Madeleine Carroll y Robert Donat  en Los 39 escalones

El señor del suspense / 2

En la apenas discreta cinematografía británica de los años treinta, que era sobre todo una muy conversada ceremonia del five o’clock tea (el inglesísimo té de las 5 pm), Hitchcock ya se afirmaba como un joven maestro del cine de intriga criminal con Asesinato
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

En la apenas discreta cinematografía británica de los años treinta, que era sobre todo una muy conversada ceremonia del five o’clock tea (el inglesísimo té de las 5 pm), Hitchcock ya se afirmaba como un joven maestro del cine de intriga criminal con Asesinato (1931), Rico y extraño (1932) y El hombre que sabía demasiado (1934). Había tenido que hacer algún trabajo meramente “alimentario” como, entre otros, Valses desde Viena (un melodrama en el que Johann Strauss inventaba el vals para una condesa con vocación de musa de músicos), pero pronto volvió al crimen y al espionaje, que eran lo suyo: hizo Los 39 escalones (1935), El agente secreto(1936), Sabotaje (1936) y La dama desaparece (1939). El primero y el último de estos cuatro filmes son las dos obras mejores de su filmografía inglesa y prehollywoodiana.

Los 39 escaloneses la historia del joven canadiense Richard Hannay (Robert Donat), quien tras una trifulca en un music hall londinense, en el que actúa el extraordinario Mr. Memory (un viviente fichero de datos), alberga en su cuarto de hotel a una doble espía que le pide refugio por una noche pues la persigue una agrupación terrorista: la de los “Treinta y Nueve Escalones”. A la mañana siguiente la mujer es asesinada y Hannay, acosado  a la vez por la policía y por los terroristas, huye para encontrar al jefe de los terroristas y autor intelectual del asesinato. Capturado por la policía, Hannay es atado con “esposas” a la bella Pamela (Madeleine Carroll), quien lo ha delatado como asesino. “Esposados”  así los dos, huyen a través de las Highlands y encuentran al asesino, que es el profesor Jordan (Geoffrey Tearle), un notable de la región; pero Richard debe volver a huir y reencuentra en el tablado de un music hall escocés a Mister Memory (Wilie Watson), que emplea su inmenso y minucioso don en captar y trasmitir secretos de Estado. Súbitamente interpelado por Hannay, Mr. Memory, por mero automatismo profesional, revela el secreto, Jordan lo mata y a su vez es abatido a tiros en el teatro mismo. Y sobreviene el happy end con Pamela y Richard ya enamorados.

En 1936, en la revista Sur, Jorge Luis Borges, buen gustador de la literatura policiaca y del cine, escribió sobre el filme la siguiente nota crítica que, para deleite del lector, me exime de comentarlo yo:

“De una novela de aventuras del todo lánguida, Los 39 escalones, de John Buchan, Hitchcock ha sacado un buen film. Ha inventado episodios. Ha puesto felicidades y travesuras donde el original sólo contenía heroísmo. Ha intercalado un buen erotic relief nada sentimental [y]un personaje agradabilísimo: Mr. Memory, hombre infinitamente ajeno de las otras dos potencias del alma, hombre que revela un gran secreto simplemente porque alguien se lo pregunta y porque contestar es, en ese momento, su rol.”

En La dama desaparece, espléndidothriller y casi una alegoría política (su acción ocurre un año antes de la ya previsible Segunda Guerra Mundial), un grupo de vacacionistas ingleses viaja en tren por los Balcanes. En el vagón restaurante, Iris (Margaret Lockwood), muchacha rica que vuelve a Inglaterra tras una muy viajada despedida de soltera, toma el té con una anciana y encantadora dama, Miss Froy (Dame May Whity), que desaparece a mitad del trayecto aunque el tren no ha parado una sola vez. La joven no logra que los demás pasajeros declaren que miss Froy sea otra cosa que una alucinación causada por un golpe en la cabeza, pero el apuesto y simpático musicólogo Gilbert (Michael Redgrave) finalmente es convencido por la joven. Los dos buscan a Miss Froy a través de ese laberinto unilineal: el convoy de un tren de pasajeros, y descubren que la desaparecida sigue en él, secuestrada por un grupo de espías dirigido por el sinuosamente caballeroso doctor Hartz (Paul Lukas), interesado en el mensaje portado en la memoria por Miss Froy, quien es maestra escolar y, en sus ratos libres, espía británica. El gran surtido de peripecias (persecución, tiroteos, tren desenfrenado, etc.), de buenos gags dramáticos (como el del reaparecido y luego evaporado nombre de la inencontrable Miss Froy escrito en la ventanilla empañada por el vaho), corre a precipitarse en el final feliz: Iris y Hannay reencuentran en el Foreing Office a Miss Froy cuando teclea en un piano la tonadita que contenía el mensaje cifrado… el cual es un mero Macguffin (apodo que daba Hitchcock a cualquier cosa anecdótica no importante en sí pero útil para tejer el argumento y justificar el suspense).

Como ilustrando la premisa latina mobilis in mobile, el cuantioso personajerío de estethriller unanimista se mueve en el tren que a su vez se mueve en su avance mientras el espectador, casi en estado hipnótico, se deja llevar por un relato siempre en movimiento como un tren de imágenes. Sucede que en mucho del cine de Hitchcock los vehículos cumplen una labor complementaria de la fluidez del relato. Trenes y autos o autobuses actúan (como para merecer Óscares) en Los 39 escalones, en La dama desaparece, en El hombre que sabía demasiado, en Pacto siniestro (Strangers on a train), en Intriga internacional (North by Northwest), en Vértigo, en Psicosis, en La cortina rasgada… y en otros films hitchcockianos.

 

(Continuará)

 

+ posts

Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: