¿Qué leen y escriben los hispanohablantes en Japón?

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Crecí cerca del Toreo de Cuatro Caminos. Fui, como siete de mis hermanos, a la Secundaria No. 66 situada en la calle Bernard Shaw No. 25 entre Av. Pdte. Masaryk y Campos Elíseos. Algunos amigos de la secundaria vivían en San Isidro y sus padres se habían hecho de terrenitos en los que aquel entonces eran los límites de la ciudad, en los voladeros de Cuajimalpa, cerca de la vieja carretera a Toluca (ahora Santa Fe). Eso no necesita mucha explicación.

Lo que sí necesita explicación es cuando alguien en Estados Unidos me pregunta de dónde soy.

–De la Ciudad de México, del Distrito Federal.

–¿En dónde vivías entonces?

–Cerca del Toreo de Cuatro Caminos.

–¿Entonces vivías en la Ciudad de México o en el Estado de México?

–La verdad es que mi casa estaba en el lado del Estado de México, pero soy de la Ciudad de México.

–¿Ah sí? ¿De dónde?

Siempre me ha costado trabajo explicar que mis padres vivían en Xicoténcatl, que se casaron en Coyoacán en 1950 y que, como querían comprar una casa para sus hijos, lo único para lo que les alcanzó en aquel entonces fue para un terreno cerca del Toreo, también muy cerca del Country Club, Chapultepec, por supuesto. Según mis padres y mi acta de nacimiento nací en Gabriel Mancera No. 222 aunque nunca vivimos en la Del Valle. Hay cosas que no necesitan explicación, pero en mi caso he tenido que explicarlo todo. Crecí no en la periferia, pero sí cerca del Periférico.

Ahora vivo en las orillas del Río Hudson, cerca del Estadio de los Gigantes, a 14 kilómetros de él para ser más exacta, y en Nueva York enseño en dos campus: en el barrio que divide Manhattan y el Bronx y en la Calle 34 y la Quinta Avenida. Esto no se lo tengo que explicar a los neoyorquinos. Ellos saben que vivo en Nueva Jersey (por favor no les recuerden que el estadio de su equipo no está en Nueva York sino en Nueva Jersey ni tampoco le recuerden a la gente de la Universidad de Columbia que parte de su campus está en Harlem justo en la línea que divide a Manhattan y, en este caso, a los ricos de los pobres).

–Cuando viví en Japón entre 1981 y 1984, viví en Nagoya.

–En Nago… ¿qué?

–Nagoya. La ciudad que está entre Tokio y Osaka; una ciudad muy grande, pero como no tiene los atractivos de Tokio ni de Osaka, siempre pasó desapercibida. Incluso, entre los japoneses había una broma, decían que la cultura iba directamente de Tokio a Osaka, no se paraba en Nagoya, aunque el tren balasiempre se detuvo. Esto no se lo tengo que explicar a los japoneses. Todos bien saben donde está Nagoya y aunque les duela, mi equipo de béisbol (básicamente no existía futbol en el Japón de aquel entonces)  los Chunichi Dragons ganaron el campeonato en 1982. Tal parece que he vivido toda mi vida en la periferia…

***

Cuando viví en Japón entre 1981 y 1984 no había revistas, ni periódicos, ni programas de radio o televisión en español. Además, eran muy pocos los festivales del mundo hispánico, la música en español que se escuchaba era escasa y eran relativamente pocos los restaurantes que servían comida hispana. Volví a Nagoya en el año 2009 cuando decidí escribir mis memorias Kokoro, una mexicana en Japón. Cuando pisé sus calles después de tanto tiempo, la nostalgia me embargó; ya era otra ciudad, era un Japón que yo no viví. Sabía que a partir de los años noventa habían llegado a Japón olas de migrantes latinoamericanos, pero yo no había convivido con ellos. También sabía que esos migrantes habían comenzado a crear una cultura de la cual yo no formé parte. Traté de encontrar un libro que me diera noticia de esa reciente historia cultural, pero no lo hallé.

