Síntesis, invención, diálogo: cuarenta años de Las trampas de la fe

La personal lectura que Octavio Paz hizo de sor Juana sigue siendo el más completo y estimulante ensayo sobre la monja y su tiempo, y una bisagra entre el sorjuanismo del siglo pasado y el del XXI.
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Me gusta pensar en Octavio Paz como una figura de síntesis. En sus ensayos, da la sensación de que el autor se ha detenido para echar un vistazo a sus espaldas y observar a la distancia; desde ese privilegiado mirador, puede reconocer patrones, ordenar, dar sentido a obras artísticas o acontecimientos históricos que antes daban la apariencia de hallarse desarticulados. Su obra poética, me parece, procede de igual modo: en ella se cifran, maduran y se llevan a sus últimas consecuencias varias de las tentativas de la poesía moderna, sobre todo la de vanguardia. Más que inaugurar un período, la obra de Paz constituye una clausura. Ese destino lo comparte con sor Juana Inés de la Cruz, cuya obra cierra con broche de oro –oro indiano, además– ese período esplendoroso de nuestras letras que conocemos como los Siglos de Oro.

Además de cumplirse veinticinco años de la muerte de su autor, este 2023 se cumplen cuarenta de la publicación definitiva de Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, cuya primera edición vio la luz en 1982; la segunda y la tercera –la última– se publicaron un año después.

{{Habría que considerar, por cierto, la pertinencia de realizar una edición crítica que nos permita identificar los cambios existentes entre la primera edición y las ediciones subsecuentes, así como estudiar la naturaleza y las razones de dichos cambios.}}

 Este libro no escapa a la caracterización de la obra de Paz que he propuesto líneas arriba: es la síntesis de una serie de afanes que, a lo largo del siglo XX, buscó mirar desde un ángulo distinto al de la centuria anterior o al de la ideología posrevolucionaria a la Nueva España, período que ha sido, como dice el propio Paz en Las trampas, uno de los más “tachados, borroneados y enmendados” de nuestra historia.

((Las trampas de la fe, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 23. Cito siempre la tercera edición.))

Estudiosos como Edmundo O’Gorman, Robert Ricard o Francisco de la Maza, por mencionar algunos, se acercaron desprejuiciadamente, por primera vez, a la época novohispana y buscaron integrarla, con sus terrores, pero también con sus indudables virtudes en todos los órdenes de la cultura, a la historia de México. El libro de Paz, biografía tanto de sor Juana como del mundo en el que ella vivió y escribió, parte de esta revalorización y reapropiación, y nos ofrece una primera revisión, que pretende ser integral, de nuestro pasado novohispano, ya desprovista de la ciega inquina que acompañó el acercamiento al período en otros tiempos. Esa revisión se integró, a su vez, en el sistema de pensamiento del propio Paz, para quien los tres períodos históricos de México –el prehispánico, el virreinal, el moderno– se yuxtaponen el uno sobre el otro; sin embargo, “las rupturas no niegan una continuidad secreta, persistente”.

{{Ibid., p. 26.}}

 La idea encuentra paralelo en otro de sus planteamientos fundamentales, el de la tradición de la ruptura: al igual que las fuerzas que pugnan dentro de la poesía moderna en Occidente, los períodos de nuestra historia encuentran en la ruptura su unidad.

La restitución de la figura de sor Juana en el panorama cultural mexicano coincide con la restitución de la época en la que le tocó vivir. Las trampas de la fe es resultado de una cadena de sorjuanistas que, desde finales de la década de los veinte del siglo pasado, habían contribuido a enriquecer el conocimiento sobre la Décima Musa y a nutrir el comentario crítico de su obra. En el prólogo, Paz reconoce su deuda con Dorothy Schons, Ermilo Abreu Gómez, Georgina Sabat de Rivers… La deuda mayor, sin embargo, es con un estudioso en particular, el responsable de las Obras completas, editadas entre 1951 y 1957 por el FCE: “sin las versiones depuradas de los textos que nos ha dado Méndez Plancarte, sin sus notas a un tiempo eruditas e inteligentes, sin su saber y sensibilidad, yo no habría podido escribir estas páginas”.

{{Ibid., p. 365.}}

 La presencia de sor Juana fue recurrente a lo largo de la vida de Paz, al menos desde los años treinta, cuando la leyó por primera vez, en la época preparatoriana de San Ildefonso, pero hubo que esperar al atardecer del siglo XX para que percibiera que recaía en él la labor de concertar y afinar al coro de los sorjuanistas modernos que lo antecedieron. El resultado fue una integración no solo coherente sino original de esa pluralidad.

