Llegó la abuela
con su pausado balanceo de navío.
Cuando ella entraba
la Historia entraba con un frufrú de páginas innumerables en el ruido de sus enaguas.
Sus ojos gobernaban por decretos
de dulces mimos
y maternas severidades,
pero esta vez avanzó cargando la mansedumbre con fatiga,
se sentó quejumbrosa
en el monárquico taburete de las amonestaciones
y puso su canasta de tejedora al pie de la silla.
–Hija mía, Juliana –murmuró–, este delantal de bambas
es para que bailes al Doctor Jerónimo en nombre de tu raza.
Sé que te gusta el baile y la tremolina
¡baila, muchacha, que no se acabe
el ritmo de este pueblo! el día
que nuestros huesos pierdan su música
seremos desplazados por extranjeros.
–Y a vos, Celedonio, te dejo el puño
de plata del bastón de tu padre.
Eres el mayor y tengo años de esperar
que presidas al Cabildo
con la vara de Alcalde en la mano. ¿Qué te pasa,
muchacho? ¿Se hizo horchata
tu sangre de cacique? ¡A la casa
de tu padre el pueblo entraba
y salía a buscar sus palabras!
–A Dámaso díganle que le dejo la cutacha del abuelo.
Está colgada del clavo.
Nunca la saqué de su vaina pero el muchacho es levantisco
y anda metiéndose en problemas.
Me gustan sus azares. Dámaso
es un peligro, pero no será por él
que mi pueblo acepte el yugo.
–Y a vos, rinconero, que te gusta fatigarte con letras,
te dejo este libro de cantos
que cantaron tus antecesores.
¡Que no se rompa el hilo! ¡Escribe!
¡Pobre muchacho: cuando tu padre sembraba
y te daba el arado
nunca trazaste un surco derecho! ¡Te dejo
indefenso contra el hambre
pero mi pueblo necesita soñadores!
–Y a vos, Lupita, que te me estás quedando suelta sin tu voluntad,
te dejo mi canasta de tejidos con algunos ahorros en el fondo.
¡A ver si te cambias de peinado y te empolvas y haces un esfuerzo!
Lupita: ¡No hay que ser tan pasiva, hija mía!
enciende lirios, enciende pájaros,
quema el borde de la noche,
el oficio de la mujer es encender el cielo
de estrellas en el ojo del varón.
… ¿A dónde vamos si se apaga la aventura?
Y se recostó en el taburete cansada de su testamento
se quedó suavemente dormida.
Y nunca despertó. ~
© Vuelta, 81, agosto de 1983