La gasolina aumenta cada enero y acudimos callados de nuevo a llenar el tanque; el precio de las tortillas se va al cielo y resignados trepamos sobre zancos para alcanzarlas; las auditorías comprueban desfalcos millonarios en las gestiones de gobernadores y alcaldes, y evitamos recordar que el capítulo siguiente tendría que desarrollarse en un juzgado o en una prisión; se multiplican los descabezados y los muertos que penden de puentes sobre avenidas transitadas y cambiamos de canal o de periódico o de ruta para ir al trabajo; la redacción de Letras Libres deja un buen día de 2010 de dibujar la tilde diacrítica sobre el adverbio “sólo” y entonces nos decimos que ni modo de dejar de leerla o de estar suscritos a ella por esa pequeñísima (aunque honda e inaceptable) capitulación ante las peregrinas sugerencias de la Real Academia Española y las costumbres de los lectores peninsulares que se busca satisfacer (o cuando menos no incomodar). Pero, ¿no ha llegado el momento de cuando menos declarar nuestra molestia a fin de romper el estado ominoso en el que estamos? Sólo (aunque no solo) me lo pregunto y me respondo que no. ~