El falso extranjero

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Pongamos que el aforismo es de Lichtenberg: “El comienzo no fue malo. Pero entonces cumplió dos mil setenta años.” Y pongamos que el poeta Juan Antonio Masoliver Ródenas cumple hoy setenta años. Y que aquí estamos para cantarle la canción de aniversario. Ha venido hasta Lichtenberg. Le oigo decir que mi comienzo no ha sido malo.

 

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Pongamos que lo que sigue es de Masoliver, del Masoliver narrador. Pertenece a su relato “Amnesia”: “Se encontraba absolutamente perdido. Miró el nombre de la calle y sintió un inmenso alivio: Rambla de Cataluña. Estaba en su calle.”

Estamos hoy en la calle de Masoliver. Algo más arriba, en lo alto de esta Rambla de Cataluña, está la terraza del Doria, del antiguo bar Doria, uno de los territorios recurrentes, espacio casi mítico de Masoliver narrador.

Siempre que paso por el Doria recuerdo que la terraza es escenario del gran estruendo apocalíptico de sirenas de ambulancias en “El bigote de Cristo”, uno de los relatos más destacados de La noche de la conspiración de la pólvora, relato apocalíptico con lágrimas, con lágrimas de risa feliz y humor trágico, a veces buñuelesco (el humor de sus parientes; creo que los Masoliver son primos segundos de los Buñuel), como en la escena con Tuta, la hermana del narrador, golpeando con la muleta a un tullido, mientras la madre del narrador orina en la suntuosa Rambla catalana, en conversación animada con Pere Gimferrer, al tiempo que el aprensivo Rabassa comunica a los ciudadanos de aquella Barcelona de plomo extrañas desolaciones y profecías de suicidios.

El bar Doria quedó simbólicamente atrás aquel buen día de 1963 en el que Masoliver narrador dejó esta ciudad para vivir en Londres. Quedó simbólicamente atrás, pero también delante, hoy lo sabemos. Delante le esperaba la extraña alegría del exilio. Pero es que Barcelona era una ciudad insoportable y Masoliver narrador acabó teniendo vocación de exilio y vocación de literatura extranjera. Nosotros, los imaginarios compañeros del Doria, preferimos pensar que él deseaba marcharse para un día volver y escribir su poema “El regreso” y volver, además, para hacerse pasar por extranjero en su propia tierra.

Extranjero –de metro ochenta y tres de altura– en lo alto de la Rambla de Cataluña.

Masoliver poeta lee ahora uno de sus poemas en la terraza del Doria.

(Lee la apertura de Vertedero de Otaca.)

 

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“Si todo el mundo hace novela con argumento, ¿por qué tendría que hacerla yo? Ya está hecha esa literatura”, decía Masoliver narrador en una entrevista acerca de su novela La puerta del inglés.

¿Por qué hablaba Tono como defendiéndose? ¿Es un delito que una novela no tenga argumento? Pues sí, entre nosotros, todavía lo es. “Porque estamos en España”, que decía Gil de Biedma en un poema. Y porque “los memos de tus amantes y el bestia de tu marido”, de los que hablaba aquel poema, siguen ahí, siguen en la confusa trama académica de la novela española de ahora. Son uno y lo mismo los memos y la bestia realista a los que hay que dar explicaciones en el caso de que una novela prescinda de las estereotipadas convenciones y costumbres costumbristas de siempre.

Se defendía Tono de una acusación, por anticuada, inequívocamente española: ¡Se ha olvidado del argumento! ¡Desprecia usted la trama! ¡Será insensato!

Como buen hombre de letras afincado en el extranjero, creía que era normal presentar otras opciones para la novela tradicional.

Cuentan que cuando el escritor mexicano José Agustín empezaba en las cantinas a desvariar y a decir cosas que sonaban bastante raras, sus amigos –para evitar que le zurraran– salían en su ayuda y decían:

–Es que vivió en París.

–¡Ah, eso se avisa antes!

Y así se calmaba la bronca.

–Ustedes disculpen –tendría que haber dicho Masoliver narrador en aquella entrevista–. Mírenme. Extranjero en lo alto de la Rambla de Cataluña.

Si esto fuera una tesis universitaria de dos mil setenta páginas, discurriría en torno a dos líneas maestras de la personalidad literaria de Tono Masoliver: su extranjería –digamos que falsa extranjería, que es un concepto más literario– y su indiscutible condición de hombre de letras en el sentido más británico del término.

