Huelga
Han pasado diez años. Al principio nadie imaginaba que el estancamiento estudiantil que hirió a una generación duraría tanto, casi diez meses, de abril de 1999 a febrero de 2000. Diez meses sin UNAM. La intransigencia de una y otra partes –el CGH y las autoridades universitarias– permitió escribir el viscoso episodio de ese estancamiento. ¿Por qué las autoridades se tardaron diez meses en tomar la decisión de retroceder en la modificación del Reglamento General de Pagos, pudiendo hacerlo en los primeros días o semanas? ¿Cómo aceptar que la autoridad de las autoridades fuera usurpada por un grupo de autoritarios improvisados cuya única propuesta era prolongar la inmovilidad y la inamovilidad? Parecíamos atestiguar una paradoja temporal, un empantanamiento del presente sin pasado ni futuro.
Mientras una fauna de extrañas criaturas pernoctaba bulliciosamente en las aulas, el resto de los estudiantes nos vimos en la necesidad de pensar qué hacer con nuestros días, buscar nuevos derroteros y ordenar nuestras horas fuera de la UNAM. Los cegehacheros ejemplificaban sospechosamente esa acepción poco empleada de “huelga” que consigna el Diccionario de la Real Academia: una recreación que ordinariamente se tiene en el campo o en un sitio ameno. Para mí fue lo contrario de una huelga, un tiempo en que se está sin trabajar: comencé a trabajar y al término de la “huelga”, aunque me reinscribí para continuar con mi carrera, por esa y por otras razones resolví abandonarla para siempre. Ignoro qué habría sido de mi vida si la “huelga” no hubiera ocurrido; solo sé que gracias a ella la UNAM se convirtió a mis ojos en una especie de limbo citadino.
Reconozco que soy injusto, que pasé, digamos, de esquirol a desertor, y nuestra máxima casa de estudios, por diez meses trocada en casa de locos y esgrimidores, finalmente volvió a la normalidad: a la normalidad de su estancamiento ordinario, a la normalidad del milagro esporádico de quienes se titulan pese a todo, pese al abismo cenagoso que se los traga en ocasiones. Han pasado diez años y ya casi nadie recuerda el huelgo, la oquedad que quedó en una generación debido a una pura torpeza y a una retahíla de terquedades. ¡Feliz centenario de luces y lodos, querida UNAM!
– Emmanuel Noyola
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.