X a la izquierda, Y a la derecha. Imagen: Nature

Cuando todos fuimos mujeres

En muchas especies el sexo estándar es el femenino y únicamente la activación de un gen, o el aumento de temperatura, puede detonar otro destino sexual.
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Ismail Ibn Sharif, Sultán de Maruecos, tuvo 525 hijos y 342 hijas entre los siglos XV-XVI, cifras que levantan sospecha si sabemos que la probabilidad de tener un niño o una niña es la misma. Pero ese no es el único ejemplo de una preferencia histórica por una descendencia predominantemente masculina. Los esquimales y los hindúes, han practicado recurrentemente el infanticidio de sus primogénitas porque lo que se espera es que ese lugar lo ocupe un niño y, no es casualidad que el ideograma chino que significa “ser bueno” represente a una mujer embarazada de un hijo, y no de una hija. Todavía, en la mayoría de las sociedades, incluida la mexicana, está mejor visto que “salga un varoncito” en lugar de “tener una nena”. Una rápida búsqueda por internet no solo prueba esta preferencia sino que evidencia la enorme e infundada responsabilidad que se le atribuye a la madre respecto al afortunado o desdichado resultado, cuando en realidad ella solo contribuye con un cromosoma X y es el padre el responsable de aportar el cromosoma complementario que definirá la masculinidad (cromosoma Y) o la feminidad (si aporta otro cromosoma X).

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En 2010 la actriz francesa Eleonoré Pourriat escribió y dirigió la película Majorité Opprimée, a manera de denuncia contra el ataque a los derechos humanos de las mujeres. En ella ilustra lo que sería para un hombre vivir en un mundo dominado por las mujeres. Un año antes de la realización de esta película, la experta en genética Jennifer M. Graves divulgaba la noticia de otro tipo de mundo dominado por las mujeres. Durante una conferencia, frente a unos cirujanos en ciernes sedientos de conocimiento, Graves anunció el destino fatal del hombre como lo conocemos: extinguirse dentro de 5 millones de años a causa de la degradación constante de su cromosoma Y. “Pero no todo está perdido” advirtió, “el hombre seguirá el camino que ha seguido una especie de roedores que logran reproducirse a pesar de no tener los genes que constituyen el cromosoma Y”.

¿Qué implican las declaraciones de Graves?

Primero, que no hay nada que temer. Técnica y genéticamente ya vivimos en un mundo dominado por las mujeres. El ser humano y casi la totalidad de los mamíferos se desarrolla como hembras salvo que un gen especifique que sea de otra manera. Me explico: independientemente de que el cromosoma complementario que haya aportado el padre sea el Y, es hasta la sexta semana después de la fecundación –al activarse un único gen en el cromosoma Y– cuando se definirá el sexo. Ese gen se llama SRY y su labor es impulsar el desarrollo de los testículos[1] y frenar el desarrollo de los ovarios. Si ese gen funciona correctamente, la combinación XY continua su transformación en macho, pero si el gen falla o no está, el embrión, originalmente fecundado por XY, se desarrollará como hembra.

Al leer la información genética del ADN empaquetado en los cromosomas y comparar su contenido se han detectado similitudes entre ciertas regiones de los cromosomas sexuales. El cromosoma Y tiene algunos genes que se encuentran también en el X y otros que son específicos del  Y, como el SRY. En biología, cuando hablamos de similitudes entre genes, implica la existencia de un parentesco evolutivo de ancestría y descendencia. Así las cosas, no solo Eva no surgió de la costilla magra de Adán sino que se ha podido trazar la historia evolutiva que indica que Y es un descendiente de X. 

Pero debemos precisar. Estudios comparativos de secuencias trazan la historia del X como descendiente de cromosomas autosómicos (cualquiera de los otros 23 cromosomas que tenemos y que son idénticos en ambos sexos).  Hace poco más de 180 millones de años, nuestro ancestro mamífero tenía dos copias idénticas de todos sus cromosomas y la determinación del sexo se producía probablemente por factores medioambientales como la temperatura, tal y como sucede actualmente en cocodrilos y tortugas. Las fuerzas evolutivas de mutación y  recombinación del ADN provocaron que un par de cromosomas se comenzara a distinguir del resto. En uno de ellos el gen autosómico SOX3 involucrado ya desde entonces en el desarrollo de los órganos sexuales, se convirtió en el gen sexual SRY. Este se especializó rápidamente, por selección natural, en el desarrollo de los testículos y desde ese momento fijó su destino quedando atrapado en los machos y dando origen al cromosoma Y. En el otro cromosoma, el gen SOX3 se mantuvo y es lo que hoy conocemos como X, el cual logra recombinar con otros X manteniendo así su estructura y contenido. Por su parte, Y se empezó a especializar agrupando genes específicos para machos, como aquellos implicados en la producción de esperma.