***

Y diversa de mí misma…

Es imposible ofrecer un perfil “objetivo”, vamos a decirlo así, de la figura histórica de Juana Inés. Son escasos, por un lado, los documentos con los que contamos para trazar su trayectoria vital por el mundo –alguna acta, un par de cartas–; por otro, dado que se trata de una figura que ha despertado a lo largo de los siglos intereses y opiniones encendidas, y en la cual las generaciones de este país han depositado sus mayores inquietudes y pasiones, es imposible separar ya a sor Juana de su proyección imaginaria, de su invención, mejor dicho: de sus invenciones. Porque hay tantas versiones de sor Juana como estudiosos se han acercado a ella: ha sido la amante desairada de los románticos, la feminista avant la lettre, la lesbiana beligerante, la fervorosa mística. La de Alfonso Méndez Plancarte, por ejemplo, según advierte Paz, es “una sor Juana ñoña: incienso, agua bendita, ramos de azahar y, debajo del catre, uno o dos cilicios”.

((Ibid., pp. 366-367.))

La versión que nos atrae actualmente, aséptica y escéptica, sustentada en el dato duro del archivo, me temo, es una más de las versiones de sor Juana que quizá, con el tiempo, revelará más de nosotros que de ella misma. No es posible, insisto, acercarse ya a ella sin que ese palimpsesto se interponga entre nuestro presente y el suyo. Creo que pocas figuras de nuestra historia admiten tantas y tan divergentes lecturas: la Décima Musa –tal como ella lo anticipó– está condenada a perdurar en la diversidad de sí misma.

La sor Juana de Octavio Paz es, como ya dije, sumamente original. Podríamos decir que el personaje tiene dos dimensiones fundamentales: una política y otra a la que podríamos tildar de psíquica. Las trampas de la fe es un libro que depende en gran medida del desencanto gradual de su autor con el régimen soviético, tal como ha indicado Enrico Mario Santí. David Rousset publicó en 1949, en París, un informe en donde denunciaba la existencia de campos de concentración en la Unión Soviética. La ortodoxia estalinista entabló una querella legal y la publicación fue encontrada culpable de difamación pública. Un año después, Octavio Paz pone el punto final a su artículo “Sor Juana Inés de la Cruz”, publicado en la revista Sur. Hay allí una especial atención a los años finales de la monja: para el poeta es claro que, al igual que los que a él le toca vivir, los tiempos de sor Juana eran tan convulsos que exigían de ella su renuncia y su silencio. En 1971, Heberto Padilla fue acusado de haber cometido supuestos crímenes contrarrevolucionarios. El gobierno de Castro lo obligó a declararse culpable. La humillante autoacusación debió recordarle a Paz aquellas terribles palabras escritas por sor Juana al final de sus días: “yo, la peor del mundo”. Ese mismo año –y ello no es una simple coincidencia–, Paz dicta en Harvard un curso sobre la monja de México.

La asociación de sor Juana con los intelectuales perseguidos del siglo XX, vueltos acusadores de sí mismos y víctimas de una ortodoxia a la que habían servido toda su vida, es la que da título a Las trampas de la fe: “La semejanza entre los años finales de sor Juana y estos casos contemporáneos me hizo escoger como subtítulo de mi libro el de la sección última… Confieso que esta frase no se aplica a toda la vida de sor Juana y que tampoco define el carácter de su obra.”

((Ibid., p. 17.))

Le doy la razón: el título, aunque sin duda atractivo, es no solo inaplicable a la mayor parte del libro, sino injusto con todas sus secciones que no son la sexta y última. Esta dimensión política del personaje de Paz es, sin duda, lo que peor ha envejecido de Las trampas, por el poco fervor con el que hoy discutimos sobre los crímenes en el interior de la Unión Soviética y también por lo forzado que resulta el parangón. Se puede –y se debe– uno acercar al volumen sabiendo que, a pesar de su título, los contenidos de la última parte ni pesan más que el resto ni determinan su lectura.

Algo más interesante es la faceta psíquica de la sor Juana de Octavio Paz. Si una biografía es, en cierta forma, la historia del cumplimiento de un destino, el destino del personaje que se perfila en Las trampas es, sin duda, la soledad: “es su destino: la soledad es la estrella –el signo, el sino– que guía sus pasos”.

