El Galdós de Sara Schyfter

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El drama de los judíos españoles es el drama del exclusivismo español. Consiste este exclusivismo en establecer la equivalencia entre español y católico. Ser español es ser católico. ¿Y los musulmanes que durante ochocientos años ocuparon la península? Esos nuevos españoles son intrusos, la hispanidad se forjó en la lucha por expulsarlos. ¿Y los judíos que vivieron en España desde antes de la invasión árabe? Esos tampoco son españoles, son también intrusos.

El exclusivismo español no sintió la diversidad como lo que es, riqueza, sino como lo que no es, amenaza. Y lo diverso, lo no católico, fue perseguido con ferocidad y saña. La ansiedad discriminatoria no se detuvo con la expulsión, o el asesinato de quienes siendo judíos o moros osaron permanecer en la península. La sociedad se dividió en cristianos viejos, esto es, quienes no tenían ancestros judíos o moros. Los cristianos nuevos, aquellos que, como bajo los nazis, eran hijos o aun nietos de judíos o moros, fueron sobajados y cayeron a ciudadanos de segunda o tercera clase, eran mal vistos o no podían, por ejemplo, ascender en el ejército ni en la administración.

De este ambiente adverso, represivo, peligroso, desaparecieron, como es natural, los judíos. Cuando Galdós sale a escena en el siglo xix, los españoles no tenían experiencia directa de lo que era un judío. De los judíos solo quedaban en los españoles prejuicios y fantasías hostiles alimentados por las prédicas necias que aseguraban que los judíos, que habían rechazado a Cristo, eran culpables de su muerte. Esta ignorancia entera acerca de cómo eran los judíos duró en España siglos, es seguro que en parte permanece todavía. En 1985 vivimos en Madrid mi familia y yo. A Soledad, la muchacha que nos ayudaba, mi hija Ximena, de unos diez años entonces, le contó que éramos judíos. La muchacha, que era madrileña, abrió los ojos asombrada, no podía creerlo, no puede ser, ¿lo dices de broma, verdad? Que una familia como cualquier otra, normal, estuviera compuesta por judíos era impensable. Quién sabe qué imágenes de los judíos hayan poblado su cabeza.

Aquí entra el análisis de Sara Schyfter de las novelas de Galdós en su libro Los judíos de Benito Pérez Galdós (Jus, 2013). ¿Qué estrategia va a usar el maestro para eludir los prejuicios? Porque los españoles, como Soledad, suponen que los judíos tienen rasgos peculiares, idiosincrásicos y que estas idiosincrasias son casi todas perversas. ¿Qué puede hacer Galdós para combatir este antisemitismo inconsciente y desarticulado?

Galdós en la novela Gloria presenta una pareja de amantes, ella, Gloria de nombre, cristiana; él, Daniel Morton, judío. En Morton, escribe Sara Schyfter, Galdós “consigue crear, posiblemente por vez primera en la literatura española, una imagen positiva y digna de los judíos. Es por ello que Galdós camufla la identidad del personaje hasta el final; si la religión de Morton se hubiera conocido desde el principio, el antiguo prejuicio cristiano y español hacia el judío habría dificultado que los otros personajes lo aceptaran, y por lo tanto, habría ensombrecido y contaminado cualquier imagen favorable del judío que el autor tratara de crear”.

Esto es, Galdós “camufla” –dice la autora– a Morton, “presenta un hombre de ideas, valores y principios absolutamente admirables y respetables que además nunca han estado en conflicto con las enseñanzas cristianas”.

El personaje de Galdós es poseedor de prestancia y excelencia, el lector se identifica con él y, ya producida la identificación, revela que se trata de un judío. El prejuicio ancestral, la fantasía antisemita, se cuartean, pierden pie. Al siniestro personaje troquelado por la ignorancia y la desinformación se opone un buen hombre común y corriente, pero digno y apreciable.

El prejuicio arranca cosificando, el judío es esto o aquello. Aquí entra un concepto de empleo inmundo, cuando no trágico, el concepto de raza, la raza judía. Pero ser judío no es pertenecer a una raza. De hecho, si el modelo para hablar de raza son los perros, entonces no hay razas humanas, ya que no hay especialización ninguna, todos los humanos tenemos las mismas capacidades.

Ser judío no es ser de una u otra manera, resalta en las novelas de Galdós, sino es pertenecer a una cultura, una cultura que ha sobrevivido desde prodigiosa antigüedad, o si se prefiere el judío pertenece a una etnia peculiar, etnia que comprende la inmensa variedad de modos de ser humanos, como cualquier otra etnia.

La personalidad de Daniel Morton es compleja. No queda espacio para desenvolver esta personalidad. Así que me limito a recomendar que explayen entero el asunto leyendo Los judíos de Benito Pérez Galdós.

Voy ya a terminar. Fernando del Pulgar fue político importante y gran historiador. Nació entre 1430 y 1435. Criado en la corte, gozó de esmerada educación. El rey Enrique IV lo envió de embajador a la corte de Francia, siendo rey Luis Undécimo, y en 1473 fue embajador en Roma. Al comienzo del reinado de Isabel la Católica fue elegido secretario de la reina y le fueron confiadas delicadísimas misiones. En 1481, de unos cincuenta años, retiróse de la corte marchando a su casa de Toledo. Pero fue llamado de nuevo a la corte para confiarle la crónica del reinado de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos. Escribió la crónica y ahí está, es un libro muy hermoso, de gran prosa y de observación minuciosa y cumplida. Pulgar es también autor de un libro canónico en las letras españolas, Claros varones de Castilla, un clásico, puede leerse y releerse siempre con deleite e instrucción. Pues bien, este hombre, Fernando del Pulgar, era judío.

¿Qué pasó ahí en España? Quién sabe, no alcanzamos a entender la lógica del rechazo, la expulsión y el duradero rencor, la lógica del exclusivismo fanático. No entendemos, porque judíos fueron también don Sem Tob, don Alonso de Cartagena, el exquisito poeta Juan de Mena, Rodrigo de Cota, autor del inmortal Diálogo entre el Amor y un viejo, don Fernando del Pulgar, ya mencionado, Fernando de Rojas, autor de La Celestina, obra maestra, Luis Vives, fray Luis de León, Mateo Alemán, Jorge de Montemayor, Santa Teresa, el anónimo autor de Lazarillo de Tormes, y, bueno, Cervantes mismo, entre otros maestros, tuvieron todos sangre judía…

El libro de Sara Schyfter arroja luz, una luz discreta, puntual, acerca de estos misterios, los enigmas que rodean la larga y dramática jornada de los judíos en España. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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