Pestilente humus de ayer y hoy

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Florian Werner

La materia oscura. Historia cultural de la mierda

Traducción de Aránzazu López Fernández, Barcelona, Tusquets, 2013, 256 pp.

Florian Werner comienza su Historia cultural de la mierda con una vuelta a los orígenes: “La mierda es indispensable para nuestra autognosis como personas modernas […] En último término, la nostalgia contemporánea de la mierda expresa un deseo romántico de huir del mecanismo represor de la civilización del mundo occidental, o al menos de oponerse a él con un proyecto de vida global que tampoco niegue los malolientes inconvenientes de la existencia.”

La problematización de una historia que tiene por tema la mierda inicia precisamente con la nostalgia, en cualesquiera de sus formas y en tanto supone poner en entredicho los cambios sociogenéticos y psicogenéticos que Norbert Elias denominó el “proceso de la civilización”, título también de su conocida obra, y la gran transformación que supuso el cambio de la usual defecación en público a un acto privado, íntimo, y que terminó por ser registrado en los tratados de cortesía y decretos en las cortes a partir del siglo XVI.

Contrariamente a lo que se cree, la mierda no ha sido siempre tabú o asunto restringido a las profundidades de los vertederos y letrinas. Históricamente, la caca ha pasado más tiempo al aire libre que enterrada u oculta entre los desechos que arrojan lo mismo el cuerpo humano que el cuerpo social. En el mundo antiguo, Plinio el Viejo sugería que el uso de la caca de un recién nacido entre los adultos a manera de ungüento era buen remedio contra la esterilidad. Galeno de Pérgamo, por su parte, estaba convencido de que “un buen médico debía de ser capaz de curar a un enfermo también con excrementos”. Para los padres de la Iglesia, la mierda no era motivo de molestia. Según argumentaba el propio san Agustín, la palabra coenum (caca) refería también, mediante la simple sustitución de una letra, al coelum, es decir el cielo. Bien señala Werner, al ocuparse del campo semántico del cual una historia de la mierda no puede hacer caso omiso, que “aquí resuena ya un saber relativo a la especial relación entre lo más alto y lo más bajo, entre la trascendencia y la ‘excremencia’”.

Parece increíble, pero dicha relación, llamémosla ordenadora del cuerpo social a partir de un principio de pura y absoluta verticalidad, ya estaba presente entre los antiquísimos mexicas, quienes concebían el cuerpo humano como la “unión complementaria y opuesta de dos mitades”, según expone Alfredo López Austin con claridad y erudición en una extinta e ignorada Una vieja historia de la mierda –publicada en 1988 por Ediciones Toledo y bella y obscenamente ilustrada por el artista oaxaqueño–, quedando así ubicadas arriba las funciones “más nobles; el pensamiento, combinado con los sentimientos serenos”, mientras “abajo, en cambio, estaban las pasiones y las fuerzas, y el proceso digestivo inferior que consistía en preparar las heces para su expulsión”.

La mierda como tal parece no conocer distinciones civilizacionales. Afirma López Austin con una prosa exacta y no menos elegante: “La mierda tiene sus historias. Son muchas, sin duda. Se han formado con las distintas prácticas, representaciones y valoraciones nacidas en torno a una función vital y sus productos […] La mierda, al ser nombrada, se convirtió en símbolo. Y no es solo historia de la mierda porque, como historia parcial, guarda en sus recovecos los secretos de las demás historias. La mierda, en cada defecación, tiene la impronta de afanes infantiles, la imposición adulta para el control del esfínter.”

Así pues, queda claro que ya sea bajo la mirada de Occidente, desde la cual nos observan seres tan dispares como Freud, Lévi-Strauss, Foucault, Derrida, Marvin Harris, René Girard, más recientemente Chris Shilling, David Le Breton y Alice Miller, ya desde las vastas altiplanicies de las culturas mesoamericanas, la vieja historia de la mierda es más que una historia cultural. Es una historia que parte del origen, se dispara en varias direcciones y que vuelve, revestida, travestida y recompuesta, diría Alfonso Reyes, en la historia del pasado inmediato, si no es que en la vertiginosa actualidad a la que no son ajenas las “sociedades sitiadas” de Zygmunt Bauman o “la ciudad pánico” de Paul Virilio. Así como entre los mexicas se asociaba a la mierda con personajes tolerados pero socialmente rechazados, como las prostitutas o los homosexuales mediante formas del oprobio asociados a la caca (teuhyo, tlazollo, cuitlayo), de igual manera los actores de ciertos episodios de nuestra historia contemporánea han asumido a la mierda y la higiene pública como una metáfora aplicable a los cuerpos indeseables, ya se trate de los anormales, de los extraños, de los perseguidos políticos, de los seres reducidos a la categoría de “parásitos”, como ocurrió durante el nazismo y su reclusión en los campos de concentración y que Victor Klemperer resignificó hasta pulverizar todo el demencial registro lingüístico del nacionalsocialismo en su libro La lengua del Tercer Reich. No se diga ya de los opositores a Fidel Castro en el exilio nombrados “gusanos”, una ridícula metáfora que valientes como Guillermo Cabrera Infante se encargaron de diseccionar, desmontar e invalidar para mostrar su inherente imbecilidad.

En otras palabras, no queda del todo claro si la reinsurgencia de los discursos y prácticas escatológicas apela a la tolerancia, o bien a mensajes ambiguos en los que prevalece el discurso del odio, el miedo y, una vez más, el rechazo al extraño, al extranjero, al otro.

Dicha ambigüedad, por lo demás característica de “la sociedad del riesgo global” de la cual nadie se escapa (Ulrich Beck), queda más o menos manifiesta en el arte contemporáneo, donde la mierda enlatada de Piero Manzoni llegó a cotizarse a precios de oro, o bien en celebridades musicales como el rapero Eminem, quien en una canción emblemáticamente titulada “Shit on you” hizo alarde de literalmente cagarse encima de todos sus rivales. Ello puede ser mera noticia chatarra del día, si bien Werner identifica en estos gestos el uso descarado y obscenamente utilitario del asco y el regreso “de forma voluntaria al tiempo anterior al aprendizaje de las reglas civilizatorias”. De ser el caso, la “materia oscura” mostraría su lado más lamentable y actual, menos luminoso y potencialmente peligroso: un lento pero rampante proceso de descivilización, estudiado bajo el microscopio y desde diversos ángulos desde hace años por el sociólogo francés Löic Wacquant, mismos que incluyen el giro punitivo de las políticas penales, la inseguridad social, la transformación de los regímenes carcelarios en las principales sociedades avanzadas.

En la versión de Werner, no se diga de López Austin, cierto es que la historia de la mierda es vieja como la historia de la humanidad. Los problemas comienzan cuando la mierda, ya como metáfora, ya como designación del cuerpo al que hay que perseguir, regresa para designar al enemigo, al otro que es distinto y rechazado y cuya aniquilación, ya sea en un maratón internacional o en una barriada de alguna ciudad de Medio Oriente, arrasada por el fuego cruzado de la fallida geopolítica, deja de ser historia y se vuelve un presente sin pasado, semejante a cumplir con la necesidad fisiológica de marras: una cosa demasiado urgente. ~

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(Montreal, 1970) es escritor y periodista. En 2010 publicó 'Robinson ante el abismo: recuento de islas' (DGE Equilibrista/UNAM). 'Noviembre' (Ditoria, 2011) es su libro más reciente.


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