Entrega de ojos por triplicado

¿Qué tanto entrega uno al Sistema de Administración Tributaria al realizar el trámite de fotografiar el iris?
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Acudí la semana pasada a mi cita con el Sistema de Administración Tributaria (SAT) de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y cometí acto de presencia en cuerpo y alma, sin excusa ni pretexto, para realizar el trámite de fotografiar mis ojos fastidiados.

Esto se hace que porque no hay dos iris iguales flotando en el inabarcable oceano de los 14 mil millones de ojos humanos que andan por ahí mirándolo todo, sobre todo lo que no deben. El mapa del iris, sus epitelios, colores y fulgores, son más irrepetibles aún que la huella dactilar.

Es una experiencia extraña entregarle los ojos al Estado. Inevitablemente, “el causante” (o sea: uno) siente que el aparato fotografiador de iris (el técnico les dice “los írises”) se inmiscuye sin clemencia en la más recóndita intimidad. Si los ojos son “las ventanas del alma” –como dice el lugar común—  el proceder del SAT se apropia no sólo de la cartera, sino del alma del causante.

Es inevitable sentir que algo le ha sido raptado a uno. Los ojos son la parte pública de mi intimidad, pero sólo de ojos para afuera; y el SAT exigió mi intimidad profunda. Que la foto de mi alma visible se encuentre en posesión del SAT, digitalizada en sus archivos, clasificada y numerada, resulta intimidatoria. ¿Y si mis ojos caen en malas manos? ¿Y si alguien lee en ellos mis pasiones, mis recuerdos, la fábrica de mis más ocultos secretos? Porque si en los ojos de la virgen de Guadalupe, aun siendo de tela, no faltó quien encontrase la silueta postrada de Juan Dieguito, ¿qué tal si en los míos, a la hora de la fotografía, quedaban remanentes de una imagen comprometedora? 

La persona moral y espiritual que soy le cedió al SAT, con sus ojos, la firma física de su complejidad individual. Permití que mi alma y mi carácter de “causante” se entremezclaran por razones burocráticas, sin intentar siquiera meter las manos. Porque uno entiende el principio de las huellas dactilares para efectos de identificación, y más aún el de la maciza dentadura: son al cabo cosas sólidas y mecánicas. Pero las muelas son obviamente hardware, mientras que no hay nada más software que los ojos frágiles, con su cosa acuosa, con sus pequeños big bangs irisados y estupefactos. 

¿Vale la pena tanto esfuerzo en un país como el nuestro, donde seguramente ya existen puestos falsificadores de fotos de iris en alguna céntrica esquina? “Pásele, pásele señito, aquí le fotografiamos sus ojitos con pura tecnología de punta…”

Y lo que hace el Estado es pedir cada vez más y más pruebas de la identidad de sus súbditos. Durante siglos fueron la palabra y el nombre, el retrato y la foto después, y las huellas, y la voz, y ahora los ojos. Pruebas y más pruebas que el Estado exige para saber con quién trata (o a quién maltrata). ¿Llegará el día en que el SAT conecte mi DNA directamente a su máquina sumadora? Me aterra pensar cuál sería la manguerita… 

Porque, bueno, quedará claro que al SAT mis ojos le interesan sólo como una constancia intrínseca de mi cuerpo infalsificable. Y que me los pide a cambio de, a su vez, entregarme una firma electrónica (que se llama FIEL, claro), cosa que no entiendo, ni qué es, ni para qué la quiero, pero mi contadora sí: que para pagar más fácil y eficazmente mis impuestos.

Sea pues. Si Neruda escribió alguna vez que “mi patria está en tus ojos”, yo puedo decir ahora que mis ojos están en la patria, o al menos en sus archivos.

Pagaré como siempre mis impuestos. Pero ahora lo haré más fácil y eficazmente. Tengan, tengan mi dinero. Se los entrego en beneficio de las langostas que los legisladores (que no pagan impuestos) se retacan en la trompa en los restaurantes de sus “palacios legislativos”. Ahí les va mi dinero para juntarle sus aguinaldos a los jueces, para las limosnas que pepenan los candidatos, para las urnas del IFE, las prestaciones de los sindicalizados, los condiminios rojos de los niños verdes…

Tengan mi dinero. De algún lado tiene que salir el financiamiento de las carreras políticas de la pululante familia Gordillo Montelongo Fujiwara. De algún lado el dinero que los hermanos Moreira invierten en Texas…  

Qué desastre. Ojalá que al quitarme mis ojos, me hubieran también quitado lo que tienen que ver…  

(Publicado previamente en El Universal)

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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