Disyuntivas: En este oficio los errores salen caros, final alternativo

Este es el final alternativo para el thriller político-gramatical de este mes. 
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—¿Sabes? No es precisamente que sea muy discreto llevar un tatuaje con una marca de corrección de estilo en la espalda.

La asistente presidencial había hecho ese gesto que va de la incredulidad a la ira. Los miembros del Estado Mayor no perdían de vista ninguno de sus movimientos, como si fuese posible que desapareciera cuando se quitara la toalla.

—Si algo aprendí de este oficio —le dije al tiempo que le pasaba su ropa interior—, es que vivimos gracias a la paranoia. Imagínese que todos estuviesen tan seguros de lo que escriben. Ni usted ni yo tendríamos de qué vivir.

Me reclamó como suelen hacerlo la mayoría de las mujeres.  

—¡Estuviste espiándome! ¿Cómo pudiste?

—Pequeños hábitos de juventud, querida. No es precisamente por errores de redacción que lo corren a uno de los periódicos.

—¡Cerdo!

—Lo siento—dije—. Duarte se quedará aquí contigo mientras te pones tu traje sastre. Los demás tenemos que echarle un vistazo al librero. Digo, si no tienes inconveniente.

Me tomó 15 minutos descubrir el mecanismo que conducía a la cámara secreta. Como sospechaba, había un taller artesanal detrás de la enciclopedia Espasa. Es fácil imaginarlo: máquinas para imprimir, material para copiar libros. Como en los viejos tiempos.

Le dije a Ramírez que me diera comunicación directa con el presidente. Media hora más tarde, lo tenía ahí a mi lado. Cada tanto se tapaba la cara con un pañuelo, como si estuviéramos en el centro para la identificación de cadáveres.

—¿Qué significa todo este desorden, Cohen? ¿Por q… por qué estamos aquí metidos?

—Vea estos dos ejemplares—le dije—. ¿Nota algo extraño? En apariencia son exactamente el mismo libro. Pero si pone atención en los detalles se dará cuenta que cada uno dice algo distinto. Eso que en otros tiempos podría llamarse… no sé, “intervención”, en este contexto se llama sabotaje. 

—Vamos, Cohen, menos teoría de arte. No estamos en tu puta defensa de tesis.

—¿Ya ve? Precisamente por no atender a las minucias, alguien ha estado a punto de cagarse sobre su carrera política.

—¿Cómo?

—Las redes son una farsa.

Tosió un par de veces.

—Eso es imposible.

—Mire de nuevo estos libros, presidente. Si fueran los sonetos de Shakespeare puedo entender que digan cosas distintas. ¡Pero son manuales de redacción, carajo! Y cada uno afirma lo que se le pega la gana. Ahora imagine que estos manuales inundan las redacciones de los medios, las editoriales, las escuelas de periodismo. Eso es exactamente sembrar el caos, presidente: enseñar mal las reglas. Todo parecía producto de una conspiración: errores por aquí y por allá, inexactitudes, pifias evidentes. Pero no, era el resultado de una operación a pequeña escala.

—¿Cómo lo supiste?

—No fue nada difícil. En realidad, siempre dudé de los anarquistas, ¿sabe?: diez estudiantes de literatura son incapaces de ponerse de acuerdo en un salón de clases, dígame con qué huevos podrían organizarse para llevar a cabo una revolución.

—Pero… ¿mi asistente era quien hacía todo eso?

—Bajo las órdenes de Liborio. En eso no se equivocó. Es la clase de cosas que sólo se le ocurrirían a ese hijo de puta. Y una cosa más: ni siquiera estaba en sus planes sabotear su discurso, un presidente temeroso iba a hacer el ridículo de todos modos.

—Sácame de este lugar, Cohen.

Durante el trayecto hacia el ex templo de San Julián, el presidente sólo emitía ruidos con la boca. La noticia de que las redes de ortografía infantil eran una invención de su asistente parecía inquietarlo más que tranquilizarlo. Llegamos al patio de ceremonias. Una treintena de académicos de Hispanoamérica lo esperaba con entusiasmo. Habíamos previsto que Liborio Estrada podría aparecer en cualquier momento para llevar a cabo un último intento de sabotaje y por ello, habíamos decidido redoblar la seguridad. Me ubiqué en un punto estratégico para que el mandatario me tuviera todo el tiempo a la vista. Saldaña me dijo al oído que todos los asistentes habían sido identificados y que teníamos la certeza de que Estrada no se encontraba en el sitio. Hice al presidente el ademán de que podía empezar a hablar. Así lo hizo.

Qué puedo decir de un discurso por el que habría arriesgado el cuello. Era brillante, condescendiente, irónico con los errores propios (el presidente había propuesto integrar la palabra “transgiversar” al diccionario de regionalismos. Todos rieron). No erré en mi cálculo de los cinco minutos de aplausos que se dejarían venir. Esa noche celebramos. Un mes después seis ciudades del país fueron declaradas Patrimonio de la Lengua. El presidente me pidió que me integrara a su equipo.

Durante algún tiempo no habíamos tenido noticias de Liborio Estrada. El cerdo había desaparecido de la ciudad de manera por demás repentina.  Un cierto aire de calma se dejaba sentir en las reuniones del gabinete, aunque en privado yo le había advertido al presidente que era demasiado pronto para especular acerca de su muerte. Una mañana, como sospechaba, el mandatario empezó a recibir páginas de una tesis con signos de corrección por todos lados. Si uno unía las palabras encerradas en círculos podría formar mensajes irónicos. Le comenté al presidente que quizás Liborio se había enterado de nuestras negociaciones con gente de la UNESCO. “Hay que tomar medidas”, concluyó.

Hace un año era un simple corrector de estilo, ¿lo recuerdan? Ahora, afincado en el lado oscuro de la burocracia, hago más o menos lo mismo. Sigo siendo una sombra, quiero decir. Escribo, viajo, edito libros que aparecerán con la firma del mandatario. La vida no es mala. Me levanto temprano, reviso los diarios, he comprado una nueva casa. Una vez a la semana, bajo al sótano con una tesis de hace 20 años. Me divierto encerrando palabras al azar, que evidentemente podrían ser interpretadas según el grado de paranoia del lector. A la mañana siguiente, envío a algún muchacho a que deje el sobre en el buzón de la Presidencia. 

Cada que le arranco otra hoja a esa tesis, siento que ajusto cuentas con el pasado. ¿Qué habrá sido del chico que me confió ese trabajo para que yo lo corrigiera?  Hace dos décadas me dio una licenciatura, hace diez meses me dio motivos para asesinar a Liborio –cuyas amenazas de dar a conocer que mi título era producto de un plagio no surtieron efecto, como puede verse- y desde hace cinco meses mantiene al presidente comiendo de mi mano. Así de generoso es este oficio. Luego hay quien dice que una tesis no te servirá para la vida.

(Imagen)

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es músico y escritor. Es editor responsable de Letras Libres (México). Este año, Turner pondrá en circulación Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles.


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