{{Ibid., p. 127.}}

 Todos los acontecimientos en la vida de la sor Juana de Paz, desde su más temprana infancia hasta los últimos años, pasando por la creación de sus poemas y las decisiones tomadas a lo largo de su vida, están guiados por esta estrella. Según vimos, Las trampas de la fe no atañe sino a los últimos años de sor Juana: Las trampas de la soledad habría sido un subtítulo más abarcador. Esta es una versión de sor Juana rodeada, pues, por la soledad y sus máscaras, sus trampas y sus metáforas: la escritura introspectiva, el caracol, los ecos, el espejo, los reflejos, el fantasma erótico…

Por supuesto que la soledad es en sor Juana un tema recurrente. A mí siempre me ha llamado la atención, por ejemplo, la experiencia tan solitaria del amor que nos propone en su lírica. Esta prescinde por completo de los cuerpos –Paz habla de una “libido poderosa sin empleo”

{{Ibid., p. 286.}}

–; imaginado, el ser amado es más real, más suyo: “poco importa burlar brazos y pecho / si te labra prisión mi fantasía”. Pero esta amante solitaria no solo no precisa del cuerpo del ser amado, ni aun de su correspondencia; para sor Juana, el amor verdadero es aquel que no exige ser correspondido: “Yo adoro a Lisi, pero no pretendo / que Lisi corresponda mi fineza…” Ahora bien, la faceta solitaria de sor Juana no es la única: Paz exagera, minimiza o ignora algunos rasgos de su poesía según convenga al personaje que está forjando.

Cuando se publicó Las trampas de la fe, no faltó quien viera en esta sor Juana solitaria una proyección del propio Paz. Nótese lo siguiente: contamos con apenas dos o tres anécdotas sueltas sobre la infancia de sor Juana; a pesar de ello, Paz dedica a esta etapa de su vida dos capítulos enteros. Allí, habla de la solitaria sor Juana como de “una planta que crece en tierra de nadie”.

{{Ibid., p. 127.}}

 La misma imagen la usa para describir su propio crecimiento en Pasado en claro, poema autobiográfico: “Mientras la casa se desmoronaba / yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza / entre escombros anónimos.” Margo Glantz fue contundente cuando dijo, a propósito de su traducción al inglés en 1993, que “con su libro, Paz ha consumado un acto de antropofagia literaria” (la traducción es mía). O sea, Paz “se comió a sor Juana”, habla de sí mismo a través de la monja (existe una caricatura, simpática y reveladora, de Gonzalo Rocha, en que puede verse a Octavio Paz investido con el hábito blanco y negro de la Orden de San Jerónimo).

A cuarenta años de distancia, más que discutir con un Paz que ya no se puede defender acerca de la validez de su hipótesis sobre los años finales o sobre la pertinencia del personaje que ha construido, creo que interesa y sería más enriquecedor comprender, en su contexto, las razones que llevaron al autor a proponer aquella hipótesis y aquel personaje. La sor Juana de Las trampas es una versión más de sor Juana, una que estuvo a la altura de 1983 y que se integraba, orgánicamente, dentro de la búsqueda vital e intelectual, del sistema poético y de pensamiento, de Octavio Paz.

***

De toda la vida de sor Juana, los misteriosos años finales son los que siempre me han despertado el menor interés. Desde 1668 y hasta, al menos, 1691, sor Juana escribió, publicó y tendió un transparente puente de palabras entre la soledad de su celda y la sociedad de su tiempo. De todos esos años, el período comprendido entre 1680 y 1688 fue el más fértil: al amparo y con el estímulo de María Luisa Manrique de Lara –mecenas, amiga y musa de la Décima Musa–, escribió varias de sus obras maestras, a saber, numerosos romances, sonetos y décimas memorables, Los empeños de una casaEl divino Narciso… También gracias a la virreina, sor Juana pudo convertirse en un verdadero best seller en Europa: la publicación en Madrid de la Inundación castálida en 1689 desencadenó un alud de ediciones de sus obras que se extendió hasta 1725.

Más allá de la propuesta de sor Juana como una intelectual disidente y silenciada, o de la suerte de psicoanálisis de su personaje solitario, el comentario, a un tiempo sensible y erudito, a su obra literaria me parece lo más valioso y vigente del libro de Paz. Él fue uno de los primeros que, como se dice, agarró al toro por los cuernos en lo que respecta a los amorosos y apasionados versos que la monja dedicó a la condesa de Paredes, asunto que trata en dos capítulos espléndidos. Fue también pionero en abordar géneros de los que antes nadie se había preocupado, como los villancicos; con ello sentó las bases de otros trabajos, ya más amplios al respecto, como el de Martha Lilia Tenorio. Se percató y señaló el valor de las loas, esas piezas teatrales y alegóricas que sor Juana dedicó al cumpleaños de los poderosos, y que, a pesar de lo pedestre de su asunto, están colmadas no solo de buena poesía, sino de imágenes con un gusto moderno. Hizo algunas observaciones sobre, diríamos hoy, el carácter multi- o trans- o interdisciplinario del Neptuno alegórico, arco triunfal que la jerónima ideó para recibir a los condes de Paredes en 1680, al que comparó con El gran vidrio de Marcel Duchamp. No ha dejado de ser sugerente el paralelismo entre el auto sacramental de la edad barroca y el teatro nô japonés.

