LA LIBERTAD DE LAS MARIONETAS
โNingรบn arte traspasa nuestra conciencia como el cine; sรณlo el cine toca directamente nuestros sentimientos hasta llegar a los oscuros recintos de nuestra almaโ, decรญa Ingmar Bergman. En sus pelรญculas -que he venerado toda mi vida- pocos cuartos mรกs oscuros que los del amor conyugal. El marido en Escenas de un matrimonio tiene, o parece tener, el vรญnculo perfecto y la familia ideal; pero justo en el cenit de la armonรญa cae en el vรฉrtigo del deseo, un deseo irracional, fantasioso, absurdo, narcisista pero ineluctable, que desencadenarรก su caรญda. Su decisiรณn ha sido libre, pero su acto lo precipitarรก en un dรฉdalo de fatalidad, como si un titiritero manejara a partir de entonces los hilos de su destino. Su acto de libertad lo ha vuelto esclavo. El libreto avanza, implacable. En una dialรฉctica puntual, el pรฉndulo del amor oscila cada vez mรกs doloroso, sangriento y revelador. Expulsados del Edรฉn, ambos crecen en la dicha y la desdicha y al final se encuentran, furtivamente, en una cabaรฑa solitaria donde el titiritero del destino los ha arrojado. Mutilados de sรญ mismos, saben que no hay marcha atrรกs. El peso karmรกtico de su separaciรณn โcada acto, cada palabra, cada silencio- los condena. Y sin embargo, perdida la esperanza, en alguna zona profunda de sus vidas, se quieren y se reconocen, se perdonan.
ยฟPor quรฉ el marido de La vida de las marionetas โapuesto, rico, feliz- rompe su vรญnculo, asesina a la prostituta y termina abrazando al pequeรฑo oso de peluche en un hospital psiquiรกtrico? En su caso no lo ha movido el deseo, sino un impulso ciego, indeterminado. El psicoanalista que lo atiende (que al mismo tiempo se acuesta con su esposa) encuentra una hipรณtesis: ha matado vicariamente a la madre posesiva. Pero en el fondo sabe muy bien que los motivos รบltimos de su paciente y vรญctima permanecerรกn ocultos, y lo sabe no por compensar su falta o librarse de su culpa vulgar, sino porque descree del psicoanรกlisis y de sรญ mismo. Sabe que no hay modo de explicar la conducta humana. Los hombres arruinan su vida por razones insondables. ยฟSomos libres? Tenemos la libertad de las marionetas.
Pero el caprichoso titiritero que nos mueve descansa por momentos. Y en esos intersticios se cuela un soplo posible de felicidad. En el cine de Bergman esos espacios de luz adoptan diversas formas: el asombro de los niรฑos, la misericordia de los hombres, la ternura femenina, la pasiรณn de los amantes (como la gozosa complicidad de la abuela, en Fanny y Alexander, con su viejo amante judรญo, el tรญo Isaac), pero sobre todo los festines, como aquella inolvidable cena de Navidad -en la misma cinta- que fugazmente disuelve las envidias, los celos, los agravios antiguos, las heridas, las muertes. Ante los comensales, el personaje โlascivo, insoportable, adorable- levanta la copa, pronuncia palabras conmovedoras, y (como el cruzado del Sรฉptimo sello) brinda por la vida. El tiempo se detiene. El cine se toma una fotografรญa.
Luego el titiritero despierta, retoma los hilos, vuelve la oscuridad.
– Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.