Su modo de llevar razón con frecuencia
Con frecuencia pienso que su idea de lo que deberíamos hacer es equivocada, y que mi idea es la acertada. Pero sé que a menudo él ha acertado antes, cuando yo me equivocaba. Así que lo dejo equivocarse en sus decisiones, diciéndome a mí misma, aunque no me lo creo, que su decisión equivocada quizá sea en realidad la acertada. Y entonces acaba resultando, como ha ocurrido antes a menudo, que, después de todo, su decisión era la acertada. O, mejor, que su decisión seguía siendo la equivocada, pero equivocada bajo circunstancias distintas a las circunstancias que en realidad se daban, mientras que era acertada bajo circunstancias que yo no terminaba de entender.
Amigos aburridos
Solo conocemos a cuatro personas aburridas. Nuestros otros amigos nos parecen muy interesantes. Pero a la mayoría de los amigos que nos parecen interesantes les parecemos aburridos: los más interesantes son los que nos encuentran más aburridos. De los pocos que están en un punto intermedio, con los que compartimos un interés mutuo, desconfiamos: tenemos la sensación de que en cualquier momento podrían parecernos demasiado interesantes o, también, que nosotros podríamos parecerles demasiado interesantes a ellos.
Visita al marido
Su marido y ella son tan nerviosos que, mientras charlan, no dejan de ir al baño, cerrar la puerta, usar el váter. Luego salen y encienden un cigarrillo. Él entra y orina y deja levantado el asiento del váter y ella entra, lo baja y orina. Cuando la tarde se acaba, dejan de hablar del divorcio y empiezan a beber. Él bebe whisky y ella bebe cerveza. Cuando llega la hora de que ella se vaya para coger el tren, él ha bebido mucho y entra al baño a orinar y no se preocupa de cerrar la puerta.
Mientras se preparan para salir, ella empieza a contarle la historia de cómo conoció a su amante. Mientras habla, él se da cuenta de que ha perdido un guante, carísimo, e inmediatamente, nervioso, deja de escucharla. Sale a la escalera a buscar el guante. La historia está a medio terminar y él no encuentra el guante. Cuando vuelve a entrar en la habitación sin haber encontrado el guante, le interesa aún menos la historia. Más tarde, andando por la calle, le dice, muy contento, que le ha comprado a su novia unos zapatos de ochenta dólares porque la quiere mucho.
Cuando se queda sola, está tan preocupada por lo que ha pasado durante la visita a su marido que anda por las calles muy de prisa y tropieza con varias personas en el metro y en la estación. Sin haberlos visto siquiera, se les ha echado tan de repente encima, como una fuerza de la naturaleza, que no han tenido tiempo para esquivarla, sorprendida de que estuvieran allí. Algunos se vuelven a mirarla y dicen: “¡Santo Dios!”
Más tarde, en la cocina de sus padres, se empeña en explicarle a su padre algo complicado en relación con el divorcio y se irrita cuando no la entiende, y entonces se da cuenta, al final de la explicación, de que se está comiendo una naranja, aunque no recuerda haberla pelado ni haber decidido comérsela.
Dinero
No quiero más regalos, tarjetas, llamadas de teléfono, premios, vestidos, amigos, cartas, libros, souvenirs, animales de compañía, revistas, tierras, coches, casas, fiestas, honores, buenas noticias, cenas, joyas, vacaciones, flores, ni telegramas. Solo quiero dinero. ~
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Estos relatos aparecieron en los
Cuentos completos de Lydia Davis,
publicados por Seix Barral en 2011.
Traducción de Justo Navarro
Es traductora al inglés de Proust, Flaubert y Foucault, y autora de cuentos breves. En 2011 Seix Barral los publicó en español. Este año obtuvo el Man Booker Prize.