Cincuenta piedras

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PIEDRA DE SOL, 50 Aร‘OS

Hace ya cinco dรฉcadas, en 1957, se publicรณ un poema que, por diferentes razones, debe ser entendido como el fiel de la balanza y el pivote de la poesรญa mexicana del siglo XX: Piedra de sol, de Octavio Paz. Los casi seiscientos endecasรญlabos que lo componen (prรกcticamente todos ellos acentuados en la sexta sรญlaba, como si aspiraran a llevar tatuado en su propia forma ese punto central o mediodรญa que la obra de la que forman parte representa para la tradiciรณn lรญrica hispanoamericana) recorren, siguiendo una ruta de cรญrculos concรฉntricos, el espacio de la intensidad amorosa y, mejor aรบn, el universo de la pasiรณn erรณtica entendida como destino y revelaciรณn, como visiรณn profรฉtica y delirio lรบcido, como indagaciรณn vertiginosa del cuerpo y recuperaciรณn de โ€œnuestra unidad perdidaโ€. En la estirpe de los grandes poemas que lo precedieron y alimentaron [โ€ฆ], Piedra de sol supone al mismo tiempo un rejuvenecimiento y una decisiva maduraciรณn. Madura juventud, la de Paz, que le permitiรณ incorporar su propia rebeldรญa y sus propias obsesiones al corpus de una literatura que, al admitirlo entre sus componentes, tambiรฉn subrayรณ sus diferencias: โ€œarco de sangre, puente de latidos, / llรฉvame al otro lado de esta noche, / adonde yo soy tรบ somos nosotros, / al reino de pronombres enlazadosโ€ฆโ€ (Mural, 31 de marzo de 2007)

– Luis Vicente de Aguinaga (Guadalajara, 1971)

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