La figura de Borges ha suscitado varios mitos que han contribuido a su fama extraordinaria pero que a mi juicio han creado muchas distorsiones y malentendidos acerca de su vida y obra. El mito más difundido es el de Borges como un manso escritor que vivía casi fuera del tiempo en una especie de utopía literaria, y para quien la creación literaria, por tanto, era un juego autorreferencial o una reescritura de textos anteriores. Un mito asociado representa a Borges como un escritor cosmopolita desarraigado de un contexto específico que muy bien podía haber escrito en inglés o en francés. Estos mitos dieron lugar a la idea de Borges como un hombre ignorante de la política, si no es que como un reaccionario que apoyó a las juntas militares de los años setenta en la Argentina o a Pinochet en Chile. En mi biografía Borges. Una vida me propuse, entre otras cosas, examinar estos mitos, situando al escritor en su contexto argentino y analizando sus textos dentro de una estricta cronología.[1] El resultado fue bastante sorprendente: descubrí que muchos de sus textos aludían de manera oblicua tanto a su vida personal como a los acontecimientos de la historia y la actualidad argentinas. Era evidente que Borges estaba imbuido de una fuerte conciencia de la responsabilidad del escritor ante la historia y que hasta el final de su vida se comprometió con el destino de su patria. En este ensayo voy a dirigirme a una cuestión que los mitos asociados a la figura de Borges han contribuido a perder de vista: cómo entendía Borges la historia argentina, y cómo esto influyó en la formación de sus valores políticos y en sus escritos. También quisiera demostrar que había una especie de relación dialéctica entre su visión de la historia argentina y su concepción de la escritura, y que los cambios en un campo tuvieron repercusiones en el otro.
En una entrevista de 1973 Borges opinó que el significado de la independencia de la Argentina residía en el hecho de que los criollos habían “querido dejar de ser españoles” y habían hecho un “acto de fe” en la posibilidad de crear una identidad nacional distinta de la española.[2] Además, dijo que, si los argentinos no perseveraban en la lucha por forjar esta nueva identidad, “muchos de nosotros correríamos el albur de recaer en españoles, lo cual significaría una manera de desmentir toda la historia argentina”. Es curioso cómo Borges parecía concebir la identidad nacional argentina como algo bastante frágil, como una obra colectiva que muy bien podía disolverse, y que por tanto había que vigilar y preservar activamente para que no se revelara como una mera ilusión.