I
Triste profanador es el conocimiento
que quiere remontarse a un origen.
Revuelve polvo y tierra entre la sombra,
escarba bajo el humus hacinado
sobre huesos y lascas por el tiempo,
y todo su botín no es más que un cráneo.
Tales son las conquistas de la ciencia,
estas vacías órbitas,
estas piedras guardadas en vitrinas.
El futuro es un plagio de la noche:
ya hubo otros hombres,
existe ya el silencio planetario
de un mundo con sus hijos extinguidos.
II
Enterrar a los muertos.
Guiarlos en su viaje
con un ajuar de formas:
huesos, conchas y piedras;
metáforas, imágenes,
símbolos de la vida
pura que siempre estuvo
escrita, como el vuelo
del pájaro que canta
y muere sin saber
ni el canto ni su muerte.
Rendir culto a los muertos,
llevarlos con su ajuar
de formas hacia el légamo.
¿A cuántos viste, a cuántos,
dime, hasta verte a ti
también solo, excluido
en otro y su conciencia?
III
¿Qué nos mueve a llorar en ocasiones
por nada, sólo por poner los ojos
en las cosas que estaban ya delante,
por haber visto relumbrar el viento
arriba con el sol en la palmera?
Conocemos entonces que vivimos
en un lugar al margen de la historia,
en un espacio extraño pero hermoso,
cuerpo que, en el dolor o en la ventura,
se halla justo en la cumbre de la vida. ~