El aรฑo 2016 viene repleto de efemรฉrides literarias. A la ya anunciada, con mucho bombo, del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, se suman las de Valle-Inclรกn, Garcรญa Lorca y otras mรกs que seguramente desconozco, como desconocรญa la que conmemora el libro que motiva esta “letrilla”. Hace cien aรฑos, en 1916, Camilo Josรฉ Cela nacรญa en la parroquia de Iria Flavia, provincia de La Coruรฑa, es decir que este aรฑo celebramos el centenario de su nacimiento. Tambiรฉn en 1956 (una efemรฉrides mรกs, pero menos redonda), Pรญo Baroja se morรญa en Madrid.
Algunos desprecian estas celebraciones por forzadas y gratuitas y las consideran remedos laicos del santoral religioso. Tal vez lleven razรณn… Sin embargo, creo que es preferible sumarse a la liturgia que con esta excusa difunde la figura y la obra de los escritores que ya nos dejaron, e invita a que los volvamos a leer. Algunos autores (pocos) no necesitan de estas rememoraciones, pero la mayorรญa, pasados los primeros aรฑos de su muerte, no sobreviven en la memoria de los lectores. No es el caso de Baroja, porque su obra, a pesar de los sesenta aรฑos transcurridos de su desapariciรณn, vive por sรญ misma y sin necesidad de eventos.
El libro en cuestiรณn es Recuerdo de don Pรญo Baroja (Madrid, Fรณrcola, 2015), de Camilo Josรฉ Cela, y recopila una decena de textos, editados con pulcritud filolรณgica por Francisco Fuster. Son artรญculos de prensa, alguna carta abierta, una conferencia y hasta una necrolรณgica de Baroja, que en su conjunto homenajean y nos ayudan a recordar a dos de los mรกs grandes novelistas espaรฑoles del pasado siglo. Se trata por tanto de un homenaje doble, pero su interรฉs no se agota ahรญ. Muestra la relaciรณn entre un discรญpulo, Cela, y su maestro, Baroja, uno de los pocos a los que el gallego rindiรณ una admiraciรณn constante, incondicional y oportunista, durante quince aรฑos. La amistad comenzรณ en 1941 con la peticiรณn de un prรณlogo para La familia de Pascual Duarte, un honor que Baroja declinรณ: “¡Usted quiere que nos lleven a los dos a la cรกrcel!” Y terminรณ, por asรญ decirlo, cuando, en la muerte de don Pรญo, Cela forcejeรณ por ser uno de los cuatro elegidos que portasen el fรฉretro. Protagonismo al que, vista la competencia entre los aspirantes a porteadores funerarios, Hemingway habrรญa renunciado con un oportuno: “Es demasiado honor para mรญ. Sus amigos…, sus amigos de siempre.”
La personalidad y la obra de Baroja, que ya en 1912 Ortega y Gasset considerรณ รญntimamente relacionadas, han despertado el interรฉs de los biรณgrafos. A la larga lista de estos –entre otros, Miguel Pรฉrez Ferrero, Sรกnchez Granjel, Eduardo Mendoza, Eduardo Gil Bera, Miguel Sรกnchez-Ostiz y Josรฉ-Carlos Mainer, autor de la biografรญa mรกs reciente–, se hubiera podido agregar Camilo J. Cela. Al parecer, segรบn cuenta Julio Caro Baroja en Los Baroja, Cela comenzรณ a escribir una biografรญa de don Pรญo al aรฑo siguiente de su muerte, pero nunca la acabรณ. Por los breves bocetos biogrรกficos que aquรญ podemos leer, comprendemos que fue una pena, pues estos textos revelan que habรญa captado algunas de las contradicciones entre la intimidad de la persona y la coraza del personaje, que el mismo Baroja y, sobre todo, el pรบblico habรญan inventado.
Aunque breves, y a veces reiterativos, estos bocetos biogrรกficos, semblanzas y homenajes dan una imagen de Baroja que, sin incurrir en la hagiografรญa, demuestran una empatรญa, una cercanรญa, que no encontramos por lo general en las biografรญas arriba citadas. Pรฉrez Ferrero fue su cronista, le frecuentรณ en Madrid y Parรญs, pero no se permitiรณ la menor licencia con el biografiado. Sรกnchez Granjel aรบna en el retrato de su biografiado admiraciรณn, agudeza lectora y documentaciรณn. Gil Bera escribe como si contestase alguna ofensa de la familia y se vengase en la cabeza del jefe del clan. A Mendoza le delata cierta debilidad por el personaje caricaturizado y detentador de un socarrรณn humor de cascarrabias. Mainer se atiene al espรญritu de la obra y a la interpretaciรณn autobiogrรกfica para llegar con rigor y conocimiento al escritor que se sirviรณ de estrategias y mรกscaras para camuflar y revelar su verdad.
