DesolaciĆ³n masiva ante la muerte de Steve Jobs: una hipĆ³tesis

ĀæCĆ³mo entender las innumerables muestras de duelo y dolor ante la muerte del fundador de Apple?Ā 
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Advertencia: este artĆ­culo no serĆ” una crĆ­tica a Steve Jobs, fallecido el pasado 5 de octubre de 2011, sino a la desproporcionada psicosis de lamentaciones que llegaron tras la noticia.

Confieso que tal catarata de reacciones, que muchos de ustedes habrĆ”n padecido –algunos quizĆ”s disfrutado–, me sorprendiĆ³. HabĆ­amos visto manifestaciones de pesar popular masivo ante la muerte de grandes Ć­dolos del arte, la filantropĆ­a, la polĆ­tica o el deporte, pero no recuerdo nada parecido ante la muerte de un empresario.

Y Jobs era un empresario. Muy bueno, sĆ­. Pero no fue un benefactor de la humanidad ni un artista que deja un legado perdurable. Su muerte sĆ³lo deberĆ­a ser llorada por sus familiares y amigos.

Creo que nunca en mi vida habĆ­a leĆ­do tantas veces repetida en tan poco tiempo la palabra “visionario”. PensĆ©: ¿fue realmente un visionario? Seguro, porque tomaba lo que habĆ­a y lo lanzaba hacia adelante. Y lo hacĆ­a mejor que nadie. Aquello en lo que Jobs descollĆ³ fue resumido, magistralmente en el Ćŗltimo nĆŗmero de The Economist, en una nota titulada El Mago: “Una y otra vez, tomĆ³ una idea ya existente pero no desarrollada plenamente—la computadora manejada con un ratĆ³n, el reproductor de mĆŗsica digital, el smartphone, la tableta— y le mostrĆ³ al resto de la industria cĆ³mo llevarlas a cabo adecuadamente”.

MostrĆ³ esa habilidad desde sus comienzos, cuando siendo un joven en su temprana veintena creĆ³ una compaƱƭa junto a su amigo y socio Steve Wozniak en un garaje, sin un dĆ³lar pero con mucha creatividad y ambiciĆ³n, y pocos aƱos despuĆ©s ya cotizaba en bolsa e innovaba en el naciente sector de los ordenadores personales. Carente de conocimientos tĆ©cnicos, tenĆ­a una ambiciĆ³n desmesurada y sabĆ­a convencer de que hicieran lo que Ć©l querĆ­a a quienes sĆ­ podĆ­an hacerlo.

Un claro ejemplo de esta gran habilidad fue su participaciĆ³n en la compaƱƭa de animaciĆ³n Pixar, que comprĆ³ en 1986 y que se convirtiĆ³ en el gran referente de los filmes de animaciĆ³n de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Veinte aƱos mĆ”s tarde, Jobs vendĆ­a Pixar a la Disney, convirtiĆ©ndose asĆ­ en el mayor accionista de la gran multinacional del entretenimiento e incrementando su fortuna.

Pero Jobs no fue el creador de las pelƭculas de Pixar, sino el impulsor de una tecnologƭa como jefe de una empresa. No fue un creador de obras de arte que expandieran el alma humana, ni un filƔntropo que luchara por mejorar la vida de sus semejantes, ni un actor polƭtico que entregara su vida en pos de sus ideales. Ni siquiera un deportista que llenara de alegrƭa con sus proezas a millones de seguidores.

Jobs fue un vendedor. El mejor. Un hombre de empresa. El mejor. Un mago del comercio que supo mejor que nadie infundir en sus consumidores una filosofĆ­a de la pertenencia a un grupo selecto de manera tan efectiva que en sus Ćŗltimos tiempos ni siquiera importaba que hubiera logrado una masividad absoluta con, por ejemplo, mĆ”s de 70 millones de iPhones vendidos. Uno seguĆ­a siendo un privilegiado por pertenecer a la tribu de Apple. Y, como reza el viejo eslogan publicitario de American Express, “Pertenecer tiene sus privilegios”.

