El mundo según Borat

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Todo ocurre en un bar country en Tucson, Arizona. Es noche de aficionados y la maestra de ceremonias anuncia la llegada de un huésped poco común: “¡Démosle una calurosa bienvenida, desde Kazajstán, a Borat y sus vaqueros!” Una figura extraña aparece en escena: chaleco de cuero apretado, corbata blanca, bigote mullido y pantalones de mezclilla mal cortados. Incómodo, carga una guitarra. “Esta canción –explica– se llama En mi país hay un problema.” La melodía comienza de manera muy candorosa. “En mi país hay un problema/ y ese problema es el transporte,/ nos toma mucho, mucho tiempo/ porque Kazajstán es grande.” El público comienza a aplaudir tímidamente y el cantante suelta el primer coro: “Tiremos el transporte al pozo/ para que mi país pueda ser libre,/ debemos hacer fácil el viajar,/ para hacer una gran fiesta.” Entonces, de la nada, Borat empieza a lanzar barbaridades: “En mi país hay un problema,/ y ese problema son los judíos,/ le quitan el dinero a todos,/ y nunca lo devuelven.” Contra todo pronóstico, el público de Arizona festeja la ocurrencia. Borat tiene una solución para el “problema” en su país, y la comparte con sus nuevos amigos: “Si ves venir al judío,/ cuídate de sus dientes,/ agárralo de sus cuernos,/ y te diré qué hacer.” Para entonces, una señora se ha puesto de pie; baila y canta feliz, con dos deditos sobre la frente a modo de cuernos: “Tira al judío al pozo/ y tendremos una gran fiesta.”

Borat Sagdiyev y su canción antisemita son todo un éxito en el corazón de Estados Unidos. Pero hay algo que ni la señora de los cuernos ni el resto del público imaginan. Borat no existe. Todo el numerito ha sido sólo una elaborada trampa cómica. El hombre detrás de Borat se llama Sacha Baron Cohen, un camaleón británico de tal puntería provocadora que habría que remontarse hasta el mismísimo Monty Python para encontrarle parangón. Además de haberse graduado en Historia por Cambridge, Baron Cohen es un judío ortodoxo. El dato no es casualidad: todas y cada una de sus representaciones tienen como objetivo tácito exponer lo absurdo del prejuicio. A su manera, Baron Cohen es fiel a la herencia incendiaria de Lenny Bruce o Andy Kaufmann. Como aquel par de maestros de la exasperación y la incorrección política, el creador de Borat sabe que el éxito cómico está en llevar cada escenario al punto de ebullición. Para que su estilo de comedia funcione, el creador necesita poner a sus entrevistados, sus patiños y su público al borde de la ira. El juego del comediante inglés está lleno de riesgos. La línea entre la parodia del prejuicio y el prejuicio mismo es muy delgada.

En el caso de Borat, el antisemitismo es sólo la punta del iceberg. A lo largo de dos temporadas del Ali G Show, producción de Baron Cohen para HBO, Borat se ha encargado de burlarse de los gitanos, las mujeres, los negros, los orientales y, por supuesto, los homosexuales. Para Borat, misógino de antología, todas las mujeres son prostitutas potenciales. En un capítulo, Borat ve a una adolescente de curvas pronunciadas mientras camina por Nueva York. “Me gusta. ¿Cuánto cuesta?”, le dice mientras la mira lujurioso. En otro fragmento, el reportero kazajo pregunta en qué momento los estadounidenses dejan salir a las mujeres de sus jaulas; no, le contestan, en Estados Unidos las mujeres nunca son encerradas; “¿Por qué? Se les van a escapar”, dice consternado. Para Borat todos los negros son los “cara de chocolate” y los orientales los “cara de vainilla”. A los gitanos hay que perseguirlos y aporrearlos. Uno de los pasos de baile más conocido en Kazajstán, nos informa, es una especie de movimiento descendente del brazo derecho. ¿El nombre de la coreografía?: “Golpeando al gitano”.

El mundo gay es otro blanco favorito de Borat. Aquí, Baron Cohen tiene la inteligencia de agregar un ingrediente al prejuicio del personaje: la homofobia de Borat coquetea constantemente con la homosexualidad. Borat saluda con un par de besos a los hombres. Las mujeres no reciben ni un apretón de manos. En una escena casi dolorosa, Borat visita el vestidor de un equipo de béisbol. Mientras se pasea entre las regaderas, lanza furtivas miradas a los beisbolistas desnudos. Al final se detiene para observar de cerca a un muchacho que está saliendo de la ducha: “Me recuerdas a un burro”, le dice, “¿Me dejas tocar?” El pobre pitcher no sabe cómo manejar la situación y ríe nervioso. Pero Borat no suelta la presa: “¿Me dejas tocar? ¿Por favor?” Así pasarán diez minutos en los que el espectador vivirá inmerso entre la pena ajena y la admiración ante la osadía cómica.

La gran prueba para el peculiar humor de Sacha Baron Cohen tuvo lugar en Estados Unidos el 3 de noviembre, fecha en que se estrenó con gran éxito de taquilla el primer largometraje protagonizado por el reportero kazajo: Borat: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan. Con la cinta, una especie de road-trip en el que el protagonista trata de integrarse a la cultura estadounidense, Baron Cohen quizá haya ido demasiado lejos. La Liga Antidifamación, principal organización de lucha contra el antisemitismo en Estados Unidos, ya ha expresado su inquietud por escenas como aquella en la que Borat avienta billetes a las cucarachas que corretean debajo de su cama de hotel pensando que los insectos son, en realidad, judíos kafkianos. “Nos preocupa que parte del público no entienda la ironía”, explicó recientemente la agrupación en una carta a Baron Cohen.

Pero, si de ofendidos se trata, nadie está por encima del furibundo gobierno de Kazajstán. Alguna razón tiene: entre broma y broma, la imagen que Borat presenta de su supuesto país natal es escandalosa (en el “Kazajstán” de Borat, el vino se hace con orina de caballo fermentada, uno puede trabajar como cazador de gitanos y, entre hombres, resulta común apretar la entrepierna del vecino a la menor provocación). Sin embargo, incluso en este caso, Baron Cohen parece tener una creativa agenda oculta: irritar, hasta donde sea posible, a Nursultan Nazarbayev, el dictador que ha gobernado Kazajstán desde su independencia en 1991. Los resultados no se han hecho esperar. Hace un par de meses, el gobierno kazajo emitió un comunicado a través de su canciller Yerzhan Ashykbayev: “No descartamos que el señor Cohen esté sirviendo a los intereses políticos de alguien al presentar a Kazajstán de manera tan ultrajante”. Baron Cohen detectó de inmediato el tufillo antisemita y, disfrazado de Borat, grabó una réplica que dio la vuelta al mundo: “En respuesta a los comentarios del señor Ashykbayev, quiero decir que no tengo ninguna relación con el señor Cohen y apoyo completamente la decisión de mi gobierno de demandar a ese judío”. Chutzpah en estado puro. ~

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