El efecto de Rachmaninoff o el de “Palitos Chinos” entre vecino y vecina

Caer al suelo, o más bien a la alfombra azul que te quiero azul, como cayendo en un cielo y en compañía de la rubia, la blanca, la tentatriz, la dulce, la picosa, la todavía no fallecida pero ya inmortal Marilyn.
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Caer al suelo, o más bien a la alfombra azul que te quiero azul, como cayendo en un cielo y en compañía de la rubia, la blanca, la tentatriz, la dulce, la picosa, la todavía no fallecida pero ya inmortal Marilyn, según ocurre en una secuencia de la cinecomedia de Billy Wilder The Seven Year Itch o Comezón de séptimo año en México o (¿más obvia o poéticamente?) La tentación vive arriba en España, no sería ciertamente una desdicha, sino una de las más extraordinarias escenas fílmicas de frustración erótica del cine del siglo XX, pues Tom Ewell, empleado de una editorial sensacionalista, padre de familia, hombre maduro, feo, moderadamente mediocre y eventualmente soltero en el verano neoyorquino, ha  estado, durante más de una hora, en la pantalla “en la que todas las miradas se enlazan”, soñando con ligarse a la vecina del piso superior, que es, ¡venturosa casualidad!, Marilyn tel qu’en elle même el admirativo technicolor la perpetúa, y que le ha originado al susodicho una tan intensa como comprensible y compartible obsesión erotica cuando ella, desde el balcón superior, y sin duda por adorable aunque torpe descuido, estuvo a punto de matarlo con un macetazo, y el susodicho desde entonces ha intentado ligarla ofreciéndole champaña para que ella moje papas fritas entre las burbujas mientras él pone en el tocadiscos el Concierto nº 2 de Rachmaninoff que, como todo mundo sabe, es a la vez espiritual y erotizante, pero a ella eso no le hace tilín, no le causa feeling, y entonces él se pone a tocar en el piano la inmarcesible pieza Palitos Chinos en Do, es decir en dos dedos, uno por cada mano, y ella lo imita con un gozo y un brío que sólo un crítico con pelos en las orejas diría que son dignos de mejor causa, y el deseo es tan fuerte, pero sólo para el susodicho, que éste se arroja hacia la muchacha tomándola por sorpresa, y los dos caen, no al abismo del amor salvaje, sino a la alfombra de intenso azul celeste que es como un cielo de abajo en el que de pronto se encuentran los dos perplejos y sospechablemente felices, porque al fin y al cabo no habrán sentido el suceso como un momento de frustración (aunque en principio eso era) sino como una gozosa aventura, un accidente mágico y hasta poético… y… oh, malgré tout, quién tuviera caídas como la de ese momento que uno, en 1955, cuando tenía veintiún años, vio en un cine de aquellos grandes y amplios y suntuosos e irrepetibles de entonces, ese momento en que uno se resignaría a ser tan feo como Tom Ewell a cambio de la oportunidad de caer con Marilyn a la celestial alfombra azul que te quiero azul.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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