Quienquiera que haya estado en contacto con los medios de comunicaciรณn tendrรก noticia de la sospechosa campaรฑa que en meses pasados hizo circular por las calles de Londres o Barcelona autobuses urbanos con la leyenda โProbablemente Dios no existe / Deja de preocuparte y disfruta la vidaโ. Ademรกs, en los รบltimos aรฑos han salido a luz libros no menos sospechosos contra las religiones y contra la existencia de la deidad popular: El espejismo de Dios, de Richard Dawkins; Dios no es bueno, de Christopher Hitchens; El fin de la fe, de Sam Harris, entre otros.
Hay, en efecto, dos bandos histรณrica y crรญticamente encontrados actualmente. Por un lado estรก el de quienes profesan alguna religiรณn o creencia tradicional y sostienen su validez en nuestros dรญas; solemos llamarlos creyentes, fieles, devotos, fanรกticos. Por el otro, el de quienes se autodenominan ateos, escรฉpticos o agnรณsticos; para ellos la ciencia, desde el siglo XIX o antes, ha venido echando por tierra las suposiciones esenciales de todas aquellas profesiones de fe que tanto mal han hecho a la humanidad.
En ambas facciones uno puede hallar personas lรบcidas capaces de elaborar argumentaciones apabullantes. El problema es que ambos bandos parten de una misma omisiรณn, por decir lo menos, y por ello las discusiones entre ellos a menudo se tornan bizantinas y no conducen a nada conciliatorio. En el mejor caso, al final cada quien pensarรก lo que quiera y regresarรก a su casa con la frente en alto y la cola entre las patas.
Me siento muy lejos de estar a la altura de quienes encabezan una y otra partes, pero me atreverรฉ a meter mi cuchara en este debate con una argumentaciรณn muy simple, incluso simplona.
Empezarรฉ por consignar una verdad casi perogrullesca de carรกcter filolรณgico: Dios, por definiciรณn, existe (la palabra viene del latรญn exsistere, que significa โsalirโ o โcolocar afueraโ; una variaciรณn etimolรณgica complementaria y clarificadora remite el tรฉrmino a ex stare, con el significado de โestar afueraโ). Dios efectivamente debe estar afuera del universo, igual que un pintor, por mรกs que se impregne o le imprima su sello, estรก y queda afuera de su cuadro (incluso lo vende y lo olvida, y hasta muere, dejรกndolo atrรกs). Lo triste en el caso del universo es que no sabemos si lo que lo creรณ existe; es decir, si lo que existe existe, o existiรณ alguna vez, y no lo podemos averiguar (por lo menos no por los medios habituales).
Hace doscientos o trescientos aรฑos la humanidad ignoraba las dimensiones del universo. Seguimos sin conocerlas con precisiรณn, pero los cรกlculos de la ciencia moderna, cuan limitados sean, nos permiten ya plantear una primera conclusiรณn: Nadie puede saber si Dios existe, nadie puede saber si lo que existe existe porque para saberlo tendrรญa que salir del universo y toparse cara a cara con ello, lo que resulta tรฉcnicamente imposible.
Asumiendo que haya una ventana del universo desde la cual podamos asomarnos para ver si atisbamos a Dios, y presumiendo que nos desplacemos a la velocidad de la luz โel vehรญculo mรกs rรกpido detectado hasta ahora por la cienciaโ para llegar hasta ella, a ojo de buen cubero el viaje desde la Tierra hasta esa compuerta cรณsmica situada en los confines del universo nos llevarรญa aproximadamente, redondeando por supuesto la cifra, 666 trillones de milenios.
Por consiguiente, nunca lo conseguiremos (a menos que descubramos, repito, un mรฉtodo insรณlito).
Antes de que eso ocurra, encontraremos la vida en otros planetas y trabaremos contacto con sus habitantes (los exterminaremos para quedarnos con sus tierras); colonizaremos inรบtilmente la Luna y quizรกs Marte; la vigesimoprimera guerra mundial habrรก pasado; eras geolรณgicas se sucederรกn; un tercer ojo aparecerรก en nuestros rostros y tendremos sexo con los puros ojos; la mรบsica de Bach se habrรก perdido para siempre constituyendo una de las peores tragedias en la historia de la humanidad y una de las menos lamentadas por la mayorรญa de los hombres; y siempre, un tanto decadentes, continuaremos optando arbitraria y caprichosamente, de acuerdo con nuestra condiciรณn cultural, econรณmica, geogrรกfica, genรฉtica, entre creer y no creer en Dios.
