El mes pasado en el diario Milenio Ciro Gómez Leyva publicó un editorial titulado “Lo de Cabañas es pedo del gobierno, brother”.
Debutó así en los titulares de la prensa la voz “pedo” (del latín peditum). Tonante y elocuente, sustituyó de manera formal a las voces “cosa” y, en México, “onda”, y abrió un nuevo registro, libre ya de explicables reticencias. Somos del parecer que esto tendría que haber sucedido desde tiempo atrás, cuando, en los albores de la humanidad, la retumbante Bubao salvó al mundo con un pedo, o desde que don François Rabelais narró sus gigantescas peripecias, o cuando el paracleto Mozart logró atrapar uno, vivo, y se lo describió minuciosamente a su pícara prima, o cuando el gran Palinuro de México, descrito por Fernando del Paso, analizó sus posibilidades energéticas.
Y tantos otros, sin olvidar al primerísimo, a don Francisco de Quevedo y Villegas, cima de la lengua castellana, súperlirida rengo y Caballero de Santiago, que le otorgó carta de legitimidad y pasaporte al entonar su apología, haciéndolo principal protagonista de su nunca suficientemente citado Gracias y desgracias del ojo del culo, donde, entre otras cosas dice del “señor don Pedo” que
es tan importante su expulsión para la salud, que en soltarle está el tenerla. Y así, mandan los doctores que no les detengan, y por esto Claudio César, emperador romano, promulgó un edicto mandando a todos, pena de la vida, que (aunque estuviesen comiendo con él) no detuviesen el pedo.
Se trata, pues, de un sustantivo sincero que, no obstante, concita un comprensible incordio por escrito, proporcional solamente a su abundancia por hablado. Y aún siendo así, que algo tan desagradable como un pedo se encuentre tan preñado de usos, y atruene con tal asiduidad en la conversación cotidiana de México, obliga a que, superados los pudores, enfrentemos el asunto con profesional determinación y científica templanza.
Comencemos por reproducir la definición que aporta nuestra sabia Academia Mexicana de la Lengua:
Pedo (Quizá del español antiguo bebdo, bébedo ‘bebido, casi embriagado’, participio pasivo de beber, o del español pedo ‘gas intestinal que se expele por el ano’, posiblemente por alusión al mal olor del ebrio.), peda. adj. Borracho. || pedo. m. Borrachera. || pedo de monja. (Traducción del francés pet-de-nonne.) m. Golosina esponjosa hecha de masa de harina de trigo. || bien pedo. loc. Muy borracho. || echar de pedos. loc. Regañar, reconvenir. || ponerse alguien pedo, o ponerse alguien un pedo. locs. Emborracharse. || sólo pedo o dormido no se siente lo jodido. ref. Uno sufre siempre de lo que lo atormenta, excepto cuando está borracho o cuando duerme. Estas voces son malsonantes.
Sí, es encomiable la meticulosidad con que la Academia puntualiza que el tal “gas que se expele por el ano” es de naturaleza intestinal, cosa que subrayamos precautoriamente, con no más propósito que el de alejar la ansiedad que a algún lector puntilloso podría causarle la amenaza de que un gas expelido por el ano pudiere tener origen en sitio distinto al intestino, por ejemplo, un gas cerebral o pancreático, algo que, hasta donde se sabe, no existe, por lo menos entre gente humana. (Tampoco se puede dejar sin encomio que la Academia apunte que se trata de voces “malsonantes”, como si tuviera el pedo la opción de afinarse como un clavecín; ni que ese adjetivo sea perfecto ejemplo de la sutil sinestesia.)