Hombre de letras y falso extranjero –de metro ochenta y tres de altura– apostado en lo alto de la Rambla de Cataluña, sueña que compone su gran poema “El regreso”.

 

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¿Hasta cuándo puede soportar un hombre ser visto como un extranjero en su propia tierra?

Pongamos que el aforismo es de Elías Canetti: “El falso extranjero: alguien que jura vivir en su propio país disfrazado de forastero hasta que lo reconozcan. Acaba abandonando su país, profundamente cabreado, como forastero.”

 

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Cuando apareció Retiro lo escrito se pensó en España que se trataba del primer volumen de sus memorias y que no podía ser en modo alguno ese libro una novela. De nada sirvió que Masoliver narrador explicara que no eran memorias, sino memorias de ficción (género que, por cierto, después ha seguido una interesante trayectoria entre nosotros) y de nada tampoco sirvió que explicara que Retiro lo escrito, como después ocurriría con Beatriz Miami y con La puerta del inglés, era una modalidad más de novela, una modalidad que el autor se había inventado para sí mismo, para poder mejor navegar por el tipo de género que consideraba más adecuado para narrar su no historia: un sistema de escritura propio, compuesto por una mezcla de diario, escritura satírica, memorias y ficción.

No era ese género –digamos que híbrido– algo frecuente en aquellos días en España. En esas tres novelas de la trilogía está encerrada –en el círculo perfecto que abre el mito de Masnou y cierra la imagen del regreso del extranjero a su propia tierra– la poética general de este autor, una poética que subraya el peso y el paso del tiempo y monta su discurso en torno a cómo la imaginación transforma la realidad. Tanto el subrayado como el montaje imaginativo le exigen mezclar infancia, adolescencia y madurez. Para ello se sirve de textos que participan del diario, del libro de memorias, de hechos ficticios y reales. Y de la sátira, quién sabe si influenciado en parte por Swift, al que debió sentir muy próximo en sus dos años dublineses.

Ahora Masoliver, extranjero en lo alto de la Rambla de Cataluña, lee un aforismo de Swift en la terraza del Doria: “El verdadero crítico es alguien que descubre y colecciona los errores de los escritores.”

 

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En La puerta del inglés, tercer libro de la trilogía, es donde Masoliver narrador perfeccionó mejor su invento de texto digamos que híbrido, porque pienso que allí estaba mejor ensamblada la mezcla entre realidad y ficción. Y también la apasionante combinación entre remembranza y libelo, poesía exasperada y ajustes de cuentas y el humor buñuelesco del perplejo en tierra de nadie, en tierra del Doria.

Libro, La puerta del inglés, más dramático, con menos anecdotario (a pesar de los garbeos del crítico García-Posada), de mundo más corrosivo, más pesimista, aunque libertado a veces por un humor muy personal, muy masoliveriano. Es una de las piezas claves de su obra.

 

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¿Qué es lo masoliveriano?

Recuerdo que un día alguien le comentó que no sólo ha vivido la mayor parte de su vida en el extranjero, sino que, tanto allí como aquí, ha estado siempre al margen de todo y de todos.

–Eso –dijo– lo aprendí de mi tío, Juan Ramón Masoliver, un señor que habría podido ser muy famoso y no quiso serlo. De él aprendí una actitud de ir por la vida: “jo sóc jo i que no m’emprenyin.”

 

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Le preguntaron a John Banville si el estilo era el rey, y la trama, un soldado raso, o viceversa.

–El estilo avanza dando triunfales zancadas, la trama camina detrás arrastrando los pies –contestó.

Creo que algunos le perdieron definitivamente el respeto a las tramas cuando leyeron unas declaraciones de Kurt Vonnegut a The Paris Review donde apuntaba que las tramas en realidad eran sólo unas cuantas y no era necesario darles demasiada importancia, bastaba con incorporar –casi al azar– una cualquiera de ellas al libro que estuviéramos escribiendo y de esta forma poder así disponer de más tiempo para la forja de lo que realmente habría de importarnos siempre: el estilo.