Por supuesto que es errado pensar que la presencia de los hispanohablantes en el archipiélago es un fenómeno de las últimas décadas. Los misioneros españoles llegaron a Japón en el siglo xvi. Ellos introdujeron productos agrícolas, conocimientos teóricos de astronomía, geografía y matemáticas, bellas artes, productos físicos y químicos, el espejo, el aguardiente, el vino, las lentes, los telescopios, etcétera. Pero esa es otra historia.

Como no pude encontrar un libro que me diera noticia de los hispanohablantes que comenzaron a llegar por cientos y hasta miles a Japón a inicios de los noventa, decidí escribirlo yo: Historia cultural de los hispanohablantes en Japón, aparecido bajo el sello de Escribana en 2019. La versión en inglés, A cultural history of Spanish speaking people in Japan, la publicó Palgrave el año pasado. La prosperidad económica de Japón a finales del siglo XX hizo que las compañías optaran por llevar a extranjeros a trabajar a ese país. En 1991 se ejecutó la Nueva Ley de Extranjería y Reconocimiento de los Refugiados, la cual permitía el ingreso a todos los descendientes de origen japonés (nissei) hasta la tercera generación (sansei); ellos podían obtener la residencia permanente y trabajar sin restricción alguna. Como en la primera mitad del siglo XX miles de japoneses, abandonando la pobreza, habían emigrado principalmente a Brasil y a Perú, ahora los hijos o nietos de ellos podían trabajar legalmente en Japón. En la actualidad hay aproximadamente 70,000 hispanohablantes (españoles y latinoamericanos) en Japón. Decidí investigar su producción cultural porque no solo los une la misma lengua sino que muchos trabajan para las mismas instituciones, escriben para los mismos periódicos o revistas y forman parte de los mismos públicos que presencian actividades artísticas y culturales; así como sucede con los latinos en Estados Unidos.

Comencé a escribir mi libro en 2011, después del Gran Terremoto del Este. Viajé a Japón constantemente para conducir mis investigaciones, las cuales llevé a cabo desde Tokio hasta Okinawa. Japón no es tan pequeño como parece: el archipiélago es del tamaño de Francia o Alemania. Por supuesto que me detuve en Nagoya no solamente por nostalgia sino porque, irónicamente, ahí se concentra un gran número de hispanohablantes; las fábricas de Toyota y Mitsubishi están ahí y muchos de los latinoamericanos trabajan en ellas. Visité iglesias católicas, pequeñas bibliotecas públicas y cárceles; acudí a juegos de beisbol y futbol, a conciertos y festivales masivos que se llevan a cabo en los grandes parques; entrevisté a obreros, a periodistas, a profesionales, a editores y traductores y, en fin, hice lo que pude para ofrecerles a mis lectores una historia cultural general.

Un aspecto cultural que no se había documentado de una forma cronológica y precisa eran las publicaciones de periódicos y revistas impresas. Fue muy difícil trabajar en archivos de varias ciudades, pero logré rescatar lo que era necesario. El capítulo sobre los medios de comunicación es el más extenso. En sus cien páginas hablo de los periódicos y revistas impresas en español y doy ejemplos de lo que en ellos se publicaba o se publica, si es que todavía el medio existe. Por ejemplo, con motivo de la Copa Mundial de futbol Corea-Japón, un compositor peruano, asentado en Japón, por supuesto, escribió:

            “Mundial 2002”

Tal vez usted no lo crea
en la fiesta del balón
debutó muy bien Japón
y nos sorprendió Corea.
Senegal que dio pelea
Turquía que se da maña
fracasa esta vez España
y Rusia la vio muy fea
Uruguay se muñequea
y México se desengaña.

Antes de mi libro solo se habían editado dos antologías de escritores hispanohablantes en Japón. La primera, Encuentro. Colectánea de autores latinos en Japón, fue editada y publicada por Montse Watkins, una traductora catalana que fundó Luna Books, una colección dentro de una casa editorial japonesa para libros traducidos directamente del japonés al español. La segunda, Bajo el sol naciente. Latinos en Japón, se publicó en México en 2005 y fue editada por Narciso J. Hidalgo y Rafael Reyes-Ruiz.