Con el halo de misterio que, dada su acerada visiĆ³n del marketing, rodeĆ³ a cada uno de sus lanzamientos, supo hacer que los millones de consumidores de Apple se sintieran unos privilegiados. Su mĆ”s famoso eslogan publicitario fue el “Think different” de 1997, que se sigue mirando con devociĆ³n. Aunque los pertenecientes al grupo selecto sean ya decenas de millones.

A tal punto llegaban sus habilidades marketineras que generaba devociĆ³n sin hacer relaciones pĆŗblicas ni regalar gadgets a periodistas ni a potenciales lĆ­deres de opiniĆ³n. No le sobaba el lomo a nadie. Dicen que la mĆ”s efectiva polĆ­tica de relaciones pĆŗblicas de Apple consistĆ­a en dejar de invitar a sus eventos o de enviar sus comunicados a quienes hablaran mal de sus productos. Y si trabajas en el sector de la tecnologĆ­a, no puedes quedarte desconectado de la empresa lĆ­der. ¿CĆ³mo puede todo eso haber sido investido de una pĆ”tina cool? Con la gran habilidad publicitaria de Jobs. Apple es percibida como cool con la misma lĆ³gica que impera en el sector del entretenimiento nocturno: la discoteca mĆ”s in es aquella a la que es difĆ­cil acceder, o la mĆ”s cara, aquella de la que mĆ”s gente se queda afuera.

Si a la fascinaciĆ³n que generaba Jobs y sus productos le sumamos la fascinaciĆ³n que sentimos los seres humanos ante las muertes trĆ”gicas en el pinĆ”culo de una trayectoria vital, tenemos una tentativa explicaciĆ³n al furor tecno-popular generado por su muerte.

La muerte de Jobs tuvo visos de tragedia porque cercenĆ³ la vida de un hombre que aĆŗn tenĆ­a muchos aƱos de trabajo y muchos nuevos productos por presentar. Jobs, con 56 aƱos, muriĆ³ joven, porque aĆŗn tenĆ­a mucha vida por delante. (A nivel personal, siempre es trĆ”gico que un cĆ”ncer se lleve la vida de quien tenĆ­a aĆŗn mucho tiempo por delante para compartir con su familia y amigos, pero lo personal –que deberĆ­a ser lo Ćŗnico importante- no importa aquĆ­). Parece que los integrantes de la masa virtual sintieron que la tragedia tenĆ­a algo que ver con ellos. QuizĆ”s sea que la muerte antes de tiempo de alguien exitoso suele generar empatĆ­a y simpatĆ­a. ¡Pobre, todo lo bueno que se perdiĆ³!

La fascinaciĆ³n por la muerte de Jobs fue favorecida por los tiempos que corren. Las revueltas populares (vĆ©ase mundo Ć”rabe) o los movimientos sociales (vĆ©ase indignados en EspaƱa e Israel) se convocan y difunden a travĆ©s de Twitter y Facebook. Las muestras de “dolor” por la muerte de un gurĆŗ tecnolĆ³gico se manifiestan masivamente a travĆ©s internet y las redes sociales.  No sĆ³lo fue el mejor CEO (o sea, el que mejor dirigĆ­a las capacidades de sus trabajadores para lograr buenos productos), no sĆ³lo era el que mejor vendĆ­a, no sĆ³lo muriĆ³ joven y en el cĆ©nit de su carrera, no sĆ³lo era cool (para quienes era cool), no sĆ³lo supo sacar mejor partido que nadie a la pĆ”tina de misterio en torno a su figura y a su compaƱƭa (pocas cosas mĆ”s poderosas que el secreto), sino que ademĆ”s muriĆ³ en la Ć©poca perfecta para ser canonizado por las masas tuiteras.

TambiĆ©n hubo mucha gente extraƱa que se apersonĆ³ en las diferentes oficinas de la compaƱƭa llevando manzanas-tributo, o blandiendo como estandartes religiosos con una vela de luto en la pantalla los productos que el propio Jobs les habĆ­a vendido: no sĆ³lo les vendiĆ³ el producto, sino que logrĆ³ que tras su muerte vayan y le hagan publicidad gratuita. Un gran vendedor.

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Periodista todoterreno, ha escrito de polĆ­tica, economĆ­a, deportes y mĆ”s. AdemĆ”s de Letras Libres, publicĆ³ en ClarĆ­n, ABC, 20 Minutos, y Reuters, entre otros.


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