FONCA, FONCA, nadie duerme hoy

Un estímulo mensual para un artista interesado en crear una obra es una buena política de Estado. En ese aspecto el FONCA cumple su cometido. Pero, ¿cómo distinguir al artista del farsante y del perezoso?
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Como cada año, la semana pasada se publicaron los resultados de la convocatoria para las becas Jóvenes Creadores, pero a diferencia de otras veces la palabra FONCA se volvió tendencia en redes sociales. ¿Qué quiere decir esto? Que cada vez hay más jóvenes que pretenden ser artistas, y que también cada vez hay más gente interesada en cotillear sobre quién ganó o no uno de estos estímulos otorgados por el Estado mexicano, situación que de manera inevitable nos recuerda a las famosas películas de ciencia ficción tituladas Los juegos del hambre. Es importante mencionar también que como cada año los muros de Facebook y Twitter se llenaron de lamentos, suspiros y reclamos por parte de los que no aparecieron en la listas y de toda clase de felicitaciones zalameras para los que están en las mismas, como si del mismo premio Nobel se tratara. Y como cada año también aparecieron los detractores de las becas —seguramente porque nunca se han ganado una—para decir que se trata de dinero público tirado a la basura, cuando el presupuesto del Estado para artistas es nada comparado con lo que se gastan los diputados en prerrogativas, vacaciones, viajes y otras cosas, o lo que se gasta el presidente en viajar a Paris con todo su séquito. Al menos del fondo para artistas salen un par de buenos libros u obras de arte al año.

Recuerdo que hace algunos años solicité una de estas becas y no aparecí en la lista, pero pasados los tres meses terminé mi libro. Impulsado por la necesidad lo mandé a un concurso y lo gané (un golpe de suerte). Una amiga me escribió para felicitarme y me dijo: “con ese dinero ya podrás escribir el proyecto que te rechazaron”. A lo que yo contesté: “el libro que ganó el premio es el proyecto que me rechazaron”. Es decir, que yo no iba a dejar de escribir mi libro con beca o sin beca. A diferencia de muchos jóvenes que aplican cada año, para mí una beca es un medio para escribir un libro de manera más holgada, no el fin en sí mismo (y estoy seguro de que no soy el único que piensa de esta manera). Muchos tienen trabajo y la beca es una manera de obtener dinero extra, pero tampoco terminan ningún libro a cambio, y en ese sentido defraudan al país. Para los que carecen de autoestima la beca también es un reconocimiento por parte de un ser metafísico superior, una medalla que se puede llevar con orgullo en el pecho con el letrero “soy becario del FONCA”, cuando no hay homínido en este país que no haya sido becario (hasta tuiteros hay).

Y cada vez escucho más voces suplicar por una beca para poder escribir un libro. ¿No estaremos demasiado mimados? Yo creo que el escritor es aquel que escribe un libro con beca o sin beca, con una pierna o sin una pierna, etcétera. La paradoja está en que si alguien es incapaz de escribir un libro sin una beca entonces no merece una beca.  Pero los estímulos se han convertido en un vicio de nuestra generación al grado de que muchos jóvenes artistas piensan sus proyectos en función de recibir una beca, con el conocimiento de que tal tema o tal estructura va a tener el consentimiento de los jurados. Como una ex amiga de San Juan de los Palotes, quien para ganarse un estímulo local escribió un libro de poesías sobre los usos y costumbres de los huachimules, una etnia ahora casi desaparecida, sin saber absolutamente nada del tema, y ni una sola palabra del célebre huachimul, de la rama uto-azteca.

Hablando estrictamente de la literatura, la manera en que están diseñadas las convocatorias ha producido el curioso fenómeno de una estandarización en temas y estructuras, cuando una obra literaria debe nacer de un impulso creativo, de la experiencia y las obsesiones personales, de una necesidad de expresar algo intrínseco. Y si me pongo hasta cursi, puedo decir que una obra literaria nace de un dolor. Pero basta con hojear los anuarios que publica cada año el FONCA con el trabajo de los becarios para darse cuenta de que muchos proyectos fueron moldeados para ganar la beca y que muy probablemente no valgan nada. El dinero se vuelve el fin y no el medio para desarrollar un proyecto literario personal. Por falta de escrúpulos la literatura mexicana produce cada año cientos y cientos de libros con formas y temas estandarizados que llenan las bodegas del Estado sin llegar a los lectores.

Ya desde el hecho mismo de que las convocatorias estén separadas por género ha deformado las mentes de mis contemporáneos.

            —¿Y tú que eres? —se escucha por ahí.

            —Yo soy ensayista —responde alguien.

Es tristísimo que un individuo se declare a sí mismo a los veinte años como ensayista, poeta o narrador para encajar en una convocatoria. No solo somos una generación mimada, y sin creatividad, sino que además estamos especializados desde la más temprana edad.

Y las becas también destruyen. ¿Cuántos veinteañeros de talento no pudieron dar frutos que valieran la pena luego de una beca? Ya desde esa edad se aprenden todas las mañas para ganar estímulos y premios y para agruparse en grupúsculos de dudosa reputación que se dan a sí mismos estímulos y premios. Pero, ¿la culpa es de los estímulos? ¿No será una característica nacional echar a perder cualquier buena política de Estado? Me parece que es así.

En resumen, creo que un estímulo mensual para un artista interesado en crear una obra es una buena política de Estado. Insisto, el dinero se gasta en peores cosas, ¿por qué no invertir en nuestros creadores de cultura, más necesarios en estos tiempos que muchos funcionarios que ganan mucho más y solo ponen sellos? En ese aspecto el FONCA cumple su cometido. Y quienes intentan medir la producción cultural de un país en términos de inversión ganancia ya deberían de saber que el arte no puede cuantificarse como si fueran tornillos. Pero, ¿cómo distinguir al artista del farsante y del perezoso? Desafortunadamente no hay manera. Es algo subjetivo, y el sistema no es perfecto porque los jurados no son perfectos. Y los farsantes no son algo exclusivo de la vida artística, también están en la academia, en los deportes, en la política, en todos los ámbitos. Lo mejor es apelar a la conciencia de cada quién. Mi consejo a los jóvenes que quieran solicitar una beca del FONCA o de cualquier otra institución es que primero hagan un examen de consciencia: ¿escriben para hacer arte o para ganar una beca? Si la respuesta es lo primero entonces tal vez merezcan lo segundo. Mi último consejo es que desarrollen un proyecto personal, no uno para agradar a los jurados. 

 

 

 

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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