Los casos de corrupción son siempre aburridos. Suelen ser procesos largos que no encajan bien en la dinámica periodística. Uno no solo pierde la cuenta de cuántos hay sino también el hilo de uno solo. Si el interés se mantiene, suele ser gracias a la ideología: muchos de los que se interesan por un caso de corrupción y lo siguen durante meses lo hacen porque confirma sus prejuicios. Se fían de su ideología para determinar si es un caso relevante o no. Y los medios, según su adscripción ideológica, hacen mayor hincapié en unos que en otros.
Podemos no tiene casos de corrupción o crisis internas remotamente equiparables a los del PP o el PSOE. Por eso sus simpatizantes y miembros piensan que la prensa debería dejar de informar sobre sus crisis y pequeñas corruptelas. No hay matiz: si los otros hacen más, nosotros no hacemos nada. “Ya aburren” suele ser una forma de bloqueo del debate sobre su crisis interna o su presunta financiación irregular. No suele haber una refutación sino una simple consideración de “aburrido” o “cansino”. Muchas veces tienen razón. Hay medios expertos en encontrar negligencias del partido que no lo son en realidad. Pero la táctica es la misma cuando los medios aciertan. Con respecto a su crisis internas, Podemos ha vendido la discrepancia como algo sano (“A veces tener algún problema, alguna discusión, es una cosa que refuerza y da madurez”, dijo Pablo Iglesias en El Hormiguero), y ha aireado las discrepancias con naturalidad. Porque las mejores parejas también se pelean. A la vez, ha construido el relato de que la prensa inventa crisis, y ha usado su argumento clásico de “ladran, luego cabalgamos”.
Un partido surgido de la televisión sabe que casi todo lo que les ocurre es noticiable: ellos mismos han fomentado ese escenario. Su táctica es hacerse los sorprendidos. Saben cómo funciona la prensa, pero explotan una falsa ingenuidad. También les beneficia que muchos de sus críticos no sean rigurosos. Un periódico llegó a acusar a Carmena de arrancar una flor protegida cuando estaba de vacaciones en la playa. Esto no solo ayuda a Podemos por oposición (si les critican así les voto) sino que ayuda a silenciar sus críticas y a convertir el medio en el mensaje.
Muchos debates necesarios se desacreditan cuando los secuestra el radicalismo. Pasa cuando el independentismo catalán se compara con el nazismo y cuando el islamismo radical lo critican fundamentalistas cristianos. Es la muerte del matiz y del debate. En un reciente artículo sobre debates intelectuales en Alemania a raíz de la crisis de los refugiados, Manuel Arias Maldonado escribe sobre la muerte del matiz:
Es sabido que la primera víctima de la creciente polemización es el matiz” […] Esta “destrucción del matiz” no responde sino a la necesidad humana de tener razón y mantenerla […] Renunciar a los matices es, así, una variante de la mentira, es decir, un autoengaño: por cuanto la lectura gruesa de cualquier fenómeno social nos permite eludir las distinciones que podrían quitarnos la razón. ¡Y eso, nunca!
Por eso Teresa Rodríguez, secretaria general de Podemos en Andalucía, compara a Miguel Hernández con Andrés Bódalo, el concejal de Podemos encarcelado por agresión. Piensa que como algo es injusto, no caben matices; que lo que realmente importa es la dignidad, un concepto que no necesita rendir cuentas con la realidad. Pero cuando uno olvida los matices suele hacer el ridículo y acaba perdiendo también la dignidad.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).