El sábado pasado en Duisburgo, Alemania, 19 personas perdieron la vida y más de 500 resultaron heridas durante la celebración del último Love Parade de la historia. De los lesionados, 2 más habrían de engrosar la lista de los muertos días después. En total 13 mujeres y 8 hombres, entre 20 y 40 años, de los cuales 6 eran extranjeros, provenientes de Holanda, Australia, China, Italia y España.
La tragedia se desencadenó cuando frente a la entrada de la zona de la celebración (un túnel) se formó un congestionamiento debido al sobrecupo de visitantes. Algunas personas derribaron una valla de seguridad y trataron de acceder a la fiesta por una angosta escalera, aunque también puede ser que simplemente hayan tratado de escapar de la marabunta.
Aquí puede verse una imagen de los momentos anteriores a la tragedia:
http://www.youtube.com/watch?v=hOeEiTUA5qU
La sociedad civil, más que preguntar, clama: ¿De quién fue la culpa?
Son seis los sospechosos. Hasta el momento ninguno confeso.
La comisión destinada a esclarecer el caso, definido como homicidio involuntario, calcula que le llevará semanas, si no meses, llegar a una conclusión.
He aquí una comparecencia ex tribunalis:
Los organizadores son los culpables.
Rainer Schaller, propietario de una exitosa cadena alemana de gimnasios, fue el organizador del evento. Las acusaciones son múltiples: haber contado con un cuerpo de seguridad demasiado exiguo y deficientemente calificado; haber programado un evento en el que se esperaba a más de un millón de visitantes en un área –según el permiso oficial– con cupo para 250 000 personas; realizarlo en un lugar con una única zona de acceso, a través de un túnel.
Las autoridades son las culpables.
Adolf Sauerland, primer alcalde de Duisburgo, fue quien, en contra de todas las críticas por parte de los cuerpos policíacos y de bomberos, aprobó el concepto de Schaller, con lo cual, automáticamente, se convertiría en cómplice presunto del primero.
La policía es la culpable.
Tal es la afirmación de Sauerland y Schaller. Debido a su error, se dejó pasar a la masa de technofans cuando el área ya estaba llena y el acceso de entrada a ella estaba cerrado. Por esa razón, aseguran, en la zona de acceso al túnel se formó un aglomeramiento incapaz de fluir, lo cual condujo a la tragedia.
El experto es el culpable.
Michael Schreckenberg, uno de los pioneros en la investigación del congestionamiento de masas, aprobó el proyecto. Después diría que la organización era óptima, pero que es imposible predecir lo que harían los individuos, sin contar con los niveles de alcohol, ni mucho menos de drogas.
La masa es la culpable.
Eva Herman, conocida periodista alemana, declaró, para indignación de todos, que la culpa es de quienes asistieron al evento, los borrachos, los drogados, los desenfrenados, los que pisotearon y asfixiaron a las víctimas.
El culpable fue el primero.
De acuerdo a la investigación del comportamiento de masas, el desencadente debió de ser la primera persona que convirtió una situación cerrada (donde la masa deja de fluir porque no hay salida) en un cuello de botella (donde se abre una esclusa demasiado estrecha, que le permite a la masa seguir fluyendo). Es decir, el primero que trepó por la escalera, saltándose la valla.
Lo único cierto es que las 21 víctimas de Duisburgo, que se suman a las casi 3,000 en lo que va del siglo (en estadios, peregrinaciones y discotecas), murieron bajo la presión, en el sentido físico, de una estampida humana. Fueron los de la primera fila.
Los de la segunda, algunos presas del pánico, otros oponiendo resistencia, fueron los que los asfixiaron y pisotearon, empujados por los de la tercera y cuarta fila, ignorantes de las consecuencias de su proceder. Aquí, los asesinos reales son inocentes, mientras que los inocentes son asesinos.
– Salomón Derreza
Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.