Por su parte, Cela admiraba tambiรฉn a Baroja, al que consideraba “el รบltimo gran novelista espaรฑol”. Pidiรณ en 1946 el premio Nobel para don Pรญo, y defendiรณ su obra como pocos en los aรฑos cuarenta y cincuenta. Los postulados de Cela estaban prรณximos al sector intelectual de la Falange, que veรญan en el impรญo don Pรญo un escritor de mรฉrito, pero del que no podรญan comprender ni admitir, al menos pรบblicamente, su conocida postura anticlerical. Los textos de este volumen pertenecen a diferentes รฉpocas y estilos, pero en su conjunto componen una semblanza acertada y apologรฉtica del escritor donostiarra. Asรญ lo retrata Cela: “El viejo oso vascongado, un hombre escรฉptico y tierno, humilde y decente, รญntegro y burlรณn. Pรญo Baroja, espejo de espaรฑoles.” En 1941, cuando le visitรณ por primera vez en su casa de la calle Ruiz de Alarcรณn, el rรฉgimen franquista tachaba de laico a Baroja, y lo consideraba errรณneamente un furibundo liberal. Los antifranquistas lo despreciaban por fascista, nazi, antisemita y racista… El espejo deformante que fue en tantos aspectos el franquismo convirtiรณ a Baroja en algo que no se correspondรญa con su verdadera identidad de nihilista aquejado de tedio vital y de polรญtico escรฉptico, que solo tenรญa fe en el progreso cientรญfico y escasas esperanzas en el ser humano.
Al parecer Cela padeciรณ tambiรฉn este mismo espejismo, pues, bien porque la censura de la รฉpoca no se lo permitiese o porque estuviese ciego como vencedor de la contienda civil, no se percatรณ del pesar y la quiebra moral que a Baroja le produjo la guerra. El susto que los requetรฉs le dieron en 1936, cuando estuvieron a punto de fusilarle, provocรณ su huida y destierro en Parรญs hasta 1940. Este episodio, narrado por Sรกnchez-Ostiz con detalle, fue un hito en sus aรฑos de declive senil. Pero, dejando este aspecto al margen, en la semblanza de Cela descubrimos un Baroja distinto al estereotipo que contradice la mรกscara social de viejo gruรฑรณn, “comecuras” y misรกntropo. El trato cercano, insiste Cela, desdecรญa esa mรกscara y mostraba un hombre afable, hospitalario y discreto, entraรฑable incluso. La imagen que Cela nos muestra de Baroja, durmiendo la siesta en su sillรณn, con la manta echada sobre las piernas y “la boina vasca ladeada en la frente”, humaniza al admirado escritor y maestro, que nunca quiso ejercer como tal.
En estos artรญculos Cela destaca que, a diferencia de la mayorรญa de los espaรฑoles de la รฉpoca, Baroja tenรญa un carรกcter mรกs nรณrdico que latino, un temperamento que le hacรญa aparecer ante los demรกs, y por contraste con otros colegas contemporรกneos mรกs histriรณnicos y agresivos, como un tรญmido demasiado introvertido y solitario. No era asรญ tal vez, pero lo parecรญa. Tampoco era verdad la mรกscara de hombre de acciรณn, dionisiaco, turbulento, con que quiso presentarse en su juventud, sino que siempre fue un tipo sedentario, que disfrutaba en la calma de su despacho inventando las aventuras y los personajes intrรฉpidos que a รฉl le hubiese gustado ser. “Se conformรณ con vivir en la ensoรฑaciรณn de sus personajes y en el deleite que su desbocada acciรณn le producรญa. Baroja, que fue un imaginativo, se desdoblรณ en las cientos de vidas que produjo, a cambio de no vivir la suya”, apostilla Cela.
En el retrato de Baroja que Cela traza en estas pรกginas, y este es sin duda otro aliciente del libro, podemos reconocer oblicuamente el autorretrato del gallego en el perfil del vasco, en un juego de luces y sombras, de similitudes y diferencias. Cela se consideraba mรกs vital y osado que el maestro, al que veรญa aquejado de exceso de prudencia y discreciรณn. Por el contrario, encontraba admirables algunos rasgos de la personalidad de don Pรญo, como la sinceridad y la independencia de criterio, o su coraje para rebelarse contra el fariseรญsmo y la sumisiรณn. Eran cualidades que Cela no tenรญa. Ademรกs de nombrarse a sรญ mismo su heredero novelรญstico, Cela reconocรญa la abrupta sinceridad del donostiarra y su insobornable independencia, a la que nunca renunciarรญa, ni aun en aras de prebendas estatales ni logros arribistas nunca buscados. En estas cualidades del vasco, Cela quisiera tal vez haberse reconocido, pero no podrรญa olvidar que reciรฉn terminada la guerra รฉl mismo se habรญa postulado como informador del Comisario General de Investigaciรณn y Vigilancia. Y fue censor en los aรฑos 1943 y 1944. Habรญa entre ellos otra diferencia que los separaban de raรญz: Cela cultivรณ de manera patรฉtica un histrionismo fantasmal, otra forma de medro, que, en los aรฑos de la transiciรณn democrรกtica, harรญa de รฉl un ogro que no asustaba a nadie, pues sus exabruptos y ordinarieces, que en la รฉpoca resultaban ya felizmente demodรฉs, producรญan solamente risa. ~
Es profesor y crรญtico literario. En 2007 publicรณ el pacto ambiguo: de la novela autobiogrรกfica a la autoficciรณn (Biblioteca Nueva)