¿Y cuáles eran esas tramas tan archisabidas de las que hablaba el escritor norteamericano? Pues Kurt Vonnegut lo tenía bien claro, aunque yo en alguna parte he adjudicado esta teoría a Vilém Vok, aunque este detalle ahora bien poco importa. Las tramas, decía Vonnegut, son siempre las mismas: “alguien se mete en un lío y luego se sale de él; alguien pierde algo y lo recupera; alguien es víctima de una injusticia y se venga; el caso conmovedor de Cenicienta; alguien empieza a ir cuesta abajo y así continúa; dos se enamoran, y mucha otra gente se entromete; una persona virtuosa es acusada falsamente de haber pecado o de haber cometido un crimen; una persona se enfrenta a un desafío con valentía, y tiene éxito o fracasa; alguien inicia una investigación para conocer la verdad de un asunto; alguien rinde homenaje a un compatriota que cumple dos mil setenta años y lo presenta como un gran poeta solitario, como un falso extranjero, como el clásico hombre de letras en la tradición británica, pero no sabe explicarlo porque cree –error fatal– que le han dado sólo dos mil setenta segundos para decirlo todo”.

 

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La sabiduría de Masoliver crítico consiste en dedicarse, como buenamente su talento le da a entender, a acercar los libros a los lectores. Masoliver crítico es esencialmente pragmático. Respira el aire de cierta crítica británica que, aun siendo escrita por creadores, se dirige siempre a un lector medio. Resumen el argumento, analizan el libro, lo sitúan en un contexto (con respecto a otras obras del escritor y a otros autores cercanos a él), señalan si hay algo nuevo o bien todo son lugares comunes, evitan la interpretación pedante y, finalmente, emiten un juicio matizado muy valioso para el lector: si vale la pena o no leer el libro.

 

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¿Ha de aspirar Masoliver crítico a la ideal objetividad? Él sabe que, cuanto más amplio sea el marco de referencia, más posible será acercarse a ese modelo o canon. Antes era impensable un crítico que no hubiera leído mucho. Hoy ya todo es posible. Se ha llenado de críticos que hablan de la modernidad u originalidad de un determinado autor ignorando que muchos de esos hallazgos estaban ya en Cervantes, en Kafka, en Svevo o en Joyce. Pero, paradójicamente, el mejor crítico es el que más liberado está de prejuicios, el que sabe leer como si no hubiera leído nada, el que en el fondo es tremendamente subjetivo.

“Uno de los procesos más difíciles –ha dicho Masoliver crítico– es, precisamente, el de la eliminación de los lugares comunes. Y si alguna crítica y alguna sociedad está realmente aferrada a los lugares comunes es la española. No hay sabiduría más feliz que la de la ignorancia. Esta ignorancia literaria nos permite degradar a escritores como Cela o Umbral porque juzgamos la obra confundiéndola con la persona. Y si somos críticos progresistas tenemos que rechazar a Delibes por clásico (o sea, convencional), a los best-sellers de calidad porque son best-sellers que forzosamente tienen que ser malos sólo por ser best-sellers.

 

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“Algo parecido ha de ocurrir al encontrar a un amigo que se ha convertido en un desconocido” (“Persianas cerradas”).

Todos creemos conocer a nuestros amigos. Pero, como diría Andrew Sean Greer, lo que creemos saber de ellos resulta ser una mala traducción, una traducción hecha por nosotros mismos de un idioma que apenas dominamos.

Todos creemos conocer a nuestros amigos y muchas veces creemos hasta conocerlos demasiado y no los leemos con atención, precisamente porque creemos ya conocerles sobradamente.

Luego, hay sorpresas. Hay máscaras y hay desconocimientos que caen de golpe en los días menos pensados.

“Días en que en las láminas vacías/ del mar la luz dibuja otras imágenes,/ vacías de melancolía” (“La luz calcinada”).

Le pedí a Tono Masoliver, hace unos días, una breve biografía de sus pasos por el mundo:

“Querido Tono: Con destino a uno de los fragmentos que compondrán mi texto del 2 de noviembre, me gustaría contar con algunos datos biográficos tuyos que luego quizás convierta en un poema dadá o algo por el estilo: quisiera, si es posible, fecha de nacimiento, año de tu marcha al extranjero, tiempo que llevas de crítico en La Vanguardia, los primeros poemas, duración del exilio, qué pasó en Londres y en Dublín, nombres de personas amadas…”

La respuesta me indicó que era amigo desde hacía tiempo, pero en realidad yo no tenía mucha idea de quién era. Creo que esto se puede aplicar a todas las relaciones humanas en general. Qué extrañas las vidas de los otros. Cuando más cercanas sentimos a ciertas personas más acabaremos descubriendo que apenas sabemos nada de ellas.

