SARAMAGO, PORTUGAL Y ESPAÑA
A falta de mejores noticias, el mismo día en que la participación en las elecciones locales registró un nivel de abstención nunca antes visto en Lisboa, el célebre Diario de Noticias decidió poner en su primera plana la siguiente declaración de José Saramago: “Portugal acabará por integrarse a España”. Fue una jugada perfecta. La prensa internacional retomó el asunto, y de la elección menos concurrida en la historia contemporánea de Portugal ni quién se acuerde ya (empezando por los pocos ciudadanos que sí votaron aquel domingo holgazán y futbolero). Los sabios dichos del Premio Nobel portugués, precisamente por provenir de él, son parte de la gran y mayestática Historia, mientras que la morralla de todos los días, por ejemplo una vil elección, apenas pertenece al orden subordinado y barato de la historia escrita con minúscula, o sea: la actualidad.
En la práctica, la integración entre ambos países en los términos que propone el Escritor (la entelequia “Iberia” preservaría la soberanía de Portugal sobre su lengua, su cultura y sus autoridades políticas) no es otra cosa que la Unión Europea, o sea: una realidad.
Previsiblemente, algunas voces oficiales no demoraron en arrojarse al cuello del Escritor acusándolo de intelectual irresponsable, pensador utópico, evasor de impuestos y vendepatrias. Saramago afirmó sentirse incómodo en el papel de profeta, pero en otra entrevista publicada días más tarde, fue él mismo quien dio cuenta de sus dislates recurriendo a la extraña excusa de la edad: “Mientras más viejo, más libre y radical”. ¿Se referiría con ello a que la “tentação iberista” ha sido debatida en Portugal por lo menos desde hace cuatro siglos? ¿En verdad es tan radical, arriesgada y polémica la idea de Saramago? ¿O será que hasta siendo un viejo (el calificativo es suyo), el Escritor encuentra la manera correcta de ser políticamente incorrecto?
Devorado por la duda, decidí emprender mi propia investigación en el campo. Rápidamente levanté una encuesta entre quienes considero tres personajes típicos de Lisboa que, hasta donde sé, no salen ni aparecen en ninguna novela.
El primero en dar a conocer su opinión fue Don Henrique, mi casero, un cordial hombre de negocios que, al igual que Saramago, reniega de los políticos del momento, a quienes acusa del estado de postración en que se halla la economía portuguesa. “Que nos invadan y nos anexionen. Ya ocurrió en tiempos de Felipe II.” Imaginar que un “capitalista” puede ser igualmente radical me causa desconcierto. Continué mi sondeo con João, el conserje del edifico, descendiente de una familia de fontaneros y estibadores del puerto. Su epigramática respuesta a la cuestión de marras fue: “Está muy bien”. En Lisboa abunda el pensamiento radical, pensé. Concluí preguntándole a Margarida, dependienta en el bar de la esquina, su sentir sobre Saramago y la controversial propuesta. “Votaré por él en las próximas elecciones si pruebas nuestras sardinas.”
No estaban mal. Un poco insípidas, quizás.
– Bruno Hernández Piché
(Montreal, 1970) es escritor y periodista. En 2010 publicó 'Robinson ante el abismo: recuento de islas' (DGE Equilibrista/UNAM). 'Noviembre' (Ditoria, 2011) es su libro más reciente.