La literatura española del siglo XX viene marcada por la Guerra Civil, a la que no siguió un cambio político como el que tuvo lugar en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Para muchos poetas europeos la continuidad de las vanguardias tenía un sentido, y a él se aplicaron en un arco que abarca gran parte de la creación poética del siglo. España vivió bajo un régimen fascista, lo que trajo un repliegue hacia formas estéticas incluso muy anteriores a la Generación del 27. La consecuencia fue que la poesía española se movió hacia lo autóctono, en una autarquía estética que desterraba incluso los avances del modernismo. Una tendencia ya presente en el romanticismo español, también autárquico y autóctono, alejado de los fundamentos creadores y vitales del europeo. La poesía se hizo ante todo social y realista, tradicional y poco crítica, despegada de las transformaciones del pensamiento poético europeo y latinoamericano. Esta tendencia predomina en la poesía más premiada y más leída durante los últimos años, y contrasta con la obra de importantes poetas, desde el mismísimo Gil de Biedma o Carlos Edmundo de Ory hasta José Ángel Valente o el último Juan Ramón Jiménez. Esa poesía ya es historia y forma parte del pasado. El futuro de la poesía se asienta en los poetas jóvenes que están haciendo, o intentando hacer, otras cosas. A la retórica del realismo epidérmico se enfrentan los integrantes de La otra joven poesía española, pues “si algo tienen en común los poetas aquí antologados es el hecho de considerarse herederos de los lenguajes de la modernidad, así como partícipes de un diálogo fértil con ciertas voces poéticas más o menos excéntricas posteriores a la Guerra Civil”. Su vocación es la de señalar eso que Andrés Sánchez Robayna ha llamado “literatura de las excepciones”, y reivindicar ese “lugar sin lugar” que les ha sido asignado y les corresponde “como solitarios, como excepciones”, como voces singulares de la palabra poética. Nadie que lea el prólogo puede sentirse engañado, deja claro el objetivo que mueve el libro, que es afirmar la existencia de un espacio poético y valorarlo en su justa medida, de ahí esa adjetivación de “otra” joven poesía, la que intenta recuperar la utopía moral de la tradición romántica europea. Más allá de concepciones doctrinales (a las que un lector atento solicita algo más de precisión, mejor definición de lo que se encuentra detrás de su terminología y mayor detalle en sus reivindicaciones), esta antología es coherente con sus postulados; otra cosa es la aceptación o no de los mismos, y consecuentemente está acorde con la dureza y contundencia de sus principios. Son catorce poetas nacidos entre 1962 y 1974, con un primer grupo de mayor edad y madurez poética, al que sigue un segundo esencialmente de poetas tinerfeños que, en la estela de las revistas Sintaxis y Paradiso, han configurado en Canarias un espacio definido. De su suma emerge la realidad de poetas muy específicos y originales, radicales en sus concepciones, percepciones y materiales, fruto de una poesía que busca el rigor del lenguaje. En conjunto se muestra sólida y oportuna, una apuesta importante que no necesita de espejo en el que mirarse para resaltar la importancia de unas aportaciones que van a ser decisivas en el futuro.
Luis Antonio de Villena presenta en La lógica de Orfeo a 18 poetas nacidos entre 1965 y 1985 que, como afirma el subtítulo, transitan “un camino de renovación y encuentro en la última poesía española”. Los elegidos ilustran la integración poética de dos tendencias: la de la “voz lógica” y la de la “voz órfica”, la primera representante de la “poesía del realismo meditativo” y la segunda adscrita a la “poesía del irracionalismo cognoscitivo”. La tesis de Villena propugna la interacción poética de ambas voces en un modulado sincretismo poético que da su nota predominante en la nómina de sus seleccionados. Cada poeta levanta su escritura con mayor o menor afinidad respecto a esos dos núcleos de expresión. Todos parecen estar en una especie de vía intermedia, como entre las dos aguas de esos dos |extremos creativos. Poetas de frontera podría decirse. El mayor problema viene de su mismo planteamiento: un dilema forzado que obliga a forzar una respuesta. De acuerdo con su anterior trabajo antológico, 10 menos 30: la ruptura interior dentro de la poesía de la experiencia, este nuevo camino de la poesía española reafirma sus vaticinios, pero no deja de ser un cambio de orden doméstico, una respuesta artificial a una crisis del realismo que nace de sus mismos postulados, esa diáspora estética de la poesía de la experiencia que ha tomado ya carta de naturaleza. De ahí ese principio de avance hacia la convergencia con un lirismo meditativo, reflexivo y esencialista de mayor autonomía.