El material que tenía para escribir el capítulo sobre la literatura era tanto que estuve a punto de abandonar el manuscrito. Poco se publica en Japón en español, así que documenté las casas editoriales y sus fundadores, pero como me di a la tarea, de manera arbitraria, de escribir sobre los escritores hispanohablantes que habían vivido en Japón por lo menos dos años a partir de 1991, el trabajo fue exhaustivo. Además, escribir sobre el pasado inmediato es problemático ya que siempre se nos escapan escritores importantes. Mis inquietudes eran: ¿Cómo se narra desde Japón? ¿Cómo se interpreta Japón desde dentro? ¿Difiere mucho la literatura escrita por escritores que han vivido en Japón de aquella que, como diría Cees Nooteboom, “es un Japón de libros”?

{{ Citado por Lolita Bosch en Japón, Nueva York, Brutas Editoras, 2011, p. 85.}}

¿Cuáles son los temas por los que se inclinan los hispanohablantes en el archipiélago?

Entre los temas que más han proliferado en la literatura de los hispanohablantes en Japón se encuentran la ciudad y la tecnología (específicamente, los trenes y los celulares). Como escribió Aurelio Asiain en 2010 en el periódico International Press (semanario publicado en Japón desde 1994) a propósito de los tantos tuits que recibía:

1. Me fastidian los hashtag. Me fastidia recibir mensajes para varios destinatarios con los que no estoy conversando. Detesto las cadenas.

2. Lo escrito aquí es virtual. Los buenos días que das cada mañana no tienen para qué entrar en la eternidad. Tampoco tanto tonto diálogo.

Otros temas que se repiten son la soledad, la cotidianidad, la vida laboral (profesional, técnica y también la prostitución), la convivencia con otros extranjeros ya sean estos hispanohablantes o no, la discriminación, la nostalgia por el país de origen y el suicidio. En este capítulo incluyo textos que se publicaron en periódicos y revistas impresas y digitales lanzadas en Japón, así como en novelas que se publicaron fuera del país ya que algunos escritores han regresado a sus países de origen después de vivir años en el archipiélago. Incluí a escritores conocidos así como aquellos que apenas llegaron a publicar un cuento o un poema en el periódico local.

El pasado inmediato “es, en cierto modo, el enemigo”, escribió Alfonso Reyes.

{{Obras completas, XII, Ciudad de México, FCE, 1960, p. 235.}}

 En mi caso, me pregunto repetidamente cómo no leí a tiempo Hanami o Reflejos. Haiku y otros poemas de Cristina Rascón Castro para estudiarlos e incluirlos en el libro. Todo escritor que escribe sobre la historia contemporánea comprende las contradicciones, las “pugnas” a decir de Reyes. Ahora que el Pacífico ha sido redescubierto por la academia norteamericana se ha puesto de moda escribir sobre la historia cultural de México (y América Latina por extensión) en relación al Lejano Oriente. ¡“México al mundo por igual divide, / y como a un sol la tierra se le inclina / y en toda ella parece que preside”!

((Bernardo de Balbuena, citado por Roberto González Echevarría, Historia de la literatura hispanoamericana, vol. I, Madrid, Gredos, 2006, p. 232.))

Hace más de veinte años yo escribí que el encuentro cultural entre América Latina y el Lejano Oriente era un encuentro insólito entre una “periferia” y otra “periferia” y era nada menos que otra alternativa al fenómeno que Edward Said juzga en su cabal Orientalismo publicado en 1978. Sin embargo, Alfonso Reyes ya se nos había adelantado. En 1930 escribió: “y no veo la necesidad de que, desde América, insistamos en la división del Oriente y el Occidente, el Atlántico y el Pacífico –haciendo así bizquear sin objeto nuestra inteligencia–, cuando los dos grandes elementos se están fundiendo en buena hora, para nuestro uso y disfrute americano, en un solo metal sintético”.

{{ Obras completas, XI, Ciudad de México, FCE, 1960, pp. 172-173.}}

No cabe duda de que Reyes es un verdadero contemporáneo de todos los tiempos. ~

+ posts

es catedrática de literatura hispanoamericana en The City College
of New York-The Graduate Center.


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: