I
El sรกbado 7 de febrero de 1925, poco antes de las diez de la noche, un grupo de trece inmigrantes judรญos provenientes de Europa del Este se embarrรณ los zapatos en la orilla empantanada del rรญo Uruguay, en Sudamรฉrica.
Los trece –hombres, mujeres, niรฑos y un bebรฉ– se resignaron al fango mirando hacia el oeste: mรกs allรก del rรญo bravo, en la oscuridad, las luces chispeaban en el viento como luciรฉrnagas. Era la ciudad de Concordia, en Argentina: tenรญa algo mรกs de treinta mil habitantes, alumbrado pรบblico a electricidad, un centenar de automรณviles en sus calles y tres lรญneas de tranvรญas rodando sobre nueve kilรณmetros de vรญas. Estaba situada en una provincia llamada Entre Rรญos. La ciudad uruguaya de Salto, al otro lado, no era mรกs que un pueblo chico. Los trece, que habรญan comenzado el viaje en un sitio tan lejano como Odesa, estaban ya cerca del destino final: Buenos Aires, Argentina, Buenos Aires, Amรฉrica.
El itinerario era complicado porque los tiempos lo exigรญan: la Argentina, un paรญs de puertas abiertas a la inmigraciรณn, las habรญa entrecerrado en 1923 siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos, que habรญa hecho lo mismo dos aรฑos antes. Pero los europeos –italianos, espaรฑoles, polacos, franceses, judรญos del Este– seguรญan llegando. Penetraban las fronteras porosas sin permiso desde el norte (Paraguay) y desde el este (Uruguay). A veces, en medio de la noche y con los zapatos embarrados.
–Mi tรญo, Isaac Schtivelband, fue el primero de los tres hermanos en venir –dice Beatriz Schtivelband, una trabajadora social que escuchรณ desde pequeรฑa la historia de sus ancestros. Tiene entre sus manos una foto en blanco y negro en la que Isaac posa con otros dos: un amigo y un hermano. El sol los ilumina. Ahora, allรก afuera, Buenos Aires hace ruido. Ha pasado casi un siglo de aquella noche en el rรญo Uruguay.
Entre los trece viajeros, Isaac era el de boina y corbatรญn: tenรญa entonces veinte aรฑos, la cara alunada, las orejas grandes y la boca pequeรฑa. Hijo del sastre Salomรณn, habรญa nacido en 1904: siendo un niรฑo habรญa pasado el hambre de la Primera Guerra Mundial y siendo un muchacho habรญa pasado el de la guerra civil que siguiรณ a la Revoluciรณn de Octubre. Cuando se decidiรณ por Amรฉrica, le dijo a su padre que รฉl se adelantarรญa, trabajarรญa, juntarรญa dinero y pagarรญa los pasajes para el resto de la familia.
–Llegรณ hasta Montevideo y quedรณ varado porque habรญa gastado casi todo –sigue su sobrina–. Pero lo poco que tenรญa le alcanzรณ para ir despuรฉs hasta Salto.
Junto a Schtivelband habรญan llegado los demรกs, tambiรฉn desde Montevideo, compartiendo el sueรฑo del inmigrante y la lengua yidis. Una muchacha de veinte aรฑos llamada Sussie Bolicowsky, que llevaba un diario en cuya primera pรกgina habรญa anotado “Rumania, Besarabia, 1924”, tenรญa un tรญo en Concordia que podรญa hacerlos entrar a la Argentina de modo clandestino. Alrededor de ella se armรณ el grupo: probablemente se habrรญan conocido en el transatlรกntico o en los hoteles portuarios y, a su manera, eran shifbriders, hermanos de barco. Tambiรฉn estaba el ingeniero mecรกnico Moisรฉs Brudno, que venรญa con su mujer, Katja, y sus tres hijos pequeรฑos. Brudno dejaba atrรกs a los sรณviets y un paรญs en guerra constante: habรญa contactado al cรณnsul argentino en Riga (la actual capital de Letonia) presentando quinientos dรณlares como garantรญa de su buen pasar y habรญa sido aceptado para emigrar. En la parada de Cherburgo los Brudno conocieron a otra pareja: los Feldman. Shimon Feldman tenรญa veintisรฉis aรฑos y era un estudiante de medicina que se habรญa quedado sin plaza en la universidad soviรฉtica, en tiempos de privilegio para los estudiantes obreros por sobre los burgueses. Su mujer, Bradnie, tenรญa veintiocho y estaba cerca de convertirse en dentista. Feldman hablaba once lenguas y habรญa conseguido un trabajo como maestro en una colonia agrรญcola judรญa de Basavilbaso, no muy lejos de Concordia. Junto a ellos tambiรฉn viajaban Matheus Maximilien Glimer, un polaco de Lemberg que a los veintisiete aรฑos ya habรญa vivido en Rรญo de Janeiro y en la ciudad portuguesa de Coรญmbra, donde habรญa completado el cuarto aรฑo de la carrera de medicina; Gemelcin Meillach, otro polaco, de dieciocho aรฑos; Schopsel Schojet, un rumano fornido de veinticinco; y Jina Madverguz, que era esperada por sus parientes en la Argentina.
Por fin, el sรกbado 7 de febrero de 1925, poco antes de las diez de la noche, estaban ya en Sudamรฉrica, reunidos en la orilla pantanosa de un rรญo. Pero la Joven Sabina, la barcaza con la que cruzarรญan las aguas, lucรญa arruinada como una nuez vieja.
Jukelson, un contrabandista ruso que le habรญa cobrado ocho dรณlares a cada uno de ellos para llevarlo al otro lado –el pago diario de un obrero era entonces de medio dรณlar–, estaba esperando. Con un machete que aรบn sujetaba les habรญa abierto el camino a travรฉs del monte durante dos kilรณmetros para llegar hasta la costa. Diego Ojeda, el botero, los apuraba junto a otros dos marineros; ninguno de ellos parecรญa de confianza, pero ¿quiรฉn es de confianza en el laberinto de la clandestinidad? Una vez cruzado el rรญo, Buenos Aires estaba cerca: solo restaba un trayecto de once horas en tren.
Habรญa que hacerlo.
Nadie sabรญa que el verdadero nombre de Jukelson era Lรกzaro Chornomaz y que se habรญa criado en la zona rural de Nikolaev –por entonces, asiento de los principales astilleros del Mar Negro–. Durante algunos aรฑos se habรญa dedicado a robar caballos en las estepas hasta que la policรญa del zar lo capturรณ y lo condenรณ a muerte. Pero Chornomaz logrรณ huir. Radicado desde 1909 en la Argentina, retomรณ su oficio, se cambiรณ el nombre y trabรณ relaciรณn con ladrones de ganado. En su destino azaroso pasรณ, robando y escapando, por las provincias de Santa Fe, Cรณrdoba y Tucumรกn, y en 1912 se quedรณ en Entre Rรญos. Allรญ abriรณ una verdulerรญa y dejรณ el robo de caballos por el contrabando.
Si Jukelson ya habรญa decidido la suerte de otros inmigrantes en el pasado, el tiempo lo ha olvidado. Pero la noche del 7 de febrero de 1925 tuvo en sus manos el destino de aquellos trece. Cualquier inmigrante lleva en sus bolsillos unos cuantos billetes; en el mejor de los casos tambiรฉn algunas joyas. Jukelson lo sabรญa desde sus tiempos de ladronzuelo, cuando veรญa a los mรกs afortunados partir hacia Amรฉrica y se preguntaba, con algo de resentimiento, por quรฉ la suerte nunca lo marcaba a รฉl.
El viento sacudรญa los sombreros y las maletas de los hombres y mojaba las faldas de las mujeres con salpicones marrones de aguas que bajaban desde las junglas brasileรฑas.