 

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“Querido Enrique: en mi privilegiada memoria no entran las fechas, así que no sé ni siquiera cuándo nacieron o murieron mis padres ni cuando morí yo. Trataré de reconstruir lo que me pides. Nací en una clínica del Torrent de les Flors de Gracia el 12 de enero de 1939 porque en algún sitio tenía que nacer, pero soy de El Masnou, entonces Masnou a secas, como aparece en tantos de mis escritos. Vivía en la carretera de Teyá, 1, con mis siete hermanos.

“Aprendí a leer en casa y en las Escolapias de Masnou. Aprendí lo que era la pederastia en la academia Balmes, de la calle Fontanills que da título a los cuentos que ahora tiene Vallcorba. Bachillerato en las Escuelas Pías de Balmes. Vivía en la Rambla de Cataluña, con mi abuela, mi padre, mi tío Juan Ramón y mi hermano Bartolo.

“Matriculado en la Facultad de Derecho […] Expedientado. Matriculado en la Facultad de Filosofía y Letras. Especialidad de Románicas […] Entre mis profesores: Joan Petit, Antoni Vilanova, Martí de Riquer, José Manuel Blecua.

“Voy a vivir con mi tío Juan Ramón a su casa de Vallençana (Montcada i Reixac) […] En 1962 regreso a la casa del Masnou. En 1963 viajo a Londres con la que sería mi primera mujer, inglesa. Veraneos en Garda sul Lago. Frecuentes estancias en Lucca. Hasta mi divorcio. Dos hijos, Yashin e Ilya. Dos años de lector en el Trinity College de Dublín. Matrimonio con una argentina […] Un hijo: Daniel. Inicio mis viajes a México, que se prolongarán por más de 30 años […] Tras 20 de matrimonio, me divorcio y me instalo con Sonia en el Bellresguard de El Masnou y más tarde en el barrio de California, cerca de mi antigua casa de la carretera de Teyá.

“De los amigos muertos lloro especialmente a Luis Maristany, Nissa Torrents y Javier Lentini. Más recientemente, a Eugenio Montejo.

“Varios amores y desamores me llevaron al amor, expresado en palabras en mi libro Sònia. Esto no significa que mi exaltación amorosa no se vea lesionada por mi visión pesimista de la vida. En este sentido, escritura, amistad y amor son los precarios salvavidas que nos permiten sobrevivir.”

 

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“Abro la ventana y veo/ a Dios. Cierro la ventana/ y veo a Dios. En el centro/ del patio llora un niño” (“La luz calcinada”).

El universo de la infancia un lugar inhóspito. “El pueblo de los niños no duerme: está muerto”, creo recordar que escribió en un poema. Junto a la infancia trastornada por la palabra poética, los otros temas de Masoliver poeta son el sexo, el amor –su libro Sònia es el más ambicioso y el más perfecto de su poesía y para mí es una obra maestra– y la muerte. Son temas tratados con medidas nada usuales en nuestra poesía, tratados con el estilo que él ha alcanzado gracias a la inteligencia literaria que ha surgido de su fervor por los libros profundos, por recuperar crítica y poéticamente el mundo de la infancia y la adolescencia, por tratar de entender la relación entre dicha infancia y el presente, por penetrar con máscara de falso extranjero en el complejo mundo de las relaciones afectivas.

 

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Masoliver vuelve una vez más a erguirse en la terraza del Doria y proyecta su sombra de expresionista ruso sobre la Rambla de Cataluña y vuelve a leer “El regreso”:

 

Fueron la vejez y la pobreza

las que llevaron a Quijano

a la aventura y al amor.

 

Y como es –aunque no lo sabe– bastante irlandés, suele citar –con éxito siempre– una célebre frase de Joyce:

“Como no podemos cambiar de país, cambiemos de tema.”

Todos los más famosos escritores irlandeses se han sentido obligados a dejar su país y cambiar de tema. Y casi todos han caído siempre en la trampa: cuanto más se han alejado de su país, más han pensado en su país y menos han escapado de él. No se han dado cuenta de aquello que dijera Monterroso (el gran amigo de Masoliver crítico) acerca del lugar en el que mejor están las moscas. Cito de memoria: “¿Y dónde están más seguras las moscas? En el matamoscas.”

Parece que Masoliver exilado, Masoliver poeta, Masoliver narrador, Masoliver crítico, Masoliver modernist (abierto a todas las vanguardias) ha sabido descubrir a tiempo algo esencial, dónde está mejor y más seguro:

La única forma de escapar de Cataluña es vivir en Cataluña. ~

 

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