida unos meses antes: “Hasta ahora, no he visto nada. […] Esperamos que, después de 500 años [de saqueo], podamos hablar de reparar los daños”. Hugo Chávez, su mentor, no lo hubiera hecho mejor. La diferencia, quizás, es que al día siguiente Evo tuvo que rectificar para que no fuera desprogramada una entrevista con el presidente Rodríguez Zapatero. Bolivia no es Venezuela y sus reservas de gas no alcanzan ni la décima parte del valor de los yacimientos petroleros que le dan a Chávez tanta libertad para insultar por doquier y financiar a los enemigos de su enemigo, el “imperio yanqui”.
La situación del gobierno español recuerda a la de Jimmy Carter en 1979, cuando se comprometió a ayudar a los sandinistas, recién llegados al poder tras derrocar al dictador Anastasio Somoza. Carter tuvo que suspender el envío de fondos pocos meses después, al admitir que los nueve comandantes lo habían engañado con sus discursos a favor de la democracia y del consenso, mientras creaban las condiciones para instalar un régimen totalitario de corte colectivista bajo la estrecha supervisión de los cubanos. Veinte años antes, Fidel Castro había ido con el mismo cuento cuando aseguró al enviado especial de The New York Times, Herbert Matthews, que tenía la firme intención de “organizar elecciones” y que era amigo de Estados Unidos.
¿Se va a repetir la historia con el “primer presidente indígena de Bolivia” electo por sufragio universal? Algunos ingredientes y el contexto internacional son diferentes –la guerra fría terminó hace tiempo–, los actores también, con la excepción de Fidel Castro, cuya sombra ha crecido gracias a los petrodólares de Chávez, pero la obsesión antiimperialista y los comportamientos antidemocráticos siguen siendo el motor de la vida política en buena parte de América Latina. A los cien días de la llegada al poder de Evo Morales, la simulación empezaba ya a hacer aguas por todas partes. Se había vuelto más complicado mantener los dos discursos, uno radical e intransigente cuando hablaba en su tierra, y otro moderado y flexible cuando se dirigía a sus interlocutores extranjeros. A raíz del anuncio de la nacionalización de los hidrocarburos, sólo queda el primero, y los dirigentes bolivianos van endureciendo el tono a medida que arrecia la crítica de la comunidad internacional. El nivel de obcecación, derivado del sentimiento de culpa de la colonización, es tal en las sociedades democráticas que casi todos los sectores –los gobiernos, las empresas, los medios– se empeñan en relativizar las amenazas proferidas por los autoproclamados libertadores de los pueblos. Hasta que se cumplen, y en general ya es demasiado tarde para neutralizarlas y enderezar el rumbo. ~

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(Tánger, Marruecos, 1950) es periodista. Fue corresponsal de Le Monde en México. Es coautor de ¿Quién mató al obispo? (Ediciones Martínez Roca, 2005).


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