Habรญa que hacerlo ya, les ordenรณ Jukelson.
II
Como Isaac Schtivelband, como la familia Brudno, como los demรกs pasajeros de la barcaza Joven Sabina, otros 125 mil inmigrantes pensaron en la Argentina en 1925. Ese lejano paรญs del sur –poblado entonces por unos nueve millones de habitantes– alimentaba las fantasรญas de los desplazados que abandonaban en masa el Viejo Mundo. Eran tiempos de entreguerras y Europa se encaminaba hacia el crac de 1929 y los totalitarismos. Mientras las muchedumbres de los paรญses occidentales festejaban la paz de Versalles e intentaban volver a un ritmo de vida normal, los antiguos territorios del imperio zarista se convulsionaban en disputas territoriales y se empobrecรญan; y las aldeas hebreas se veรญan sacudidas por pogromos en los que el judรญo ya era –como lo serรญa en los aรฑos siguientes– el chivo expiatorio de un continente en crisis.
En Europa del Este unas trescientas mil personas esperaban la oportunidad de llegar a Estados Unidos, pero en 1921 patrones y obreros yanquis coincidieron en su intenciรณn de cerrar los puertos: los primeros temรญan la expansiรณn del comunismo; los segundos, la falta de empleo para un nรบmero desbordado de hombres. Cuando Washington formalizรณ sus restricciones, Argentina surgiรณ como una opciรณn para los judรญos europeos: en 1891 el barรณn Moritz von Hirsch –un filรกntropo alemรกn contemporรกneo del mรกs cรฉlebre barรณn Edmond James de Rothschild– habรญa fundado la Jewish Colonization Association, que a lo largo de ochenta aรฑos organizarรญa la emigraciรณn de miles hacia las pampas. La figura del “gaucho judรญo” fue cรฉlebre ya desde 1910. La llegada de estos inmigrantes se enmarcaba en una polรญtica nacional que necesitaba obtener fuerza de trabajo como fuera. Con 2,012,728 inmigrantes bienvenidos, el perรญodo que va de 1922 a 1928 fue el de mayor crecimiento: luego de los italianos y los espaรฑoles, los judรญos constituyeron la tercera naciรณn.
Sin embargo, en esos mismos aรฑos las tendencias restrictivas tambiรฉn llegaron al sur, en parte tambiรฉn por el temor a la expansiรณn del comunismo: el รบltimo dรญa de 1923, Buenos Aires promulgรณ un nuevo reglamento. Enfermos, dรฉbiles mentales, viejos y mujeres solas ya no podรญan ingresar al paรญs; los hombres que quisieran trabajar debรญan aportar certificados policiales de buena conducta y pasaportes especiales.
El ingreso clandestino desde Uruguay se hizo cada vez mรกs frecuente. Como Isaac Schtivelband y sus doce compaรฑeros, los desplazados judรญos que entraban esquivando las postas oficiales sabรญan que, una vez en Buenos Aires, sus parientes (una generaciรณn que ya era descendiente de los “gauchos judรญos” y que se habรญa asentado en las grandes ciudades) podrรญan ayudarlos a gestionar su residencia. Buenos Aires era para ellos una meta soรฑada: en entreguerras era un polo de vida israelita tan estimulante como Nueva York, Odesa o Vilna, e Isaac Bashevis Singer lo retratรณ en su cuento “Janka”. Habรญa allรญ teatro y prensa en yidis (con dos diarios de tirada masiva: Di Presse y Di Ydische Zaitung) y, por supuesto, tambiรฉn delito: la Zwi Migdal, una red de mujeres judรญas reducidas a explotaciรณn sexual, cayรณ en 1930 con un proceso resonante que detuvo a 459 proxenetas polacos.