Veinticinco poetas españoles jóvenes, por último, se asemeja a un catálogo restringido de voces jóvenes, cercanas en proyectos y ambientes comunes, y atentas al desarrollo de sus propias obras. Un recueil de poetas dirían los franceses, una quinta que diría un castizo. En gran proporción, los antologados proceden de Madrid y Andalucía (más concretamente de Córdoba), lo que demuestra la relación entre muchos de ellos. Son poetas nacidos entre 1972 y 1985, todos reunidos bajo el marchamo de poetas del siglo XXI. Los hay con obra ya certera y amplia, y bastantes son prácticamente inéditos, con poéticas en ciernes que tienen mucho de proyecto futuro y menos de valor seguro. Quizás la ausencia de presupuestos iniciales responda a la variedad de sus propuestas, estilos y estéticas, que hace difícil acordar puntos de unión o semejanza más allá de sus personales y concretas realizaciones textuales. En este sentido, la antología respira cierta libertad que el lector reafirma, pues de él depende la decisión de determinar qué vale o no la pena dentro del panorama que se nos presenta. Vale decir que es una antología contingente, centrada en la eventualidad de las posibilidades, en cuanto muchos de los poetas presentan escrituras que pueden ser o no ser, acaso necesarias algunas, no imprescindibles otras.
En estas tres antologías el lector va a encontrar poemas y proyectos nada desdeñables junto a propuestas sin misterio y sin pensamiento. Si algo les une es la necesidad de escapar, por edad o por convicciones estéticas, de la poesía de los ochenta y sus prolongaciones. Si dejamos de lado fechas excluyentes y hablamos de poéticas individuales, de la identidad encarnada en sus textos, habría que reseñar una expresiva lista de nombres que articulan poéticas libres de retóricas imperantes: Esperanza López Parada, Vicente Valero, Álvaro García, Eduardo García, Melchor López, Ada Salas, Carlos Jiménez Arribas, Pelayo Fueyo, Jordi Doce, Antonio Méndez Rubio, Lorenzo Oliván, Javier Rodríguez Marcos, Rafael-José Díaz, Goretti Ramírez, David Mayor, José Luis Rey, Miriam Reyes, Antonio Lucas, Marcos Canteli, Josep M. Rodríguez, Joaquín Pérez Azaustre, Juan Antonio Bernier, Julio Reija, José Antonio Gómez-Coronado, Álvaro Tato, Fruela Fernández y Elena Medel. Las palabras clave son capacidad de búsqueda e indagación, algo que tiene que ver con la condición radical de lo poético como lenguaje. Poesía abierta a significados más amplios, a la imaginación y a la creatividad. Como ha dicho Antonio Méndez Rubio, la escritura poética debe ser “un discurso tan singular, como sabía Platón, que sea capaz de sacarnos de nosotros mismos, de enajenarnos, es decir, de desbordar los límites que tienden a imponer los principios de identidad (subjetiva) y de realidad (objetiva)”. La mejor poesía que podemos encontrar en estas antologías busca un tipo de reflexión que aun procediendo de la realidad más inmediata y biográfica, comienza a alejarse de ella. Una poesía con vocación de convocar un mundo bajo la condición verbal y discursiva del poema. Uno de los mayores descubrimientos que la lectura de estos libros deparará al lector es la poeta canaria Goretti Ramírez, que tiene razón al afirmar: “La poesía es una actividad medular, pero nos conduce siempre hacia los márgenes”. ~
LO MรS LEรDO
El gallo de la aurora
Antonio Ortega