Era una mujer bonita, de ojos claros, que lloraba frente a las cámaras de Cubavisión. Lloraba porque se iba ya de este país donde había visto el socialismo gracias a un tour político de dos semanas.
Ahí estaba el avión para volver a Chile, la patria para la que quería todo lo que apreció en su periplo por escuelas, granjas, centros laborales y mítines de rabia antiimperialista.
Regresar a la oposición y a la batalla por conquistar escalones más altos para los desposeídos, en los ámbitos legales de una democracia representativa, con medios de prensa, libre entrada y salida del país, libertad de reunión, elecciones, derecho de réplica y garantías constitucionales.
El retorno a la tierra que uno ama, donde tiene la memoria intacta y las cartas de amor. Regresar para contarle a todos la espléndida experiencia cubana y dar las cifras de las victorias y narrar lo felices que son estos caribeños, la determinación y los deseos que tienen de morir en combate y la alegría con que bailan en la noche al borde de sus playas de ensueños al pie de las palmas esbeltas.
Lloraba sinceramente. Lo creo. Miraba al lente y su discurso era enérgico y de cierto ardor, pero el leve trayecto de sus lágrimas le daba prosperidad a la dulzura.
La mujer vio a los suyos en el poder. Sus amigos de la Juventud Comunista al frente de la comitiva y al mando de la letanía de ómnibus refrigerados. Generosos en los brindis y pródigos en los almuerzos, en los días de reposo y diversión. Los primeros en el arrebato y el fulgor del verbo.
La familia. Personas de otros rumbos con sus mismas ideas, con la batuta en alto por 42 años, diseñadores de un paseo de quince días al futuro de la humanidad.
Desde luego que ella no vio llorar a otras muchachas. No vio, no verá, a Maritza Lugo llorar sin testigos, en lo hondo de su casa al sur de La Habana, recién salida de la Prisión de Manto Negro, en su segunda experiencia carcelaria porque sus ideas no coinciden con las de los cálidos anfitriones de la chilena.
Llora porque está sola con sus dos hijas y el esposo sigue preso y no hay un espacio en el país para contar lo que pasa y no puede salir a hacer una gira por la libertad del padre de sus hijas y volver a donde tiene las cartas de amor y los recuerdos.
Llora Maritza y llora en Placetas Bertha Antúnez por su hermano enfermo y encerrado y Magaly de Armas por Vladimiro Roca y Elsa Morejón por Oscar Elías Biscet y decenas de novias, madres y hermanas y abuelas de más de doscientos presos políticos, lloran.
Y lejos de Cuba lloran mujeres de ojos claros, muchachas bonitas que se tuvieron que ir del pobre país donde nacieron, no de la república de atrezo por la que llora sinceramente una joven comunista de Chile. ~
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