Carta desde un mar

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Familia, ya sé que llevo mucho tiempo sin escribirles, pero es que ya quedan muy pocas de las botellas en que les envío las cartas y que tiro al mar esperando que el azar haga bien las cosas … Sé que estamos en Navidad porque Maqroll el gaviero loco está cantando yingobels yingobels acompañado de su ukelele… Tal vez ahora sí llegue yo a casa antes del final del año, depende de que termine esta constante noche que nos rodea y que abarca todo el horizonte escondiendo a esos grandes pájaros blancos que allá arriba vuelan chillando teke li li, teke li li, teke li li… La noche que no aclara una luna cobarde nos envuelve desde quién sabe cuándo, nos retiene prisioneros, nos vuelve ciegos o tontos o zombis, de modo que para saber que aún quedamos algunos nos llamamos a gritos: ¡eh, Gordon Pym!, ¡eh Heliodoro!, ¡eh Simbad!, ¡eh Maqroll!, ¡eh Korzeniowski!, ¡eh Sebastián!, que creo que soy yo, pues a veces yo también me grito ¡eh Sebastián! porque con tanta confusión y tanta noche uno llega a pensar que el que está casi invisible pero cerca no es otro marinero sino uno mismo, el hijo, el nieto, el hermano de ustedes, o sea yo, pero otro, y es que ya no sé ni cómo me llamo, cómo se llama el barco ni qué matrícula y nacionalidad tiene… Y así vamos perdidos en un mar que el capitán dice que brilla por su ausencia en los mapas, y la aguja de la brújula sólo gira y gira como un derviche desenfrenado… Y disculpen la mala letra pero ya digo que es culpa de la noche y que escribo a ciegas oyendo las pocas botellas que todavía ruedan de aquí para allá en la cubierta, vacías del ron que antes guardaron y que ahora está repartido en las cabezas de mis compañeros marineros que a veces cantan desafinadamente Quince hombres van en el cofre del muerto, ay ay ay la botella de ron… En fin, quiero decirles que si lo quiere el Destino, que es el nombre que algunos dan al azar, en alguna noche de Navidad llegaré a casa, y les pido que me dejen la llave bajo la esterilla ante la puerta, yo entraré en silencio cuando todos duermen, y por favor me ponen la cena navideña aunque sea en la mesa de la cocina, bajo el amarillento foco de sólo sesenta vatios asediado de moscas, sólo eso pido, que al llegar yo (porque tarde o temprano llegaré, se los juro) encuentre el familiar y querido paisaje interior del Hogar Dulce Hogar, y no es necesario que estén ustedes despiertos, mejor que duerman ustedes y me reciban a la mañana siguiente, así será más alegre el momento ¿no les parece?… Dirán ustedes que soy un ingrato, que ninguna necesidad tenía de hacer tan largo viaje, y me declaro culpable, me digo que para qué les habré yo mentido diciendo que me iba a remar en barca al lago de Chapultepec o a recorrer en chalupa el laberinto de agua de Xochimilco, y para qué luego les habré vuelto a mentir diciendo en la primera de las botellas mensajeras que me hallaba en Venecia, con el nombre de Tadzio y trabajando de gondolero y paseando turistas, pero es que, de veras, yo no sabía que mentía, lo que pasaba es que como ustedes han de saber ya desde chico yo, cuando iba a la escuela en días de lluvia, me gustaba meter los pies en los charcos de la calle, y sentía que el charco tiraba de mis pies, y que por ahí el mar alargando uno de sus tentáculos de gran pulpo líquido ya empezaba a secuestrarme, a llevarme lejos de casa, de la ciudad, de la serie de todos los días: lunes y martes y miércoles y jueves y viernes y sábado y domingo y vuelta a empezar, en fin que ya el mar me hacía hombre de mar, y siempre supe que ése era mi futuro señalado por quién sabe qué Dios, es decir que estaba yo destinado a ir y venir por estos mares del mundo cuyo oleaje rumoroso me llamaba ya desde antes de nacer, tal vez desde antes de ser un mero escalofrío lúbrico en la espina dorsal de Papá y Mamá, pero no sabía que más allá de cualquier línea del mapa sólo hay un horizonte que es un círculo de noche alrededor de la Tierra, una noche que la luna temblorosa no alcanza a despejar, y ya casi no hay raya de horizonte, así que quién sabe en qué momento este veterano barco, tan curtido en mares y en tormentas y en calmas chichas y en servicios de guerra y en contrabandos y piraterías y trata de negros y transporte de desterrados, perdió el rumbo y empezó a navegar más allá de las rutas leídas en los mapas y aconsejadas por la brújula y cursadas por el capitán Konrad, y fue de tal manera como acaeció un día que ya no había islas ni continentes al sur ni al norte ni al este ni al oeste, sólo la densa noche en la que nosotros, pobres marineros, estamos metidos y perdidos, aunque el capitán Konrad, entre dos desesperadas fumadas de su pipa de forma de sirena, jura y perjura que ya mero llegamos, que ya se huele la tierra, que ya le llegan a las expertas marineras narices las ráfagas aromáticas de las bellas muchachas morenas que entre palmeras borrachas de sol nos esperan en la isla Innombrada cantando “brindo placer a los hombres que vienen del mar”, pero más bien yo creo que el capitán ya sufre, ¿o goza?, del delirium tremens o tal vez del alzheimer, y que, aunque navegamos sin rumbo, él cree que está luchando con el mar toda la noche, desde Ulises al Capitán Nemo al comandante Cousteau…

Y las locas botellas vacías ruedan en cubierta y Maqroll el gaviero loco toca su ukelele: tilin tilín iiieeeuuuu, tilín li li ling iiieeeuuu, y canta desafinado:

Soy barco viejo y perdido

que navega ebrio y solo

por los mares del olviiidoooooo…

(Publicado anteriormente en Milenio Diario)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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