Daño a la democracia

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Algunas voces defienden el acto de fuerza perpetrado contra el Congreso por los propios legisladores del FAP y las “brigadas” y “comandos” obradoristas como una medida para impedir el “albazo” de la reforma de la industria petrolera y propiciar la más amplia discusión nacional sobre este importantísimo tema. Es verdad que el tiempo empleado en la deliberación será siempre tiempo ganado, sobre todo en un país como México, donde el Ejecutivo ha sido predominante. Pero el medio que el FAP eligió es contradictorio con el propio fin que persigue y ha infligido un daño considerable a nuestra democracia.

Si por “albazo” se entiende la aprobación del proyecto sin discusión previa, había muchas vías para obstaculizarlo. Para empezar, en el propio Congreso. De no haber mediado la clausura, los diputados y senadores del FAP, y quizá varios del PRI, hubieran tomado la tribuna no con mantas y cadenas sino con argumentos sólidos y una actitud digna que habría movido muchas conciencias. La vía se desechó. Otro camino abierto estaba en el uso de las libertades de manifestación y expresión. Hubiesen podido organizarse manifestaciones ordenadas y pacíficas (no “brigadas” y “comandos”) con un impacto fuerte sobre la opinión pública. La vía se desechó. Los medios han dado cobertura a las posiciones del FAP y su Jefe Máximo se ha placeado en varios noticieros de la radio y la televisión. De haber intensificado esa presencia, con firmeza pero sin amenazas, su prédica hubiese encontrado un eco en sectores medios de la población y en regiones donde las posiciones de izquierda son minoritarias. La vía se desechó. Si la combinación de todas esas estrategias institucionales hubiera fallado y la mayoría del Congreso, en uso de sus facultades legales, hubiese votado en favor de la Reforma tal y como la presentó el Ejecutivo, a la minoría legislativa del FAP le quedaba el recurso de anteponer un amparo en la Suprema Corte de Justicia, que en varios casos delicados ha mostrado su independencia. La vía se desechó.

Pedir que el FAP hubiera acudido a las vías de derecho y no a las de hecho no equivale a soñar con una democracia perfecta. Equivale a sostener que en México deben respetarse los términos elementales, esenciales, imprescindibles de una democracia. No se respetaron por una razón evidente: para López Obrador la democracia liberal no es un modelo aceptable. “Al diablo con sus instituciones” (01-IX-2006), dijo, y lo ha venido cumpliendo cabalmente desde entonces, primero con el Ejecutivo (al que desconoce), luego con el IFE (que descabezó), el Trife (que descalificó), la Suprema Corte (que satanizó), el propio PRD (que dividió) y con el Congreso (que clausuró). El peso real y simbólico del acto que tuvo lugar hace unos días, aunado al cerco que las “pacíficas” adelitas han tendido alrededor de los representantes del PRI y el PAN no sólo mina y socava sino que, en última instancia, niega la democracia representativa.

Los legisladores del FAP no parecen conscientes de la enormidad que significa el haber clausurado su propia casa. El hecho de que los diputados y senadores, imposibilitados de ejercer su trabajo, hayan sido electos por decenas de millones de mexicanos, los tiene sin cuidado. El hecho de que el FAP no haya recibido el voto de la mayoría, los tiene sin cuidado. Ellos creen que representan al verdadero “Pueblo”, a la verdadera “gente”. ¿Y quién les confirió esa máxima representatividad? Una sola persona, su líder, intérprete único de la voluntad del Pueblo.

El acto contra el Congreso abre la caja de Pandora. A partir de ahora, cualquier minoría que quiera imponer su capricho a la mayoría seguirá la receta: bloquear, encadenar, clausurar, secuestrar. ¿Quién podría impedir que los antiabortistas clausuren mañana la Asamblea Legislativa del DF? ¿Quién podría impedir que los que apelan por la pena de muerte secuestren las instituciones hasta que no se haga lo que se les pegue la gana? Si a un grupúsculo religioso le da por revertir el laicismo mexicano tienen desde ya la puerta abierta. ¿Qué sentido tiene el Congreso mismo, y su carácter representativo, si cualquier minoría puede secuestrarlo e imponer su propia agenda? El artículo 40 de la Constitución dice: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, federal”. A partir de ahora cada una de esas palabras, fundadoras del orden liberal desde 1824, está en entredicho. El FAP las ha desechado a cambio de un proyecto caudillista al que le costará mucho trabajo alcanzar el poder por la vía de las urnas que él mismo ha negado. Si pretende alcanzarlo por otra vía, precipitará al país a una guerra civil.

– Enrique Krauze

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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