El huevo en sí

Nueva Alianza diseñó una campaña que emplea con mucho orgullo la expresión “¡A huevo!”, con la cual exhiben cierta erudición metida al suspensorio de su amor a los clásicos.
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El partido político Nueva Alianza (panal) afiló el cacumen y diseñó una campaña que emplea con mucho orgullo la trepidante expresión “¡A huevo!”. En efecto, en uno de sus (así llamados) spots, un joven le pregunta a otro “¿Tú también eres turquesa?”, a lo que este responde con enorme aplomo: “¡A huevo!”.

Me parece muy bien que un partido político mexicano sublime una expresión tan guapa y elocuente, no desprovista de gongorismos y en nada ajena a los hilos truculentos que urden y traman el lenguaje de todos.

No ignoro que hay gente para la que esta expresión resulta altisonante y aun ofensiva. Un magistrado del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, señor Francisco de la Mata, ya comentó que “no estoy de acuerdo con el lenguaje, lo he de confesar. Yo tengo hijos chicos y no me gusta que oigan ese tipo de cosas” pero, sabiamente, declaró que la Constitución no impide emplearla.

Se entienden las resistencias. Este huevo, como lo registra el profesor Héctor Manjarrez en su imprescindible Útil y muy ameno vocabulario para entender a los mexicanos (México, Grijalbo, 2011), “denota los testículos o cojones o tompeates o tanates”, gónada masculina que, en efecto, suele manifestarse en doble. El uso coloquial del huevo —señala el lexicólogo— figura en expresiones que “denotan virilidad, arrojo” (como en “¡Qué huevos!”) pero, como también acota el sabio, pueden lo mismo denotar abuso como en “¡Qué huevos tan azules, cómo te metes a los golpes con alguien más chico!

¿Cuál es el origen de este elocuente “a huevo”? La metáfora huevo=testículo no solo es bastante primaria, sino aun equívoca, toda vez que se tiñe con una nebulosa feminización del poder reproductor (dado que los verdaderos huevos del asunto se encuentran a buen resguardo en el interior de las damas). Los testículos son, si acaso, apenas los agentes del impulso a fecundar al huevo, pero no son el huevo; son apenas los “testigos” de ese impulso —que es por lo que también se llaman “zebedeos” que es una forma asaz laboriosa de nombrar la tendencia de los huevos a dar fe y a circular en pareja, como los hermanos Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, apóstoles testigos de Jesús.

Así pues, cada vez que los orgullosos miembros turquesas del panal proclaman turquesamente su fe “¡A huevo!” exhiben cierta erudición metida al suspensorio de su amor a los clásicos. Como es sabido, fue el poeta Quinto Horacio Flaco quien en su Arte poética empleó por vez primera la expresión “ab ovo” para oponerse a la idea de que el mundo romano tuviese su origen en aquel huevo famoso que empolló Leda (luego de sus amoríos con Zeus, a la sazón un cisne) y del que emanara la divina Helena, a causa de cuya belleza sucedió la guerra de Troya, semilla de Roma y ergo de la cultura occidental.

Gritar “¡a huevo!” en la lid democrática significa de este modo una crítica racional al imperialista Horacio y una reivindicación del huevo como primera causa de todo lo que es. En todo esto meditan los turquesas cuando trasladan el ejercicio del voto a lo primero de lo primero: al huevo mónada, al huevo big bang, al huevo humano demasiado humano, al huevo das kapital, al huevo como voluntad y representación, al huevo fenomenológico y, en suma, para decirlo con Sartre, al huevo en sí.

El detonante “¡a huevo!” deja en claro la higiénica reivindicación del huevo como potestad mandona y sede endocrina del voluntarismo final. Carecer de cabeza no es tan grave, siempre y cuando quede el huevo. ¿No solía decirse, para representar a la autoridad incuestionable del presidente en turno, que tal o cual medida de gobierno se aplicaba por “Artículo cero”, es decir, “a la de a huevo”?

Así pues, no se preocupe el magistrado De la Mata: cuando sus hijos escuchen las fantasías turquesas, no se hallan ante un despliegue de virilidad, arrojo o abuso: están aprendiendo cultura bíblica, física cuántica, practicando filosofía y citando a Horacio.

Algo más que agradecerle, ab ovo, a la Maestra Gordillo.

 

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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