En este campo, incluso los errores suelen ser afortunados y fértiles. Pienso en el caso del muy polémico capítulo de Paz sobre Primero sueño. Me parece que acierta cuando destaca que este viaje de anábasis del alma es único en la tradición que lo antecede, ya que se hace en solitario, sin guía, y culmina en una no revelación: la adquisición de conocimiento, aun del más insignificante, es imposible para la limitada capacidad del entendimiento humano. Acierta también al señalar que el Sueño encuentra sus verdaderos interlocutores en poemas filosóficos de la edad moderna como AltazorMuerte sin fin o El cementerio marino. Yerra, sin embargo, al caracterizar exageradamente el poema como un viaje cósmico, como “una peregrinación de su alma por las esferas supralunares”.

{{Ibid., p. 472.}}

 Las ganas de llevar la contra son sin duda una gran motivación para decidirse a escribir un texto. Antonio Alatorre se dedicó, en varios magníficos trabajos –destaco El heliocentrismo en el mundo de habla española–, a desmentir la idea del Sueño como un viaje astral. Hay que agradecer, en buena medida, estos trabajos a las ganas de Alatorre de polemizar con los errores de Las trampas de la fe.

A mí, entre otras cosas, la lectura de Las trampas de la fe me ha permitido ser testigo de un diálogo que, a pesar de los siglos, entablan mis dos poetas predilectos. Muchas veces, cuando Paz comenta un verso que le gusta o le parece notable en sor Juana, revela asimismo el influjo de esta sobre su propia poesía. En un villancico dedicado a santa Catarina, sor Juana engarza unos preciosos endecasílabos cuatrimembres: la santa de Alejandría es más lozana “que Abigaíl, Raquel, Esther, Susana”; posee más virtudes que las “de Débora, Jael, Judith, Rebeca”… Me inclino a pensar que Paz los emuló conscientemente en este verso que engalana Piedra de Sol: “Laura, Isabel, Perséfona, María…” Sorprende la modernidad de estos versos en otro villancico de la Musa Décima, a la Inmaculada Concepción: “¡Un instante me escuchen, / que cantar quiero / un Instante que estuvo / fuera del tiempo!”; así como la afinidad de estos con pasajes del nobel como el que sigue: “Una casa un jardín, / no son lugares: / giran, van y vienen. / Sus apariciones / abren el espacio, / otro espacio, / otro tiempo en el tiempo.”

Además del jardín hay otro espacio privilegiado en la poesía de Octavio Paz: el firmamento donde navegan los cuerpos luminosos de los astros. Por eso la quinta Loa a los años del rey es una de sus favoritas. En ella, sor Juana despliega un coloquio luminoso de planetas que, orquestado por el Sol, rinde homenaje a Carlos II. Hay allí un pasaje magnífico en el que se habla del lenguaje de los astros: “En los doseles siete de los Orbes, / sentados en los tronos de alabastro, / períodos son de fuego sus conceptos, / cláusulas son de luces sus vocablos.” Si la lengua de las flores es su olor y la de las fuentes el rumor de las aguas, los astros hablan con sílabas de lumbre. El empleo de esta imagen también está presente en la poesía de Paz: “Mira correr el río de los astros / se abrazan y separan vuelven a juntarse / hablan entre ellos un lenguaje de incendios…”

***

Al igual que la figura de sor Juana, la de Octavio Paz despierta entre nosotros acaloradas discusiones. Ante su obra, somos incapaces de permanecer indiferentes: el comentario se mueve entre el más desvergonzado panegírico y la más enérgica de las condenas. Siempre me ha parecido que es urgente y necesario un acercamiento verdaderamente crítico a su legado, uno que sopese, detenida y sosegadamente, sus virtudes y sus debilidades, y lo ponga, de veras, en el sitio que le corresponde. Esa lectura, la mejor que podría hacerse de su obra, aún está, en buena medida, por hacerse.

En medio de la cultura de la cancelación y de la febril reescritura del canon literario, cada vez me cuesta más trabajo inducir a los más jóvenes a la lectura de nuestro crítico y poeta. Es lamentable: creo que, a pesar de sus evidentes defectos, Las trampas de la fe sigue siendo el más completo y estimulante ensayo sobre sor Juana y su tiempo. Sin su lectura, hace ya varios años, que realicé con el entusiasmo con que leería la novela más emocionante, yo no me habría dedicado al estudio de la monja. He dicho antes que el libro es una síntesis; habría que añadir que es también una bisagra entre el sorjuanismo del siglo pasado y el del XXI: ya sea para intentar enmendar sus desaciertos o para prolongar sus hallazgos, mantengamos con Las trampas de la fe, con su autor, el diálogo abierto. ~

Ciudad de México, 28 de febrero de 2023

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es poeta, académico e investigador. En 2016 obtuvo el Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco por su poemario El otro nombre de los árboles (Editorial UdG, 2018)


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