En pasadas entregas a este blog, aquí y aquí, comenté que un grupo de universitarios se había pronunciado ante la rectoría en contra de la nueva convocatoria para ingresar al Programa de Primas al Desempeño del Personal Académico (PRIDE) pues, a su parecer, escondía el objetivo de reducir sus montos. (La UNAM entrega cada año 3 mil millones de pesos por concepto de “estímulos” a la productividad, que llegan a constituir hasta un poco más del 50% del salario de 10 mil académicos.)
La manera en que se buscaría tal objetivo era otorgando a las Comisiones de Evaluación el poder para decidir en qué nivel del PRIDE quedarían ubicados los solicitantes, que no podrían ya inconformarse ante los Consejos Técnicos de las diversas dependencias. Manifesté estar de acuerdo con la observación de los quejosos en el sentido de que “en la mayoría de las ocasiones los comités evaluadores no conocen el trabajo de los profesores”, cosa que les permite juzgar a sus “pares” con ignorancia (o peor, con dolo), y mermar sus ingresos durante años.
También reiteré la necesidad de resolver una paradoja que, desde hace años, hemos señalado muchos universitarios: la de estar obligados a impartir cátedra (condición para ameritar los estímulos) y que, a la vez, impartirla no dependa de la institución que nos contrata sino de nuestra habilidad para agenciarnos una de las cada vez más escasas, reñidas y administradas cátedras. Y también insistí en que los aspectos a evaluar son confusos desde el momento en que no se sabe si las cuatro labores docentes que enumera la convocatoria son obligatorias todas, o equivalentes unas por otras.
Pues bien, tres semanas después, la Gaceta UNAM ha modificado la famosa convocatoria. Se demuestra en los hechos la declaración del rector Narro en el sentido de que la UNAM no buscaba reducir el pago de los estímulos, así como su voluntad de “revisar dónde están los temas y problemas, revisar cómo podemos hacer para mejorar”
Pues algo mejoró, aunque no todo. No hay una sola palabra sobre la tontería que representa que, para acceder al nivel más alto del PRIDE, sea imperativo haber tenido responsabilidades “institucionales” que –como su nombre lo indica– no dependen de que el académico quiera tenerlas, sino de la institución se las ordene.
Pero algo es algo. Es justo que, ahora, se decrete que los consejos técnicos son la “última instancia decisoria en la ratificación o rectificación de los niveles propuestos” por los evaluadores. Es justo que se decrete que no es responsabilidad de los empleados conseguirse dónde y cuándo impartir cátedra, sino obligación del patrón señalárselo (no se exigirá el rubro hasta que la UNAM revise “diversas opciones para el desarrollo de las labores docentes”). Y es justo que, por fin, reconozca que las cuatro labores docentes que señala la convocatoria del PRIDE no son todas obligatorias, sino equivalentes, como se desprende de que el documento indique que “la UNAM impulsa la docencia a través de la impartición de clases… Y/O desarrollar labores de tutoría”. Ese “y/o” es un triunfo del sentido común. Aunque es una pena que este aspecto crucial de la enmienda no incluya con toda claridad la totalidad de las labores (“y/o dirigir tesis”) y, sobre todo, que aparezca sólo entre las consideraciones previas a las adendas, no en las adendas mismas: es decir, que se haya modificado el espíritu de la convocatoria, pero no la convocatoria como tal.
No me explico por qué si la UNAM está consciente de que la convocatoria al PRIDE está mal redactada, es imprecisa y se presta a interpretaciones erróneas (o dolosas), no la redacta bien y ya, en vez de parcharla, adendarla, rodearla de confusos manuales para ayudar a interpretarla. Redactarla bien ayudaría a demostrar que la UNAM es, en efecto, más eficiente e inteligente que otros organismos del Estado.
(Este comentario apareció originalmente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.