Hace años recorrí Sicilia, insondable isla sintética. En en largo itinerario incluí visitar el pueblo de Leonardo Sciascia, Racalmuto, y Kaos, el de Luigi Pirandello, cerca de Agrigento. Cerca de ahí, también, al pasar por Porto Empedocle, no sabía aún de la existencia de Andrea Camilleri, nativo de ahí, como el filósofo.
Camilleri (1925) es un siciliano que alcanzó su fama a mediados de la década de los noventas escribiendo novelas policiacas, no del todo alejadas del espíritu de sus vecinos Sciascia y Pirandello (a los que casi siempre hay alguna referencia). También están próximas en talante a las de la yanqui-veneciana Donna Leon y, sobre todo, a las de Manuel Vázquez Montalbán. De hecho el héroe de las novelas de Camilleri, se llama Salvo Montalbano en honor al catalán, y no es infrecuente que se ponga a leer sus novelas mientras protagoniza las propias.
Es muy bueno, Camilleri, enormemente divertido e inteligente. Y muy hábil para esbozar los ambientes “legales” sicilianos que, desde luego, deben entrecomillarse para no rozar siquiera el insalvable reto de interpretar las complejidades del trato entre la ley y el carácter siciliano, algo que en México sólo puede hacer Federico Campbell, nuestro hombre en Sicilia, que conoce como nadie la literatura de la isla y, desde luego, conoce a Camilleri.
Existen traducciones al castellano en las Ediciones Salamandra de Barcelona. Confieso que yo las leo en inglés en mi kindle, traducidas por Stephen Sartarelli, que posee el tino de agregar a veces notas que explican las sutilezas dialectales de la narrativa. Bueno, pues en una de las novelas, La forma del agua, Sartarelli explica la voz siciliana “incaprettato” de esta forma (espero no darle ideas a nadie):
“La palabra viene de capra (cabra) y se refiere a una forma de ejecución particularmente cruel empleada por la mafia siciliana. Consiste en poner a la víctima boca abajo, atarle el extremo de un cable al cuello, lo más echado hacia atrás que se pueda, y el otro extremo a los pies, doblados hacia la cintura. La víctima resiste hasta que, agotadas sus fuerzas, baja las piernas y se ahorca a sí misma.”
La tortura habrá sido inspirada, pues, por el método para inmovilizar y trasladar cabras que se practicará en todas las culturas (en inglés se le llama “goat-tie”: atacabras). Me llama la atención la posibilidad de que esta voz siciliana, “incaprettato”, sea la genitora de la elocuente “encabronado”, que figura en el Diccionario breve de mexicanismos de Gómez de Silva, pero no en otros (ni siquiera en el de Héctor Manjarrez).
Supongo que “incaprettato” pudo viajar del siciliano al castellano gracias a la presencia española durante los siglos del Reino de las Dos Sicilias. Aunque pudo ser al revés, claro, si bien en la península se emplea más bien “cabrear” como sinónimo de “enfadar”, con su respectivo participio. Resolvería el enigma saber si los españoles están más encabronados que los sicilianos.
Pero difícilmente podrían estarlo tanto como los mexicanos. Porque es estremecedor el nivel de encabronamiento general en el que nos hallamos aquí. Estamos realmente cabreados, “incaprettati”, locos como una cabra, tirando al monte. Y, desde luego, condenados a perseverar al esfuerzo sobrehumano de no rendirnos y bajar los pies…
(publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.