Noposí, mi estimado —me dice el taxista filósofo tras oir el “¡chilango!” que con tono audiblemente ofensivo le gritó un peatón que quizá creyó que el vehículo venía desocupado pero el conductor no quería darle servicio—, queniqué, eso soy: “chilango”. Hasta “chilanguérrimo”, si se quiere. A mí no me molesta que me “chilangueen”, al contrario, me asumo como “chilango” y a mucha honra, faltaría más. Y prefiero que me digan así y no “deefeño” o “esmogicano” como usted dice en sus artículos, y es que, usted me ha de dispensar, pero tales palabrejas no me gustan nada, me suenan feas para gentilicios de quienes aquí vivimos, trabajamos, circulamos, gozamos, sufrimos, etecé, etecé. “Chilango” me suena mucho mejor, y, sin que yo ignore que de todas partes de la República nos llaman así con ánimo despectivo y quizá rencoroso (tal como ese señor medio energúmeno), a mí me parece gentilicio apropiado, pues los de aquí somos como el chile verde: picante pero sabroso. Y ya en plan más serio, fíjese que hace unos meses leí en la revista Letras Libres (pues uno también se da su tiempecito para la cultura) un artículo al respective del sabio Gabriel Zaid que me documentó gozosamente sobre el asunto. Después de desechar algunos posibles gentilicios tan incómodos como “estadomexicanos” o “ciudademexicanos” (así todo como pegado a fuerzas en cada palabreja), y no aceptando “capitalinos”, porque eso es demasiado general (¿pues cuántas ciudades capitales tiene el mundo?), propone don Gabriel que pasemos a asumirnos como chilangos (sea ya dicho sin comillas, pues). Y yo humildemente propongo que, así como los de la gente del pueblo revolucionario francés aceptaron llamarse sansculottes (que quiere decir “sin calzones”, según les decían los aristócratas queriendo insultarlos), nosotros, con tolerante ánimo, y hasta con orgullosa pero no soberbia sonrisa, vengamos a llamarnos tranquilamente chilangos, por lo menos mientras no encontremos un gentilicio más apropiado y bonito que ponernos. Y que bien alivianados y sin bronca vivamos la mera mera chilanguidá, o séase la identidá chilanga, y de una vez nos chilangueemos cordial y civilizadamente los unos a los otros. Y que, de paso, llamemos Chilangópolis a esta ciudá… ¿Usted qué opina, mi buen? ¿Voy bien o me regreso? Noposí, digo.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.