El universo infinito de Yuri Herrera

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Yuri Herrera

Diez planetas

Cáceres, Periférica, 2019, 136 pp.

Aunque todavía hay quien considera la ciencia ficción como literatura de segunda, cada vez son más los escritores de renombre que se sirven de elementos propios de este género para abordar de forma novedosa los viejos temas de siempre. Las últimas novelas de Kazuo Ishiguro, por ejemplo, han dado lugar a un interesante debate sobre las fronteras (cada vez más porosas) entre la fantasía o la ciencia ficción y la ficción literaria. Y es que, además de propiciar reflexiones sobre cuestiones existenciales, la ciencia ficción es un escenario privilegiado para experimentar con el lenguaje. Dado el peso que tienen las palabras en la obra de Yuri Herrera y que, según ha dicho, algunos cuentos de Kurt Vonnegut y Brian W. Aldiss han dado forma a su visión del mundo, era cuestión de tiempo que el mexicano hiciera una incursión en el género.

Ya desde el primer relato advertimos el importante papel que juega el lenguaje en esta colección. En él Herrera hace coincidir los últimos coletazos de nuestra especie en este planeta con la agonía de las palabras. Si en Cien años de soledad García Márquez nos mostraba un mundo en el que las cosas todavía no tenían nombre, en “La ciencia de la extinción”, las cosas han dejado de tenerlo. Mientras que algunos relatos dan cuenta de los últimos momentos de nuestra especie en la Tierra, otros hablan de cómo logra establecerse en otros planetas. Así, en “Los conspiradores”, dos pueblos, los Unos y los Otros, llegan casi a la vez a un nuevo planeta. Su nivel de desarrollo tecnológico es distinto, pero el que uno logre dominar al otro no dependerá tanto de la tecnología como de que consiga imponer su lengua. Muchísimo tiempo después, al comparar su lengua con la de los antepasados de quienes lograron imponerse, se descubre que lo que ahora se llama “técnica” en la antigüedad se llamaba “garrote”. Aunque parece estar escrito mirando al futuro, esta palabra, con toda la carga histórica que contiene, nos remite a épocas pasadas. Como ocurre en la mayor parte de los cuentos del libro, el relato rehúye una interpretación unívoca. Esta indeterminación, el hecho de que opere en distintos niveles y se preste a diferentes lecturas, lejos de ser un defecto, es una de sus mayores virtudes.

Descifrar el lenguaje de los extraterrestres es uno de los clásicos de la ciencia ficción, y casi todos los autores del género, como Lem, Sagan o Chiang, lo han tocado de un modo u otro. Para interpretar los mensajes de los alienígenas se suele recurrir a categorías lingüísticas conocidas (como las de género y número), pero cabe la posibilidad de que, como apunta el lingüista Daniel Everett, los extraterrestres se comuniquen de modos que nos resultan impensables, por ejemplo, a través del sabor. En “Anexo 15, numeral 2. La exploración del agente Probii”, Herrera explora, en clave de humor, estos medios de comunicación más inimaginables. Así, lo que se encuentra el agente Probii cuando es enviado a otro planeta para comprobar si sus habitantes son humanos “desafía la noción misma de ‘lengua’”.

Además de los relatos protagonizados por el lenguaje, destacan los cuentos que reescriben o toman como punto de partida relatos de otros autores conocidos. Este es el caso de “La consolidación anímica” (que cuenta la historia de Bártelbi, un funcionario que, en vez de trabajar con cartas muertas, lo hace con almas muertas), “Catálogo de la diversidad humana” (que podría leerse como el reverso de“Informe para una academia”, de Kafka) o “Casa tomada” (que muestra una casa que parece el último grito en domótica y una familia que “no podía estar más feliz” con ella…, menos el perro, Roanoke, que curiosamente es el único que tiene un nombre reconocible). Mención aparte merece “Zorg, autor de El Quijote”, que dialoga, con mucha gracia, con el conocido cuento de Borges. Zorg es un escritor que pertenece a una especie más evolucionada que la nuestra (al menos desde el punto de vista genital, ya que su genitalidad no está “limitada a dos opciones”) y, cuando no está “tocándose el tet con fruición”, inventa “historias sobre mundos improbables”. Al igual que Pierre Menard, Zorg no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino el Quijote; pero, a diferencia de él, que abominaba del “plebeyo placer del anacronismo”, Zorg no le hacía ascos a mezclar molinos con naves espaciales. El tono humorístico que tiene el relato se aleja de la fina ironía de Borges, pero funciona igualmente.

El sentido del humor del que hace gala Herrera hace también de contrapeso en cuentos como “Entera”, que contiene reflexiones algo más sombrías. “Entera” cuenta la historia de una bacteria que vive en el intestino delgado de un individuo y cobra conciencia al entrar en contacto de forma accidental con una dosis de lsd. Desde su modesto rincón del mundo, la enterobacteria acaba teniendo una visión panorámica del universo y llegará a conclusiones propias de Kierkegaard. Además del hecho de que algunos relatos dialoguen entre sí, o sean espejos unos de otros (como “Plano” y “Anverso”), es esta peculiar combinación del humor con reflexiones filosóficas de carácter más serio, en la línea de Swift o Lem, lo que le da un tono uniforme a esta magnífica colección.

Como se sugiere en uno de los relatos incluidos en el libro, una lengua no es solo las palabras que la forman, sino también los mundos que se imaginan con ellas. Diez planetas es una muestra del vasto imaginario de Yuri Herrera, que una vez más ha demostrado tener una envidiable capacidad de “ajustar el verbo” y una imaginación que no se queda a la zaga. En alguna ocasión ha dicho que la imaginación es una de las actitudes más subversivas de que disponemos. También que la literatura no sirve para crear hombres buenos, pero sí para crear ciudadanos reflexivos. A ello contribuye este fantástico libro, otro más en su brillante carrera. ~

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es periodista y escritora. Su novela más reciente es Las siete vidas del cangrejo (Editorial Alegoría, 2016)


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