El objetivo de la reproducción sexual es que la información genética de ambos padres se recombine para compensar deficiencias o incrementar las ventajas adaptativas. Cada cromosoma autosómico proveniente de la madre tiene su contraparte proveniente del padre (genes homólogos en cromosomas homólogos), lo que equivale a tener una copia de respaldo de cada gen para que cumplir las funciones normalmente. Con los cromosomas sexuales femeninos (X) sucede lo mismo, no así con  el cromosoma sexual masculino. El cromosoma Y está en una sola copia en machos y no tiene la capacidad de repararse por recombinación con otro Y, lo que ha implicado su paulatina degeneración.

Desde hace 180 millones de años, cuando Y empezó a ser cromosoma sexual, al día de hoy el cromosoma Y se ha reducido tanto que solo le queda el 2% de la información genética original. Estos pocos genes (cerca de 20) que le restan están especializados en las características del sexo masculino. En cambio, X tiene casi 1000 genes que se han mantenido estables a lo largo de la evolución. Para el genetista David Page[2] esta reducción masiva de genes no es sinónimo de la inevitable extinción de Y., puesto que afirma haber encontrado pruebas de que este cromosoma puede doblarse gracias a la existencia de genes que tienen una copia pegada al original pero en imagen de espejo que les permite recombinarse con ellos y en consecuencia repararse a sí mismo. Estas afirmaciones no dejan de parecerle a Jennifer Graves “una masturbación genética del cromosoma Y más que sexo de a de veras (recombinación entre dos cromosomas homólogos)[3]”.

Cuando Graves dice que “el hombre seguirá el camino que ha seguido una especie de roedores que logran reproducirse a pesar de no tener los genes que constituyen el cromosoma Y” no intentaba ser despectiva sino realista ante las abrumadoras posibilidades de la naturaleza para determinar el sexo. Algunas especies relacionadas con el pasado evolutivo cercano del humano usan los cambios de temperatura para determinar el sexo. Las aves, que son aún un grupo evolutivamente más cercano   al ser humano, tienen cromosomas sexuales y usan genes como factores determinantes pero las hembras son ZW y los machos ZZ. Otros mamíferos (como el canguro, el elefante y el roedor al que alude Graves) dependen de la información genética en cromosomas sexuales Y y X como los del humano. El ornitorrinco, miembro del grupo de mamíferos más primitivo y que pone huevos, experimentó otra vía evolutiva antes de que SRY apareciera. Y, en ciertos invertebrados como la mosca de la fruta y la lombriz de tierra, en las que evolucionó el sexo de manera paralela, encontramos también un cromosoma X y un Y. En todas estas especies el sexo estándar es el femenino y únicamente la activación de un gen, o el aumento de temperatura, puede detonar otro destino sexual.

Dadas las evidencias de la historia evolutiva y sus manifestaciones en la naturaleza no debería de sorprendernos que los roedores bizarros de Graves hayan perdido el cromosoma Y y ahora tengan otras estrategias de determinación sexual. Lo que ella y otros genetistas plantean es que mientras hay una evolución promovida por el Y es X el responsable de perdurar la especie.

 

 



[1]Una vez que el individuo desarrolla cierto tipo de órganos sexuales, las hormonas como la testosterona en hombres y los estrógenos en mujeres moldean el resto del cuerpo.

[2]Page también afirma que la especialización de Y es prueba de que este cromosoma está para quedarse.

[3]Andrea Lam. Size Matters: the impending death of the Y chromosome.  In Blog Science Creative Quaterly (SCQ) 19 Marzo 2006 Web. Acceso el 21 de marzo 2014.

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Bióloga e historiadora de la ciencia. Es mediadora educativa, cultural y científica en universidades y ONGs en Lozana, Ginebra y Paris.


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