En 1925 –mientras los trece inmigrantes trepaban a la barcaza Joven Sabina– la Argentina tenรญa, segรบn estudios actuales de la Universidad Hebrea de Jerusalรฉn, una poblaciรณn de entre 162 mil y 200 mil judรญos que convivรญan en una Babel donde el 29.9% de la poblaciรณn total era extranjera.
III
Ahora el viento penetra los huesos y sacude las ramas, y sin embargo es una tarde despejada de primavera. Un hombre gordo, de escasos cabellos flameantes, mira al rรญo durante un momento largo. Su caรฑa de pescar permanece inmรณvil.
Despuรฉs se rรญe.
–¡Hace una semana que no pesco nada! –dice–. Ni bagre ni boga, ¡nada!
Un perrito manchado y un muchacho moreno lo acompaรฑan, en la orilla cubierta de maleza que hace de lado argentino del rรญo Uruguay. Las aguas son tan opacas como lo fueron en 1925: traen la tierra del corazรณn de Sudamรฉrica, que alimentarรก, luego de viajar quinientos kilรณmetros rรญo abajo, al ocรฉano Atlรกntico austral.
–Tengo que venir de noche: sin el ruido de los barcos, los pescados aparecen –dice el hombre, pero no hay ahora ningรบn barco a la vista.
Esta zona, conocida como Salto Chico, estรก situada a cinco kilรณmetros del centro de la ciudad de Concordia. La costa uruguaya estรก a la vista, enfrente. Allรญ, como aquรญ, solo hay รกrboles y arbustos desordenados que crecen sobre el terreno virgen: allรญ embarcaron los trece inmigrantes del Este, anhelantes de poner un pie de este lado.
IV
Llevaban navegando un rato cuando la Joven Sabina comenzรณ a sacudirse de modo extraรฑo y los pasajeros se dieron cuenta de que estaba llenรกndose de agua.
Isaac Schtivelband, que hablaba algo de espaรฑol, se lo dijo a Diego Ojeda, el improvisado capitรกn, pero la respuesta fue una orden de silencio. Los viajeros comenzaron a sacar el agua con sus sombreros, pero parecรญa en vano: el anegamiento avanzaba. En un gesto desesperado, el ingeniero Moisรฉs Brudno pidiรณ a los que supieran nadar que se arrojaran para evitar que el barco se hundiera.
Entonces, sin mediar palabra, Ojeda girรณ el timรณn e hizo virar al barco. รl mismo se apoyรณ en un costado, tomรณ un remo y se echรณ al agua. En un instante todos estuvieron en el rรญo, gritando en la noche, aferrados al barco que flotaba dado vuelta en la correntada. “¡Spasaytes!”, dijo Moisรฉs Brudno, en ruso, para que cada cual se salvara.
Algunos eran arrastrados por las aguas; los que sabรญan nadar intentaban retomar el control. En el caos, Brudno tomรณ a uno de sus hijos y su mujer se ocupรณ de su bebรฉ y su hija.
Pero la marea los arrastraba, violenta, indomable. De repente, la furia del rรญo parecรญa doblegarlos a todos.
“Despuรฉs de nadar unos metros, la seรฑora Brudno sintiรณ que alguien la tomaba del pie”, se lee cinco dรญas despuรฉs en Di Ydische Zaitung. “En ese momento, notรณ que una muchacha estaba peleando por su vida y la agarraba para no ahogarse. Se puede ser un eximio nadador, pero si se es tomado del pie, puede uno ser arrastrado a las profundidades.”
Katja Brudno tratรณ de liberarse de la mano que la sujetaba para salvar a sus hijos. Luchรณ, forcejeรณ, pateรณ, tragรณ agua sucia a borbotones. Y se la sacรณ de encima. Pero en el tironeo no pudo evitar que se le resbalaran su bebรฉ y su hija. “La corriente de agua la arrastraba quiรฉn sabe hacia dรณnde”, informa el diario. “La seรฑora Brudno se sumergiรณ y buscรณ en la oscuridad, palpando bajo las olas a sus dos niรฑos. Pensaba que podรญa llegar a tocar el pequeรฑo cuerpo de alguno.”