Desde esta perspectiva, para efectos de nuestra vida en la Tierra, y pese a todas las tradiciones religiosas y teorรญas ateรญstas antiguas, modernas y futuras, la disyuntiva entre creer o no creer en Dios parece ineficaz. Mรกs adecuadas y oportunas a la dimensiรณn de nuestra existencia, y que con toda razรณn podrรญan quitarnos el sueรฑo, serรญan preguntas como: Nosotros, ยฟexistimos realmente? ยฟQuรฉ diablos somos? ยฟQuรฉ es el yo? ยฟTenemos una alma inmortal o somos unos meros consumidores temporales?
Una segunda conclusiรณn, desde luego provisional, es esa: que somos unos meros consumidores temporales, inexplicablemente insaciables, sin ningรบn respeto por nada, y que los animales y las plantas viven mรกs digna y responsablemente que nosotros en este planeta.
Charles Darwin, el Big Bang y la Biblia
En su libro Una historia de Dios / 4000 aรฑos de bรบsqueda en el judaรญsmo, el cristianismo y el islam (Barcelona, Paidรณs, 2006, p. 242), la ex monja catรณlica y pensadora liberal Karen Armstrong recuerda al sabio judรญo Bahya ibn Pakudah (muerto hacia el 1080 de nuestra era), para quien el mundo no pudo haber sido creado al azar. Ponรญa un ejemplo: Aun si lo intentas una y otra vez durante toda la semana, al derramar un chorro de tinta sobre un papel el resultado nunca serรก el texto de un poema hermoso y significativo.
Durante 2009, en que se celebran con bombo y platillo ciento cincuenta aรฑos de la publicaciรณn de la teorรญa de Charles Darwin sobre el origen de las especies, no he oรญdo una sola versiรณn crรญtica seria y no dogmรกtica sobre la misma. El peligro de la teorรญa darwiniana es que lleve a alguien a suponer que la vida empezรณ como una mancha de tinta en la tierra, o en el agua, que poco a poco comenzรณ a organizarse sin razรณn alguna, por arte de magia, hasta formar la sorprendente, bella y compleja diversidad que hoy nos permite ver en la tele documentales como los de Animal Planet.
En cuanto a la teorรญa sobre el origen del universo llamada Big Bang, es curioso que coincida en lo esencial con el relato del Gรฉnesis, aunque la encuentro menos convincente. Presumiendo que el universo se expande sin ningรบn sentido superior a las limitaciones de nuestra imaginaciรณn corremos el riesgo de balconear nuestra ignorancia original. El texto bรญblico es al menos poรฉtico y hermoso, pues fue escrito por gente sabia que lamentablemente no contรณ con la informaciรณn cientรญfica de que ahora disponemos.
Asรญ como la teorรญa evolucionista esclareciรณ ciertos mecanismos biolรณgicos, la cosmolรณgica describe el probable proceso que observa el universo desde su surgimiento hasta su eventual extinciรณn. El defecto de ambas teorรญas, que, me temo, ataรฑe al quid de la cuestiรณn, es que ninguna de las dos va mรกs allรก, ninguna de las dos se acerca, siquiera remotamente, a responder a las preguntas que acaso tuvieron en mente quienes tres o cuatro siglos antes de Cristo llevaron escrupulosamente al papel la historia genesรญaca: ยฟCรณmo y de dรณnde saliรณ todo esto? ยฟPor quรฉ? ยฟPara quรฉ?
โTal vez Dios sea una idea del pasadoโ, anota Karen Armstrong en las pรกginas finales del libro citado. Ella no se detiene allรญ, pero yo terminarรฉ adelantando una tercera conclusiรณn. No solamente Dios puede ser una idea del futuro: quizรก se trate de una de las ideas mรกs futuristas jamรกs concebidas por la mente humana. Ni la ciencia ni las religiones, aun esforzรกndose juntas por lograrlo, podrรกn echarla fรกcilmente por tierra.
โ Emmanuel Noyola
es miembro de la redacciรณn de Letras Libres, crรญtico gramatical y onironauta frustrado.