“Con el arrancón qué cosa sucede, qué cosa sucede con el arrancón”, canturreaba el Taxista Filósofo, parodiando una famosa rumba o conga, “El apagón”, que allá en los años cuarenta del XX sabrosamente cantaba Toña la Negra y deliciosamente cadereaba Mapy Cortés. Y aunque sé de la cosa, pues vi, mediados los años cincuenta, un duelo automovilístico de James Dean y otro muchacho en la película Rebelde sin causa, de Nicholas Ray, y en estos días he visto en la prensa y en la tele imágenes a colores de automóviles brutalmente hechos chatarra revuelta con muertos jóvenes, y he leido del caso en el blog de Sheridan, me interesó saber qué opinaba del asunto mi amigo chofer, el Schopenhauer ruletero (o Chopis, como de cariño le dicen los cuates), que seguía canturreando con poca voz y considerable sentimiento.
—Noposí, don— me dijo el virtuoso del volante—, orita el arrancón es un deporte de moda entre los jovenazos de acá de Esmógico Citi, Defectito Federal. Creo que en los Yunaited lo llaman drag racing y allá por los Madriles lo apodan “picada”. Consiste, como la mera palabra lo indica, ¿no?, en una carrera de muy corta duración, vaya, a veces ni siquiera de medio minuto, en la que dos o más jovenazos automovilizados se arrancan a todo acelere en una calle o avenida para ver quién es el más salsa en apachurrar de pronto el freno y parar en seco (si bien algunos llevan no poca humedá a base de chupe alcohólico). Ese es el canijo deporte, pues, y ya no de “pedal y fibra”, como el de la bici, que eso los jovenazos lo han de considerar de mariquitas, sino que es cosa de machos de arranque, acelere y frenón, de chavos de barriada que como la vida les es difícil y sin futuro se dicen: “¡Ai nomás pinchemente, pa que me lloren!”, o de chavos pirrurris y yuniors con angustia existencial porque todo se les da fácil y entonces claman: “¡Que la velocidá se tome el trabajo de matarme, pues yo no me tomo el trabajo de vivir!”, y ¡buuurrrrruuum!, se lanzan unos y otros en modo ATM, es decir a toda máquina o a toda madre (que de las dos maneras se puede y aun debe decirse), y de pronto dan el frenazo epopéyico y sin retorno, y… así pasa lo que pasa: que en lugar de sólo frenazo sea tremendo derrape, ¡iiiiiiiihhhhhhh!, y,¡zás!, viene el cabronsísimo choque, ¡burrrumtrash!, y por eso nuestras avenidas y cruceros dan espectáculos tristes en que vehículos, chavos y jovenazos se destruyeron sin por qué ni para qué ni qué… ¡Puro aburrimiento, velocidá y locura, noposí!
Milenio Diario, Miércoles 4 de febrero de 2009
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.