Eran las cinco de la tarde cuando una furgoneta blanca se estacionรณ frente al Bancomer en la calle Corregidora, una de las vรญas mรกs ajetreadas de la ciudad de Mรฉxico y en la cual, a menos de quinientos metros, tiene su sede la Suprema Corte de Justicia de la Naciรณn. Cuatro hombres de cabello al rape, armados con fusiles, vestidos de forma idรฉntica –camisa amarillo canario, chaleco antibalas y pantalones negros–, descendieron del vehรญculo y subieron marcialmente las estrechas escaleras que dan al vestรญbulo del banco. Uno de ellos se adelantรณ hasta la entrada de la bรณveda para hablar con el cajero principal. Se presentรณ como empleado de la empresa de valores Tecnoval y le mostrรณ su identificaciรณn, a nombre de Juan Piรฑa Pinto. El empleado del banco comprobรณ que la fotografรญa y el nombre del custodio aparecieran en el catรกlogo de seguridad enviado dรญas atrรกs por la empresa: como todo parecรญa en orden, le entregรณ al grupo de hombres armados el caudal reunido por la sucursal durante aquel concurrido lunes de agosto. Los custodios tomaron las bolsas de dinero, salieron en pulcra fila de la sucursal, subieron a la furgoneta y arrancaron sin prisa. La operaciรณn completa no durรณ ni diez minutos.
Media hora despuรฉs, un segundo grupo de custodios de Tecnoval aparcรณ su vehรญculo blindado frente a la fachada anaranjada de Corregidora. Tras subir las escaleras, tambiรฉn en fila ordenada, se presentaron ante el mismo cajero. Horrorizado, el empleado bancario se dio cuenta de que habรญa entregado cerca de diez millones de pesos a los hombres equivocados. Para entonces, los custodios impostores ya habรญan abandonado la furgoneta “pirata” en la calle Manzanares para abordar dos camionetas sin rรณtulos que, segรบn los videos de vigilancia citadinos, circularon con parsimonia a lo largo del Eje 3 y desaparecieron despuรฉs de atravesar la calzada Ermita-Iztapalapa, sin que hasta la fecha las autoridades de la ciudad de Mรฉxico hayan logrado identificarlos.
En un paรญs en donde las vรญctimas mortales del crimen organizado se cuentan por decenas de miles, donde los estudiantes normalistas son secuestrados y asesinados por el narco en complicidad con el Estado, y en donde hasta los robos y asaltos mรกs pichicatos derivan en lesiones, violaciรณn y homicidio, resulta sorprendente hallar casos en los que la acciรณn delictiva se lleva a cabo con la inteligencia de un guion hollywoodense, sin tirar ni una sola bala, sin herir a ningรบn empleado ni vapulear a ningรบn cliente. Uno se siente incluso tentado a admirar el ingenio de estos crรญmenes “perfectos”, estos robos “de pelรญcula”, que en comparaciรณn con las cotidianas masacres que tienen lugar en Mรฉxico y con la actuaciรณn francamente improvisada de las autoridades judiciales, nos parecen fruto de la razรณn mรกs fina.
Thomas de Quincey propone, en su oscuramente divertida obra El asesinato considerado como una de las Bellas Artes, que si bien el deber de todo ciudadano respetuoso es indignarse moralmente ante las acciones de un delincuente, e incluso tratar de impedir la realizaciรณn de un crimen por todos los medios posibles, una vez que el delito es consumado esta postura moral resulta inรบtil y hasta “el hombre mรกs virtuoso tiene derecho a disfrutar del fuego de un incendio y hasta a silbarlo, como ocurrirรญa en cualquier espectรกculo que suscitara la expectaciรณn del pรบblico para luego defraudarla”. Y es bajo este punto de vista estรฉtico que De Quincey pasa revista a una serie de crรญmenes tanto literarios como reales ocurridos en el Londres de su รฉpoca, para seรฑalar sus mรฉritos segรบn la forma de su realizaciรณn, el arma elegida, la edad y condiciรณn de la vรญctima y hasta la hora en que cada uno tuvo lugar.
En una lectura “estรฉtica” del acto criminal, la actuaciรณn de los falsos custodios resultรณ impecable. De entrada, el robo fue realizado un lunes en pleno dรญa: el banco acababa de cerrar sus puertas a la clientela y la tarde, a pesar del trรกfico y el bullicio sobre Corregidora, era apacible. Por otra parte, la ejecuciรณn del robo no puede ser considerada otra cosa que notable: ¿cuรกntas semanas o meses de planeaciรณn, de infiltraciรณn y espionaje se necesitaron para aprovechar los propios mecanismos de seguridad antirrobo del banco y torcerlos contra la propia instituciรณn bancaria? Es imposible no sentirse fascinados por un ingenio capaz de subvertir la seguridad misma que se ha implementado para contener la subversiรณn.
En cuanto a la elecciรณn de la vรญctima, puedo asegurar sin temor a equivocarme que, en un paรญs sujeto a crisis y devaluaciones periรณdicas y cuyos ciudadanos consideraron profundamente injusto tener que pagar por el rescate de la banca, nadie en su sano juicio se pondrรญa del lado de la instituciรณn bancaria, un organismo que, para el mexicano promedio, carece de rostro y de alma. En la mejor tradiciรณn del romanticismo criminal, esa que ve en la figura del “buen ladrรณn” al cofrade de una hermandad sometida a rรญgidos cรณdigos de conducta y รฉtica, la actuaciรณn de los falsos custodios tiene un dejo de justicia poรฉtica y vence, ya no por puntos sino por nocaut, al desempeรฑo de sus contrapartes, la Procuradurรญa General de Justicia del Distrito Federal y el departamento de seguridad de Bancomer (el de la sucursal Corregidora es, por cierto, el segundo atraco sin violencia que sufre este banco en menos de un aรฑo).
A cuatro meses de ocurrido el crimen, y a pesar de los interrogatorios, las pesquisas y el sesudo anรกlisis de cรกmaras de video, la pgjdf sigue sin poder ponerle nombre a los rostros de los ladrones y, ante la falta de mecanismos para rastrear el caudal sustraรญdo, sigue tambiรฉn sin tener pistas sobre el paradero de los casi diez millones de pesos. La รบltima actualizaciรณn del caso fue la “sorprendente” revelaciรณn, a finales del mes de agosto, de que la furgoneta empleada para cometer el crimen –una vagoneta blanca, sin blindaje y con los logotipos de la empresa pintados con torpeza sobre el cofre– perteneciรณ antes a una panaderรญa: un dato que resultรณ inรบtil y que mรกs bien merece una lรบgubre rechifla de trombรณn con sordina.
Oh, lo que habrรญa escrito De Quincey –o para usar un referente mรกs cercano: Jorge Ibargรผengoitia– de haber vivido en el Mรฉxico de nuestros dรญas, un Mรฉxico en el que los criminales no solo superan a los policรญas en recursos tecnolรณgicos y armamento, sino hasta en decencia, buen gusto y pericia. ~
(Veracruz, 1982) es periodista, editora y escritora. Este aรฑo publicรณ dos libros: Aquรญ no es Miami (Almadรญa/Producciones El Salario del Miedo/UANL) y Falsa liebre (Almadรญa)