En la desesperaciรณn, Katja Brudno pensรณ que su esposo podrรญa rescatar a los niรฑos. รl era un nadador experto: muchas veces habรญan jugado, en el Mar Negro, a buscar un anillo bajo las olas que rompรญan contra la arena, llenas de espuma. Katja Brudno nadรณ hacia la orilla con las pocas fuerzas que aรบn le quedaban, exhausta y espantada. Un estanciero de Salto contribuyรณ al caos general cuando vio el naufragio y disparรณ al aire para llamar la atenciรณn de las autoridades. Brudno, en pรกnico, pensรณ que hacรญan fuego sobre ella y avanzรณ cientos de metros conteniendo el aire, sumergida.
Los Feldman no sabรญan nadar: Bradnie y Shimon se aferraron al bote hasta que fueron tragados por las aguas. Matheus Maximilien Glimer le cediรณ un trozo de madera a Gemelcin Meillach: un trozo inรบtil que se fue a pique con รฉl.
El fornido Schopsel Schojet fue el primero en llegar a la orilla argentina. Corriรณ en la oscuridad, a travรฉs de los arbustos, pero un hombre le saliรณ al paso con un puรฑal y se le echรณ encima. A pesar del agotamiento, Schojet luchรณ, lo desarmรณ y lo echรณ a rodar barranca abajo. En el frenesรญ no se dio cuenta de que el cuchillo habรญa desgarrado su mano. No le importรณ. Siguiรณ hasta que vio una casilla de madera escondida entre los รกrboles. Golpeรณ la puerta y cuando le abriรณ una mujer soรฑolienta, dijo: “¡Agua! ¡Policรญa!”
Pero no logrรณ hacerse entender. Y gritรณ, sacudiรณ el cuchillo, enseรฑรณ su mano ensangrentada y entonces sรญ, por fin saliรณ con la mujer en busca de ayuda.
Mientras tanto, en la orilla, los traficantes Jukelson y Ojeda esperaban a cada uno de los sobrevivientes para asaltarlos. “Es probable que, con uno de los niรฑos aรบn vivo, Moisรฉs Brudno llegara hasta la orilla”, se lee en el diario Crรญtica, de Buenos Aires, tres dรญas despuรฉs del naufragio. “Allรญ le esperaban los asaltantes, quienes lo mataron a รฉl y a la criatura a palos y puรฑaladas, arrojando sus cadรกveres al rรญo luego de apoderarse del dinero que llevaba en los bolsillos del saco.”
Cuando Schopsel Schojet regresรณ a la orilla con algunos policรญas encontrรณ a Katja Brudno desesperada. Tenรญa en sus manos el cuerpo sin vida de su hija, una niรฑa ahogada, y clamaba al rรญo por su esposo. Brudno habรญa esperado encontrar a su marido en la costa; en cambio se habรญa topado con los marineros de Jukelson, que le habรญan saltado encima a ella tambiรฉn. La mujer gritรณ cuando le taparon la boca y la arrastraban hacia un bosquecillo, pero justo entonces apareciรณ Isaac Schtivelband.
Schtivelband no era un muchacho valiente: al contrario, era silencioso y un poco temeroso. Pero, como escribiรณ Borges, hay un momento de la vida en el que un hombre comprende su destino. Y el destino de Isaac Schtivelband, el รบnico momento definitivo de su vida, se concretรณ en esa orilla terrosa, enfrentando a esos verdugos. “Schtivelband la ayudรณ a liberarse de los bandidos luchando contra ellos, arriesgando su vida, a puรฑetazos”, se lee en Di Ydische Zaitung cinco dรญas despuรฉs del episodio.
Desacomodados y habiendo concretado solo en parte el robo, Jukelson, Ojeda y sus dos cรณmplices se dispersaron cuando Schopsel Schojet llegรณ con la policรญa. Algunos dรญas mรกs tarde, la barcaza Joven Sabina fue hallada en Yeruรก, cinco kilรณmetros rรญo abajo. No era mรกs que maderas destrozadas y astillas afiladas.