Sosegada esa duda, reconocemos que los localismos anotados por la Academia se encuentran lejos de agotar su proliferación. ¿Obedecerá acaso a la resistencia de los académicos a mostrarse más duchos en el manejo, disección y anatomía de una voz canalla y de tan baja ralea (lo que quizás alguno quiso disimular con lo del “pedo de monja”, pastelera y simpática metáfora, pero remota del segmento de realidad que nos corresponde)? Discrepo, pues, a fe mía, el asunto no sólo debería haberse enfrentado con soltura lingüística, sino aún en sesión pública y solemne, y en el Palacio de Bellas Artes por lo menos, previa invitación al pueblo, para su ilustración, solaz y esparcimiento, y de ese modo aprovechar su popular sabiduría con objeto de amaestrar de una buena vez esta voz que de tantas y tan variadas maneras se ha convertido en depositaria milusos del carácter de este pueblo tan nuestro, centenario, bicentenario y –digámoslo de una vez– eterno.
Agreguemos pues, a los ya anotados por la Academia –aunque sin pretender agotarlos–, otros usos de esta voz proliferante que se expelen en cualquier esquina sin diferencia de edades, género, condición social, convicción política, raza o religión:
¿Qué pedo? Es un saludo, equivale a ¿qué hay de nuevo?
¡Qué pedooooooo! Expresa incredulidad, susto o asombro.
Qué pedooooooooooooooo, güey. Invitación al pugilato.
¿Cuál es tu pedo? Se pide a alguien que manifieste sinceramente el carácter profundo de sus intenciones.
Ya no sé ni qué pedo. Es expresión de angustia existencial en el dicente.
Ojalá, porque si no sería un pedo. Es decir, sería un problema de laboriosa resolución.
Te voy a decir cómo está el pedo. Prolegómeno para explicar a alguien la manera de proceder ante una situación determinada.
Armar un pedo. Crear un alboroto.
Armar un pedote. Crear un alboroto, pero de gran tamaño.
¡Qué mal pedo! Se dice después de que alguien armó un pedo, o un pedote. Por lo general, un desenlace desfavorable.
Yo estaba en mi pedo. Significa: “yo atendía mis asuntos; yo estaba en mis cosas”.
Hacerla de pedo. Exagerar algo sin causa justificada.
Traer algún pedo. Tener algún problema.
Traer muy buen pedo. Mostrar una actitud positiva en lo general.
Este libro es buen pedo. Ejercicio sucinto de crítica literaria.
Iba hecho pedo. Es decir, se trasladaba a exceso de velocidad.
Se le atravesó un pedo. Cuando todo iba bien, apareció un obstáculo.
Luego de echarte todo el pedo. Dícese de algo que sucede cuando, luego de agotar un trámite cualquiera (sobre todo de carácter burocrático), una dificultad completamente imprevista hace su melodramática aparición.
Ese es el pedo. Puntualización necesaria en el desarrollo de un argumento.
Ahí está el pedo. Ubicación exacta del meollo de un tópico cualquiera.
Esto y lo otro y todo el pedo. Cuando un testimonio es de larga enumeración, se dice así para abarcar la sobreentendida totalidad de sus circunstancias (equivale a etcétera).
Cuando acabes tu pedo. O sea: una vez terminadas tus tareas.
Ponerse al pedo. Adoptar una actitud beligerante ante el pedo de otro.
Le cantó el pedo. Le provocó, le incitó a liarse a golpes.
Tíranos un pedo, mamacita. Atenta solicitud de cariño a una dama que se ha quitado la ropa en un escenario frente a un público varonil.
A todo lo anterior habría que agregar, naturalmente, muchas otras voces malsonantes derivadas del sustantivo que a todos nos atañe. No es ocasión de hacerlo y carecemos del espacio necesario. Baste, a guisa de ejemplo, anotar un uso particularmente actual, gracias a la intensa vida política y social del país: el adjetivo pedero.
Pedero. Alguien (que puede estar pedo) siempre dispuesto a sumarse a un alboroto previo (es decir a un pedo) creado por otra persona (otro pedero, que puede también estar pedo). P. Ej.:
–¿Kestrá psandoai?
–Nsé. Gun pedo.
–Amos.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.