¿Salarrué?
Alguien me preguntó qué era eso del “guiño a Salarrué” que puse en el minutario que se titula “Otro león urbano”. Pues me refería al pintor y escritor salvadoreño Salvador Salazar Arrué (1899-1975) que firmó como Salarrué sus formidables Cuentos de cipotes (en El Salvador un cipote es un niño, nada que ver con lo que es un cipote para, por ejemplo, Camilo José Cela, quien por cipote entiende más bien no tanto niño como la causa de su efecto, sobre todo en Archidona). Si el hecho de que google sólo registre 18,000 entradas con su nombre es indicio, me temo que pueda estar cayendo en el olvido. Piscolabis anexo paimpedirlo.
Nota 1: Es divertido leerlo en voz alta, en pareja, comienzo pizza de champiñones.
Nota 2: Un “torogós” es un pájaro semejante al quetzal.
El Cuento de Olis Olis catrín y el Cañonazo
Puesiesque un gutute mirichenambre cornoritotingo quera un animalito con nombre centífrico y que en el monte le dicen zorrillo, por fregar, levanto la pata y ¡tas! echó un chorrito de gedentina espantis diablis, que se regó a cuatro leguas a la cuadrada y dijo riéndose con dientitos delgaditos: “¡Vaya, para quianden diciendo que la Primavera, que no sé qué, que las esencias de las jlores, y el maroma de las yerbas quembalsaman la natura!” Y tiró tierra paratrás con las uñas y siguió caminando contento. Y era bien bonito el infeliz, con pelitos de blancura, catrincito, que quién hubiera dicho que les saliera aqueya chabacanada de tufo. Y un tecolote que ya se estaba desmayando lo vio pasar y se tapó las narices. Y el teco le dijo hablando ñango: “¡A la puerca con las niñas bien vestidas de la jijelife! Que no les da pena, ¡ufa!” Y todo totoreco salió volando. Y el zorrillo sólo se paró y se rascó un sobaquito y se sonriyó con dientes delgaditos y siguió caminando. Y pasó por un zopiletero questaba cabeciando y diciendo “¡Qué güele, qué güele!” “¿Qué les gusta mi olor?, les preguntó. Y un zope bajito hizo así con el dedo gordo y le dijo: “¡Miolor, miolor…; qué pretencioso el cipotío; ese olor lo tiran los ángeles de la putrufacción para quedar bien con nosotros!” Entonces el zorrillo jué pensativo de la nuca y dijo: “¡A la chucha, asaber si soy ángel y no sabía!” Y yegó onde estaba un torogós echadito en su nidito quera bien chiquitito y le dijo el zorriyo. “Torogós que te ponés el sombrero al contrario, porque en vez den la cabeza te lo ponés en el chunchucuyo, ¿soy un ángel de la putrufacción o no?” Y el torogós le dijo: “¡Te vuá contestar, pero mucho jiede: no sos ángel de nadita!” “Por qué” le dijo el zorriyo ya bravo. “Porque no tenés tirantes”, le dijo el torogós. Pero como había tragado mucho tufo al hablar se desmayó. Y el zorriyo dijo “!Buenostá, y ya me voy a verme en un espejo, a ver si es cierto ques verdá”!. Y se jué y yegó a un pozo profundis se inclinó para mirar y ¡ayá bien abajo! Vio un colón de cielo y en el centro la carita diun animar y dijo: “Ayá está un pobre ratón mirando pararriba a ver quien lo saca parir a comer, pero yo no lo saco”. Y miró otragüelta y dijo: “¡Ratón, ratón! ¿soy ángel o no?” Y como había eco chueco, le contestó: “¡Oh no!… “¿Por qué?” le gritó el zorrillo tonto: “Qué” le contesto el eco chueco. “¿Qué por qué no?” le volvió a preguntar el zorrillo. “¡Porque no!” le contestó el pozo. Entonces ya jurioso el zorriyo le tiraba unas piegradas y siasomaba y siempre miraba la carita y dijo “Este animalito no se muere nunca, lo guá chorriar” y se sentó en el borde y ¡chuí! Se mió en el pozo y el pozo no aguantó y dijo con su eco chueco: “¡Ufa!”… Y pegó un destornudo macanudo y se paso yevando al zorriyo que voló por los aigres, los vientos y las nubes hasta que pegó en la mera luna llena y despertó asustado onde estaba durmiendo y se restregó las pizuñas con las pestañas y dijo: “¡Qué giede por aquí!” y siacabuche.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.