“Estima la seรฑora Brudno que la banda de malhechores, antes del embarque fatal, tuvo ocasiรณn de imponerse de que todos los viajeros llevaban dinero, especialmente su esposo”, informa el diario El Heraldo, de Concordia, luego de seis dรญas. “Un collar de perlas que llevaba una de las viajeras tambiรฉn provocรณ su codicia. Y el collar no ha vuelto a aparecer.”
El saldo, al amanecer, es de diez muertos: los cuerpos son apilados en la orilla y fotografiados.
V
Nadie en Concordia recuerda hoy la tragedia de la Joven Sabina.
Pero la memoria popular sรญ habla de cinco extranjeros que se esfumaron cruzando el rรญo Uruguay en la misma dรฉcada de 1920 y tambiรฉn de una familia que pereciรณ ahogada cuando los boteros les robaron sus joyas y la echaron al rรญo. Acaso –porque la memoria es una materia frรกgil y plรกstica que a veces reescribe el pasado– la historia de la Joven Sabina estรก por detrรกs de esas evocaciones imperfectas.
–Hubo una fuerte corriente de judรญos que pasaron de Salto a Concordia –dice Jacobo Bilkis, un hombre de hablar pausado que a los 87 aรฑos se ha convertido en un referente de la colectividad hebrea de Concordia, compuesta por unas trescientas personas–. Muchos eran interceptados por la policรญa que, despuรฉs de dos meses y de una buena coima, los liberaba con documentos argentinos.
Momentos antes de mi encuentro, Bilkis habรญa acompaรฑado a tres personas en una visita guiada por el Museo Judรญo de Entre Rรญos, que funciona en una casona en Concordia.
–En 1925 esta era una ciudad discreta, con una intensa actividad comercial portuaria. Aquรญ se recogรญa la producciรณn agrรญcola de las provincias del norte argentino –agrega despuรฉs el guรญa de la visita, Adolfo Gorskin, un hombre vivaz que calza un par de lentes gruesos y que no hizo mรกs que la escuela primaria en una colonia rural, pero que ha publicado un volumen con setenta cuentos. La pluma es una herencia de su padre, un colono que firmรณ siete libros de memorias y relatos.
Concordia estรก poblada hoy por 149 mil habitantes y es la segunda ciudad en la provincia de Entre Rรญos. Segรบn la รฉpoca, el contrabando tuvo su auge no solo para personas, sino tambiรฉn para repuestos automotores y drogas farmacรฉuticas que llegaban desde Uruguay en pesqueros sobrecargados.
Jacobo Bilkis, un farmacรฉutico retirado, hijo de un padre nacido en Besarabia y de una madre originaria de Ekaterinoslav, recuerda que la sociedad de beneficencia judรญa ayudaba a los inmigrantes llegados a Concordia a travรฉs del rรญo. Un actor aficionado, de apellido Silbert, esperaba con su camiรณn a quienes cruzaban y los cobijaba durante un tiempo en casas seguras, antes de enviarlos a Buenos Aires. Despuรฉs de la victoria franquista en Espaรฑa, los vascos republicanos tambiรฉn comenzaron a poblar las barcazas clandestinas y a tender sus redes de cooperaciรณn en este puerto.
El Museo Judรญo de Entre Rรญos cuenta la historia de los gauchos hebreos que poblaron estos campos. Pero una de sus repisas estรก dedicada a su fundador, Vรญctor Oppel. Originario de Transilvania, Oppel fue capturado y enviado a Auschwitz, donde sobreviviรณ gracias a su contextura: los trabajos forzados lo mantuvieron alejado de la cรกmara de gas. Despuรฉs, emigrado a Argentina, fue rechazado en Buenos Aires porque su pasaporte llevaba el sello alemรกn de “Jude”. Cuando por fin logrรณ entrar lo hizo a travรฉs de las puertas de Concordia.
