Abandonar la idea de revolución es uno de los pasos que más dudas generan en los intelectuales que se consideran progresistas. Si parafraseamos a Walter Benjamin, podemos decir que la revolución tiene un aura, como las obras de arte, que se desgasta cuando se pasa de una fase en que la idea es objeto de culto a otra en la que la idea es exhibida como espectáculo. Benjamin liga esta transición al advenimiento de la posibilidad técnica de reproducir las obras de arte. Durante el siglo XX la idea de revolución se ha reproducido de tal forma que ha acabado siendo una noción conservadora y estereotipada. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en México, donde muchos intelectuales se han resistido tercamente a abandonar el culto revolucionario. Me gustaría considerar brevemente el caso de Octavio Paz, aprovechando el libro Redentores, de Enrique Krauze, que es un meticuloso y apasionante estudio de las conversiones políticas en América Latina. Krauze se pregunta: ¿cómo se pasa de la redención a la democracia? ¿Cómo se renuncia a la revolución para abrazar el liberalismo?
Octavio Paz sufrió una lenta conversión que lo alejó de sus convicciones radicales juveniles. Krauze examina también otros dos casos paralelos, en los que encontramos el ejemplo paradigmático de una transformación casi perfecta (Mario Vargas Llosa) y la situación de un escritor que tercamente se ha negado a abandonar su castrismo (Gabriel García Márquez). La vida de Octavio Paz no se deja reducir a ninguno de estos dos extremos y Krauze se propuso investigar los laberínticos vínculos de Paz con la revolución. El resultado es una de las más agudas críticas que se hayan hecho al pensamiento político de Paz, una crítica sin embargo atenuada por la gran admiración que siente Krauze por el poeta. Para Krauze, Octavio Paz no logró culminar su travesía liberal y se mantuvo siempre, hasta el final, como un revolucionario. No abandonó nunca totalmente su vocación redentora.
Una anécdota es reveladora. A principios de los años noventa, durante una cena, el escritor José Luis Martínez, buen amigo de Paz, le dice: “Octavio, tú en realidad nunca fuiste revolucionario.” Paz se indignó enormemente. Krauze comenta que Paz “había practicado la Revolución a través de la poesía y el pensamiento” y considera que en el poeta hubo siempre una llama revolucionaria viva. Por ello Krauze afirma que “la democracia liberal no podía saciar a Paz. Era demasiado insípida y formal”.
Esto no quiere decir que Paz hubiera quedado anclado en su marxismo y su cercanía a los comunistas de los años treinta y cuarenta. No se había atrevido a defender a André Gide cuando el escritor francés fue atacado en España por haber denunciado la represión estalinista, en el congreso de escritores de Valencia. Siempre lo lamentó. En cambio sí tuvo el coraje de confrontar el dogmatismo de Pablo Neruda, que en los años cuarenta era cónsul de Chile en México. Sin embargo, en esa época, dice Krauze, Paz “seguía arraigado sentimentalmente, en la revolución campesina y zapatista, e ideológicamente a la Revolución mundial profetizada por Marx”.
Cuando una parte de la izquierda comenzó a rechazar la idea de revolución, para sustituirla por la de democracia, Paz se opuso a la idea. Le gustaba más la interpretación trotskista según la cual la Revolución mexicana se había interrumpido y era necesario continuarla. De alguna manera Paz tenía alojada en su espíritu la idea de una maravillosa revolución permanente que podía aflorar tanto en la poesía como en la política, en el arte como en las instituciones.
Paz se volvió reformista pero era al mismo tiempo revolucionario. Por esto Krauze afirma que “no era liberal, sino un peculiar socialista libertario. Paz nunca dejó de ponderar al sistema político al que había servido. Negar esa historia era negar a la Revolución mexicana”. El poeta hizo un severo juicio del marxismo, del leninismo y del bolchevismo. Sin embargo, señala Krauze, faltaba un acusado en el juicio: el propio Octavio Paz. El poeta se dio cuenta y vivió la crítica como un intento acaso vano de expiar un pecado que, dijo Paz en 1975, “nos ha manchado y ha manchado también, fatalmente, nuestros escritos”.
En 1985 Paz espera que el PRI, en un futuro contexto en el que comparta el poder con otros partidos, vuelva al pasado, a sus orígenes, a la inmensa aspiración democrática de 1910: “Realizar esa aspiración será convertir efectivamente a la Revolución en Institución.” Paz no fue un teórico de la política y por ello nos dejó ideas confusas e incluso contradictorias. El gran valor de sus ensayos políticos está en su poder metafórico, la agudeza con que sintetizaba sus juicios, la belleza plástica de sus imágenes y el gran refinamiento de su escritura. El motor de sus reflexiones políticas radicaba en la búsqueda incesante y en la crítica permanente de la idea de revolución, bajo todas sus encarnaciones. Acaso temía que si abandonaba esta idea se apagarían las luces con las que iluminaba su exploración de la política. La brillante anatomía biográfica de Krauze nos ayuda a comprender que el culto a la revolución dejó cicatrices en el pensamiento de Paz.~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.