El llamado Cavalier de Fragonard es un fantástico y aterrador ícono de bulto que se diría creado como personaje de una pesadilla nacida del montaje de cuatro alucinadores versículos del Apocalipsis de San Juan (en la magnífica y clásica versión de Casodioro de Reina y Cipriano de Valera) que hablan de los terribles jinetes alegóricos:
“Y salió otro caballo, bermejo, y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz; y tenía por nombre Muerte y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la Tierra para matar con espada, con hambre, con mortandad; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se puso toda como sangre.”
Le Cavalier, esa alucinante figura ecuestre que se puede ver en una sala de la Escuela Veterinaria de Alfort (pequeña comunidad de la Ile de France), no es una escultura propiamente dicha, ni su creador intentó en principio que fuese una obra del arte fantástico, aunque haya terminado siéndolo. Es el montaje de dos cadáveres momificados, el de un hombre y el de un caballo, y es obra del doctor cirujano Honoré Fragonard (Grasse, Francia, 1732 -París, 1797), que era primo hermano del célebre pintor Jean Honoré Fragonard.
Como siguiendo al enciclopedista y novelista Denis Diderot, uno de los iniciadores de la crítica del arte, que pedía que la poesía penetrase en los reinos de la crueldad, de lo salvaje, de lo horrible , o como adelantándose al poeta Charles Baudelaire, el primer crítico moderno de la literatura y las artes, el admirador de los monstruos de Goya, el traductor de los cuentos de Edgar Allan Poe, el que preguntaba a la Belleza: “¿Surges del oscuro abismo o desciendes de los astros?”, para responder luego él mismo: “De tus joyas el Horror no es el menos encantador”, así el doctor Fragonard, como no queriendo, es el creador de una obra que, sin salir del espacio de lo científico, se adentra, precursor, en el arte de lo fantástico moderno, una de cuyas oscuras, ilimitadas regiones es, precisamente, la Belleza del Horror.
Los artistas europeos de la época “barroca” del siglo XVIII, inclinados a los asuntos luctuosos, melancólicos y aun macabros, solían visitar los anfiteatros de Medicina en los que, sobre cadáveres abiertos, se daban lecciones de anatomía y disección. Entre esos verdaderos teatros de la ciencia, el más visitado por escultores y pintores era el del doctor Fragonard, quien tenía algo del temperamento artístico de su hermano pintor, y en salas ad hoc de Alfort o de Lyon o de París presentaba como humildes esculturas sus cientos de “preparaciones anatómicas”: sus écorchés (desollados o despellejados). Entre tales piezas, la del Cavalier , su obra maestra de un singular arte ecuestre, se hizo famosa y muy visitada, hasta el punto en que un empresario teatral del Boulevard du Temple –esa especie de parisiense Broadway dieciochesco, tan frecuentado por la élite como por el hampa– le propuso exhibirla en un show de su popular teatro: en torno de los quietos, galopantes, horribles y fascinantes jinete y caballo, danzaría un coro de bellas, ondulantes, semidesnudas “huríes”… Pero, a la hora de firmar el contrato el doctor Fragonard dijo que no, porque súbitamente había recordado que era hombre de los severos anfiteatros antes que de los frívolos teatros (sin anfi).
Sin embargo, allí, en la sala de Alfort, y en libros de arte, particularmente en la portada de L’Art Fantastique, de Marcel Brion (Marabout Université, Éditions Albin Michel, Belgique,1968), jinete y caballo son muy precisa, detalladamente visibles en cada músculo, en cada fibra de debajo de la abolida piel amarillecida, hasta en la insinuación de las rojas vísceras. Cabalgan en su momento inmóvil como aspirando a la eternidad. Son le Cavalier et son Cheval, fantasmas aunque todavía algo carnales que un poeta de la Ciencia, colaborando con la Naturaleza y con la Muerte, perpetuó como para celebrar el Dies Irae.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.