VI
“Mi vida sin ellos ya no tiene ningรบn valor”, le dijo Katja Brudno al diario Crรญtica. Habรญan pasado cuatro dรญas de lo que en Buenos Aires ya se conocรญa como “la tragedia del rรญo Uruguay”. “Y estoy dispuesta a sacrificarla entera para activar esta causa. Espero y esperarรฉ justicia hasta el รบltimo momento. Pero si la desgracia quiere que mi voz no sea oรญda, serรฉ yo misma quien harรก justicia.”
Brudno tenรญa veintisรฉis aรฑos y estaba sola en un paรญs extraรฑo. La colectividad judรญa en Buenos Aires la cobijรณ y, cuando el tiempo pasรณ, logrรณ casarse con un empresario de apellido Resnick. De algรบn modo, la vida continuaba. Por su parte, Isaac Schtivelband cumpliรณ con el plan que habรญa pactado: trabajรณ duro y tres aรฑos despuรฉs enviรณ dinero a Odesa para que su padre y su hermano viajaran a la Argentina. Durante un tiempo vivieron los tres juntos en una habitaciรณn, en una vecindad. Despuรฉs el padre volviรณ a Odesa, a buscar al resto de la familia, pero ya no volviรณ.
–Isaac nunca quiso hablar demasiado sobre el episodio del rรญo –dice ahora su sobrina, Beatriz Schtivelband, y despliega el artรญculo de Di Ydische Zaitung que se ha convertido con el paso del tiempo en un trozo de papel ajado que cuenta la historia y que lleva una fotografรญa de Schtivelband y otra de la familia Brudno–. Este recorte estaba en una valijita que tenรญa mi papรก. Para nosotros Isaac era un hรฉroe, pero รฉl no hacรญa alarde: le pesaba en la conciencia no haber podido rescatar al bebรฉ. Se ponรญa mal. Era un hombre de bajo perfil, Isaac: se casรณ casi con cuarenta aรฑos, tuvo una sola hija e hizo una vida metido adentro de un taller de orfebrerรญa.
VII
Frente al rรญo, el pescador sigue esperando. El muchacho y el perro miran hacia las aguas, fascinados, como esperando una revelaciรณn, y permanecen en silencio un buen rato: en Salto Chico la corriente baja veloz y es hipnรณtica.
–¡Cรณmo serรกn las cosas, que no hay ningรบn pescado! –dice por fin el hombre.
Tan torrentosas bajan las aguas que dieciocho kilรณmetros hacia el norte se alza hoy la represa hidroelรฉctrica de Salto Grande, que con catorce turbinas genera el 50% de la energรญa consumida en Uruguay y el 8% de la requerida en la Argentina. El barrio La Bianca, un complejo de edificios enanos construido para los trabajadores que entre 1974 y 1983 levantaron la obra, se encuentra a unos pasos de la orilla de Salto Chico.
–¡Que se dejen de joder en Salto Grande! –dice el pescador–. Abren y cierran las compuertas, y los pescados no quieren venir…
Despuรฉs cierra los ojos y deja que el sol acaricie su rostro. No imagina que justo frente adonde estรก, noventa aรฑos atrรกs, un puรฑado de hombres con el agua por las rodillas, empujados por una esperanza que era mรกs fuerte que el temor, guiรณ una barcaza rรญo adentro, en la noche, en estas mismas olas en las que รฉl ahora hunde su carnada con un bostezo, antes de balbucear al aire su fastidio, antes de recoger la piola, antes de acomodarse los pantalones, antes de trepar la barranca y perderse entre los arbustos. ~
(Buenos Aires, 1980) es periodista. Tusquets ha puesto en circulaciรณn dos libros suyos de no ficciรณn: Sangre joven (2009) y los Crรญmenes de Moisรฉs Ville (2013).